La impulsividad afecta la calidad de las relaciones interpersonales y nos lleva a ser más erráticos en acciones y decisiones. Frente a este fenómeno, es importante cultivar el arte de no precipitarse, para que finalmente nuestra conducta premie nuestros intereses.
La primera dificultad con la que nos encontramos al hablar de este tema es cierta confusión en torno a la impulsividad. Hay quienes piensan que no precipitarse es una señal de extrema rigurosidad o de falta de espontaneidad. No faltan quienes creen que el autocontrol o las conductas medidas son una especie de falta de franqueza. Es cierto que no es bueno ni sano «medir» todas y cada una de las conductas que llevamos a cabo. Todo extremo es indeseable y tampoco podemos convertirnos en una especie de carceleros o vigilantes permanentes de nosotros mismos. Hay muchas circunstancias en las que las “conductas sin filtro” son muy valiosas. El problema aparece cuando nos enfrentamos a situaciones que exigen el uso pleno de la razón. Decisiones o acciones que podrían tener múltiples consecuencias negativas si no se sopesan con cuidado. Es ahí donde cobra importancia el arte de no precipitarse. Muchos de los grandes errores surgen precisamente por un impulso.
En principio, lo adecuado es no precipitarse en las situaciones que implican un posible daño para nosotros mismos o para los demás. No es fácil separarlas del resto. En determinadas circunstancias, una acción simple desencadena toda una cadena de consecuencias indeseables. En otras, hasta un grave error no causa mayor impacto. ¿Cómo precisar esto? Se puede decir que toda situación en la que esté involucrado un sentimiento demasiado intenso se debe abordar con cuidado. En particular, no es adecuado que se actúe cuando ese sentimiento, positivo o negativo, prima de manera contundente. Esto porque los sentimientos y las emociones pueden precipitar juicios poco justos o actuaciones desproporcionadas. Se requiere de un mínimo margen de serenidad para tomar la decisión de decir o hacer algo que pueda tener consecuencias. Es bueno adoptar el hábito de no actuar cuando percibimos que hay una emoción o un sentimiento demasiado influyente o incluso invasivo en un momento dado. Ese estado no suele mantenerse tan intenso por mucho tiempo, así que a veces solo es cuestión de esperar un momento.
Los rasgos de las personas impulsivas
La impulsividad es un rasgo que con frecuencia va acompañado por todo un conjunto de características en la personalidad. La primera de esas características es el inmediatismo. Este tipo de personas necesitan resultados rápidos y tienen gran dificultad para esperar. Quieren que todo se lleve a cabo en el menor tiempo posible. Es muy frecuente que las personas a las que les cuesta no precipitarse tengan un estado de ánimo inestable. Cambian de humor con facilidad, pasando de la risa a la tristeza, o de la ira a la alegría de una manera muy brusca. También, es muy habitual que les cueste mucho trabajo diseñar planes y ejecutarlos. No logran ser metódicos en lo que hacen, sino que cambian a mitad de camino. Quienes tienen dificultades para no precipitarse parece como si no entendieran el tiempo. Es muy usual que les falte tiempo para completar su agenda. Es como si siempre estuvieran ocupados y generalmente tardan más de lo usual en completar sus tareas o actividades.
La clave para no precipitarse es en realidad simple: generar un margen de espera. Quien se precipita generalmente lo hace de forma automática. Opera bajo una lógica de acción-reacción que funciona mecánicamente. Lo primero, entonces, es preguntarse si uno está actuando de esa manera. Si se deja llevar por el impulso y después se arrepiente. De ser así, lo adecuado es adoptar una perspectiva de observación sobre uno mismo. No es fácil al comienzo, pero con un poco de constancia se logra. Se trata de crear una especie de alarma interna que se active cuando estemos en un pico emocional. Dicha alarma debe llevarnos a hacer un alto de tan solo 5 segundos. Ese breve lapso nos sirve para respirar o simplemente para contar hasta diez. Si logramos abrir esa pequeña ventana, ya vemos la otra orilla. Tal vez nos ayude dar un pequeño paseo en ese momento o simplemente retirarnos a un lugar tranquilo para respirar profundamente. En un lapso relativamente breve surgirá y crecerá un margen de serenidad, aunque no nos sintamos plenos aún. Además, es muy beneficioso planear y realizar actividades a medio y largo plazo. Iniciar un curso e ir a todas y cada una de las clases. Plantar una semilla y cuidarla hasta que sea una planta. Todo ello aumentará la perseverancia, el sentido de control y el control también situaciones críticas.