Hablar nos libera y nos contruye. Es la medicina natural más antigua y uno de los rasgos más característicos del ser humano. Cuando se habla de diálogo liberador se hace referencia a esa forma de conversación que permite a los involucrados realmente saber expresarse. Ex-presar es salir de la presión de no poder comunicar. Así que el diálogo liberador debe, principalmente, ser un espacio para que cada quien pueda comunicarse con autenticidad.

Los secretos para entablar un diálogo liberador son muchos porque este es un verdadero arte: el de saber comunicarse, el de saber decir y comprender. Tenés que aprender a sortear los silencios, a hacer pausas e intervenir en el momento indicado. Más aún, debés saber escuchar y tener la capacidad para entender al otro en el marco de su propio contexto. Ciertamente, hay muchos diálogos que pueden resultar intrascendentes, pero muchos otros revisten una especial importancia, y en éstos, hay que saber muy bien qué se dice y qué se calla. Hay que hablar el mismo lenguaje y construir una conexión genuina con la otra persona de modo que se alcance a una verdadera comunicación.

En muchas personas hay una necesidad muy acentuada de ser escuchados. Por eso hablan, y hablan, y hablan sin parar. Y esto puede llegar a ser incómodo para quienes están a su alrededor. Esa necesidad de estarse comunicando todo el tiempo a veces nace de un profundo egocentrismo, pero otras veces simplemente es un reflejo de angustia o de una necesidad de autoafirmación. No todo el mundo comprende el valor del silencio, ni todo el mundo entiende que la comunicación es un proceso de doble vía en el que cada una de las partes debe poder hablar y saber callar. De ahí que se generen supuestos diálogos, que en la práctica son auténticos monólogos. Se puede decir entonces que la primera condición para entablar un diálogo liberador es la de haber desarrollado la capacidad de entender y valorar el silencio. No ese silencio que es ausencia, sino el silencio de la escucha, de la atención y del reconocimiento por lo que el otro dice. 

El diálogo entre dos personas sólo es genuino si también existe una inocente intención de dialogar. Esto supone una disposición a la escucha, el estar dispuestos a hacer un esfuerzo por entender. En este sentido, guardar silencio mientras el otro habla no es suficiente, se trata de ser activos mentalmente en este silencio. Cuando hay auténtica disposición hacia el diálogo, surge una escucha serena, comprensiva y curiosa. La escucha serena significa que para dialogar se debe escoger un momento en el que no estén exaltadas las emociones. Y si lo están, es importante estar seguros de que tenemos la capacidad de controlarlas.

La escucha activa es una escucha curiosa. No se limita a guardar silencio y validar todo lo que el otro dice, sino que busca obtener más información para clarificar o entender mejor lo que está diciendo. Las preguntas son una excelente manera de construir una conexión y, además, constituyen una evidencia para el otro de que está siendo escuchado. La escucha comprensiva se refiere a la disposición para ponerse en el lugar del otro y poder captar lo que siente cuando se expresa. Es estar atentos a los sentimientos y las emociones que viajan a través del canal no verbal. Porque el diálogo liberador es algo que va más allá de las palabras, también significa captar los sentimientos que afloran en la comunicación.

Asumir una postura de juez, como si la otra persona estuviera en un juicio o fuera el reo a sentenciar, jamás será un buen camino. Es abrirle las puertas a la desconfianza, al temor, a la tensión y a la no comunicación. Nadie quiere dialogar con alguien que lo juzga o que quiere “moralizarlo”.

En un diálogo liberador pueden salir a relucir aspectos incómodos, confesiones difíciles o quizás verdades que no se quieren escuchar. Solo así el diálogo se convierte en liberador realmente. Pero esto no es posible si alguna de las personas involucradas está en la posición de censurar o de dirigir la conducta del otro. Conviene también informarse muy bien sobre el tema o problema en cuestión antes de emitir una opinión. De hecho, los mejores razonamientos, por lo general, provienen de las personas que han sufrido el mismo problema y que tienen alguna experiencia en el asunto. La ayuda de un profesional, en muchos casos, resulta ser la mejor opción.

Lograr el mayor grado de conexión con la otra persona es fundamentalescuchar atentamente, sin interrupciones ni desviarse del tema, es muy sano y conveniente. No obstante, muchas veces interrumpimos el diálogo porque se nos pueden olvidar algunos puntos expuestos por la otra persona y ante los cuales tenemos alguna acotación o reparo. En tales casos, es mejor anotar los puntos más importantes y dejar hablar a esa persona sin interrumpirla. Así, cuando la persona concluya, se retoma punto por punto la argumentación que expuso y se manifiesta la opinión propia. Obviamente, sin volver el diálogo algo rígido, estricto o de corte militar.

El ambiente o escenario de conversación también puede resultar importante. Si el asunto sobre el que se va a conversar es delicado o requiere un máximo de atención, lo más indicado es buscar un lugar que impida las interrupciones o la exposición en público algún asunto íntimo. Un sitio adecuado contribuye a la fluidez del diálogo.

A partir de todo lo anterior, conviene aplicar cinco reglas básicas para lograr que en verdad un diálogo se convierta en un espacio liberador para las partes involucradas:

  • Buscar el momento y el lugar indicados. No debe haber prisas y se debe garantizar que no habrá interrupciones.
  • Acordar el tema del que se va a hablar. Por extraño que parezca, muchas veces el diálogo fracasa porque no se ha definido claramente de qué se está hablando. Si ambos lo saben, pueden hacer llamados amables al otro para que vuelva al punto cuando se refiera a otros temas.
  • Proponer un objetivo. ¿Para qué se da el diálogo? Lo mejor es definirlo evitando propósitos poco realistas o autoritarios. Por ejemplo, el objetivo jamás debe ser “para que cambies” o “para que todo funcione”. Más bien el diálogo se debe orientar a lograr la comprensión frente a puntos concretos.
  • Acordar unas reglas básicas. Por ejemplo, comprometerse a no interrumpir al otro mientras está hablando y poner un límite de tiempo a cada intervención. Aunque en principio puede parecer un poco artificioso, es fundamental para que fluya la conversación.
  • Comprometerse a hablar de uno mismo, no del otro. Es una regla muy sana: expresa lo que tú sientes y no te refieras a lo que siente el otro. Eso te alejará de la tentación de realizar juicios, en muchos casos, gratuitos.

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