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Cómo convivir con la tristeza cotidiana

Nos encantaría poder tolerar la tristeza cotidiana un poco mejor, sacar partido a ese estado que tanto ha inspirado a poetas, cantantes y escritores. Sin embargo, ese velo emocional rara vez es bien recibido y, cuando cae sobre nosotros, tendemos a intensificar aún más su presencia, dándole poder hasta nublar por completo nuestro presente.

Decía Friedrich Nietzsche que, nuestra realidad puede parecer horrible en ocasiones, pero tarde o temprano descubrimos que no es tan insoportable; al final podemos con ella. De algún modo, el multiverso de las emociones y los sentimientos tienen ese poder inexorable de dotarnos de valías y capacidades que desconocíamos. Ninguno de esos estados internos es inútil, y menos aún la tristeza. Así, expertos en el tema, como Paul Ekman -pionero en el estudio de las emociones-, señala que pocas realidades psicológicas nos centran tanto como la propia tristeza. Más allá de lo que podamos pensar, está llena de vida, de fuerza y de propósito, porque si hay algo que desea, es recordarnos que hay uno o varios aspectos en los debemos trabajar, algo que requiere nuestra atención para poder seguir adelante. Bien es cierto que en ocasiones transitamos con esa tristeza cotidiana que puede resultarnos casi insoportable. Sin embargo, esta emoción es inherente a la propia vida, saber aceptarla y entender su mensaje para resolver determinados nudos personales, nos garantizará disfrutar de un adecuado bienestar.

¿Es normal sentir ciertos momentos de tristeza a lo largo de cada una de mis jornadas? Sí, lo es. ¿Es normal experimentar una sensación de tristeza permanente hasta el punto de sentirme totalmente bloqueado día tras día? En este caso, no lo es. Los sentimientos de tristeza pasajeros, los que vienen y luego se van a lo largo de nuestra cotidianidad, constituyen algo completamente normal. Ahora bien, la tristeza cotidiana se percibe a menudo como algo negativo o hasta patológico. Y si esto es así, es básicamente por nuestra tendencia casi instintiva a querer evitarla, a cerrar ojos y oídos y rehuir de su presencia tal y como nos han enseñado.

Ya desde niños nos acostumbraron al clásico mensaje de ‘no estés triste’ en lugar de preguntarnos sencillamente, ‘¿por qué estás triste?‘ y ayudarnos después a manejar esa emoción. De algún modo, acabamos poniendo un piloto automático que busca deshacerse de la tristeza como quien tira un lastre. La evitamos buscando actividades que nos permitan distraer la atención; vamos de compras, salimos con amigos, vamos al cine… Y aunque todo ello sea acertado y hasta recomendable, se nos olvida que la tristeza desea ser escuchada. Pasamos por alto que al querer silenciar lo que molesta, silenciamos también nuestra capacidad de disfrute cotidiano.

Debemos quitarle a la tristeza la clásica etiqueta de ‘emoción negativa’. La tristeza, en realidad, es una emoción adaptativa con beneficios reales. Sin embargo, hemos creado una atribución a su alrededor tan negativa como poco útil. Una de ellas, quizá la más común, es asociar tristeza con depresión y pensar incluso, que las personas con un trastorno depresivo están ‘tristes’.

La tristeza cotidiana, la que nos atrapa en algún momento del día y luego se desvanece, aunque no sea patológica, tiene un costo. Cuando surge esa emoción, ese estado incómodo para la mayoría, lo que buscamos es desviarla hacia otro lado. Queremos que desaparezca y para ello podemos desde escuchar música, quedar con alguien, leer un libro o llevar a cabo otras conductas como salir de compra o comer algo. La tristeza tiene un costo económico y de salud. Lo que hace la población cuando la experimenta es salir de compras (adquiriendo cosas que no necesitamos) y consumir alimentos poco saludables (ricos en grasas saturadas). Son conductas muy comunes que constituyen por sí mismas, todo lo opuesto a lo que deberíamos hacer. Y aquello que estamos obligados a llevar a cabo cuando aparece la tristeza cotidiana es encararla, no rehuir de ella. De lo contrario, su presencia se hará más grande y permanente.

La tristeza es esa eterna compañera de viaje que viene y va, pero cuando aparece, nos angustia. De nada sirve evitarla, hay que afrontarla, como si fuera una ola. Hay que aprovechar el momento y sacarle partido. Basta con escuchar su rumor, entender qué desea y actuar. Si lo hacemos bien lograremos algo bueno. A veces, la tristeza es inmensa. Entonces, cuando no hay más remedio, debemos tolerar la angustia del momento porque al final lo que llega termina por desvanecerse por sí solo tarde o temprano. Lo importante es resistir, aprender a respirar debajo del agua para emerger al poco con tranquilidad.

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