Psicología General

¿Por qué se somatizan muchas de las emociones?

¿Cómo se gesta el malestar en este bucle que afecta la mente y el cuerpo?

Tienen curiosas y diversas formas de mostrarse ante nosotros, muchas de las cuales no suelen ser interpretadas como tales a veces incluso aunque nos lo esté indicando un especialista. Dolores de cabeza, en el abdomen, en la espalda, en los brazos y piernas, en las articulaciones, en el pecho… Náuseas, mareos, vómitos, úlceras, diarrea… Dificultad para tragar, dificultad para respirar, alteraciones en la piel, afonía, pérdida de memoria… ceguera, sordera…

Lógicamente, cuando nuestro cuerpo muestra alguno de los problemas antes mencionados, lo primero siempre ha de ser descartar un origen físico; pero, ¿qué ocurre cuando las exploraciones médicas no encuentran una causa a esa sintomatología? Es bastante común en nuestro entorno social identificar el origen de las cefaleas, las contracturas musculares, o el agotamiento como las consecuencias de la exposición de una persona a un nivel significativo de estrés o por causa de un estado de ánimo decaído. No obstante, existen muchos más síntomas físicos que pueden revelar que un individuo está acusando un alto grado de ansiedad o que incluso puede estar pasando por un episodio depresivo.

Según el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), uno de los manuales diagnósticos con más prestigio internacional, todos los síntomas descritos en el párrafo anterior, y aún algunos más, pueden aparecer en un cuadro de trastorno somatomorfo, esto es, un trastorno que se caracteriza por la aparición de síntomas físicos pero cuyo origen no está en ninguna alteración orgánica, sino que son debidos a una serie de problemas psicosociales, los cuales se exteriorizan de forma somática. Se estima que aproximadamente entre un 25% y un 75% de las visitas al médico/a de atención primaria son realmente debidas a diversos trastornos somatomorfos. No obstante, es también frecuente que buena parte de este tipo de pacientes no acepten que el origen de sus malestares no se encuentra en ninguna enfermedad orgánica, por lo que su adherencia a los tratamientos suele ser baja.

Parece evidente que una gestión inadecuada de la ansiedad o un déficit en la regulación de las emociones pueden estar en la base de la somatización. Y esto parece ser uno de los grandes males de nuestro tiempo. Por norma general, las personas aprenden a enfrentarse a las frustraciones y a los eventos estresantes a medida que crecen y se convierten en adultas; desde la más corta edad, los niños y las niñas han de afrontar su desarrollo emocional, su proceso de socialización, y la formación de su identidad y autoestima. De esta forma, se aprende que no siempre se obtiene lo que se quiere, que no siempre puedo hacer lo que me place, que tengo que compartir afectos, espacios y objetos, que he de esforzarme para alcanzar lo que deseo, que debo confiar en mí mismo/a para creer que puedo cumplir mis objetivos, y progresivamente asumir que he de cumplir una serie de normas que mayormente son impuestas, pero que finalmente comprendo como necesarias para obtener cierta armonía cuando convivo con otros individuos.

Ahora bien, los obstáculos no terminan de aparecer cuando aprendemos a soslayarlos, ni las frustraciones remiten cuando aprendemos a tolerarlas; de hecho, la vida adulta suele ser un camino esforzado en el que suelen acontecer eventos vitales estresantes y no pocas situaciones en las que nuestras metas peligran o no se alcanzan. Si el desarrollo evolutivo a nivel socio-emocional ha facilitado la adquisición de herramientas para encajar las situaciones estresantes y para tolerar las frustraciones (pérdida de empleo, ruptura de pareja, padecimiento de una enfermedad grave, accidente de tráfico, pérdida de un ser querido, dificultad para la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, no cumplimiento de expectativas vitales, dificultad para adaptarse a situaciones nuevas…), las personas suelen salir al paso y seguir avanzando, aunque en ocasiones necesiten ayuda profesional de forma puntual. Pero si por el contrario esas herramientas no se adquirieron en su momento, entonces no habrá capacidad para tolerar la frustración de forma exitosa, ni tampoco habilidades para gestionar las emociones, por lo que al primer obstáculo importante que se presente es muy factible que aparezca la ansiedad, y si ésta no se controla debidamente, un patrón de evitación o de parálisis que conducirá irremediablemente al padecimiento de un trastorno psicológico.

Tratamiento

Tratar los problemas de somatización es difícil porque, muchas de las personas que lo sufren hacen foco en que sus síntomas, al ser físicos, han de tener una causa física. Otros, son reacios a dejarse intervenir por un/a psicólogo/a, y acaban por ser consumidores crónicos de ansiolíticos y antidepresivos, o por acudir con relativa frecuencia a las unidades del dolor; pero lo cierto es que sus problemas no mejoran, si bien la farmacología les alivia en el corto plazo.

La psicoterapia es la alternativa más útil, quizá complementada por un tratamiento farmacológico que actúe sobre los síntomas físicos, ya que permite a la persona entender qué y por qué le ocurren sus malestares somáticos en ausencia de un origen orgánico. Trabajar sobre la causa de la ansiedad, sobre los esquemas cognitivos que están implicados en la percepción de las situaciones estresantes, facilitar estrategias de afrontamiento del estrés, técnicas de relajación, habilidades para gestionar de forma más efectiva las emociones, fomentar una autoestima positiva… desde luego supone más esfuerzo y tiempo para quién sufre la somatización, pero qué duda cabe que es más efectivo incidir sobre lo que genera los síntomas físicos que simplemente actuar indefinidamente sobre ellos como alivio a corto plazo, y que nunca acaba por solucionar el problema real.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *