Unos pasan por encima de tus derechos y solo buscan obtener un beneficio de vos. Otros dejan a un lado sus necesidades y solo aspiran a satisfacerte, a darte lo que requieras en cada momento. Las personas narcisistas y las personas complacientes esconden una curiosa relación, un singular pero determinante vínculo del que no siempre somos conscientes.

La personalidad narcisista está colonizando muchos de nuestros escenarios sociales: la política, la empresa, las finanzas… Ahora bien, junto al propio narcisista siempre va también la persona complaciente. El uno es el reverso del otro, a menudo se retroalimentan y, en gran parte de las ocasiones, el segundo es víctima del primero. Es un tipo de vínculo tan destructivo como silencioso.

Hay un hecho realmente llamativo: las consultas psicológicas están llenas de personas complacientes. Sin embargo, alguien con un perfil narcisista rara vez solicitará ayuda porque, como bien podemos imaginar, no ve problema alguno en su comportamiento o en lo que sucede a su alrededor. Las primeras, por su parte, llegan con una autoestima muy baja y, con la angustia de no ser lo bastante buenos para los demás. Estos hombres y mujeres no siempre son conscientes de que su eterna necesidad por hacer felices a otros pasando por alto los propios derechos y necesidades. La realidad es que tiene su origen, muy a menudo, en su historia personal con un narcisista.

Uno de los efectos de crecer en una familia narcisista es que esos niños se conviertan el día de mañana en adultos complacientes. El anhelo por recibir afecto les aboca hacia esas conductas tan debilitantes.

  • Los padres y madres narcisistas siempre anteponen sus necesidades a las de sus hijos. Poco a poco, los niños aprenden a sacrificar y callar sus anhelos, sus opiniones y, por supuesto, sus necesidades. Esta tendencia se mantendrá años después.
  • En estos entornos rige el control extremo. Los hijos acaban interiorizando esas normas, de manera que asumen de forma muy temprana que el único modo de ser aceptado o reconocido es cumpliendo todo aquello que otros les demandan.
  • Asimismo, las familias narcisistas siempre tienen algún problema no resuelto, alguna carencia que les genera rabia y frustración. Los hijos acaban actuando como rescatadores para calmar esas situaciones. Saben que las cosas van mejor si sus progenitores están satisfechos.
  • Crecer en una familia en la que alguno de los miembros es narcisista, inocula en el niño la creencia de que no es amado. Ello les aboca a tener que esforzarse mucho y realizar determinadas cosas para recibir alguna migaja de afecto o reconocimiento. Esta tendencia se mantiene en las edades adultas, convirtiéndose en perfiles claramente complacientes.

Las personas narcisistas y las personas complacientes se atraen o más que atraerse se complementan. Sin embargo, ese lazo de conexión configura un cerrojo con el cual, el amor se convierte en dependencia y sufrimiento.

¿Cómo se explica esta forma de atracción?

  • Las personas complacientes se sienten realizadas al satisfacer las necesidades del narcisista. Se ven a sí mismos como rescatadores, como salvadores de ese alguien que se deja «alimentar» y cuanto más, mejor. Al fin y al cabo, están repitiendo una vez más el patrón que aprendieron en su infancia.
  • Por su parte, el narcisista se siente reforzado al tener a su lado a alguien con este tipo de personalidad. Gracias a eso, obtiene poder, refuerzo, admiración, atenciones, elogios…
  • La baja autoestima de los complacientes los convierte en blancos perfectos del narcisista. Son manejables y suelen conformarse con muy poco. Además, no podemos olvidar las hábiles dotes del narcisista para engañar: aparecen con aire deslumbrante, con ese don de gentes y esa resolución que cautiva casi de inmediato al complaciente, quien no duda en ver ese perfil a alguien perfecto.
  • Tanto los narcisistas como las personas complacientes necesitan afecto. Son, en realidad, absolutos mendigos del amor; tanto el uno como el otro. El narcisista lo necesita para reforzar su ego dadas sus elevadas carencias y el complaciente lo anhela para sanar sus heridas. Tristemente, estas relaciones no suelen prosperar y lo común es que queden aún más fracturados.

Para concluir:estamos ante dos radiografías psicológicas de la personalidad que rara vez se sentirán felices o realizadas en sus vidas. Mientras unos no son conscientes de los dañinos efectos de su conducta, los otros, por su parte, no advierten que no hay nada tan lesivo como intentar dar a otros aquello de lo que uno carece: amor propio, autoestima, seguridad…

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