Las enfermedades respiratorias crónicas son condiciones que duran mucho tiempo (más de 6 meses). Afectan al sistema respiratorio pero, como dificultan el aporte de oxígeno al cuerpo, su impacto se nota en el resto de la salud (por ejemplo, en forma de extremo cansancio o fatiga). Algunas de estas enfermedades son progresivas y pueden acabar provocando la muerte.

Los factores de riesgo más conocidos son:

  • el tabaquismo
  • la exposición laboral a ciertas sustancias sin protección (como el humo)
  • algunos factores hereditarios

Este tipo de enfermedades afectan a una parte importante de la población.

Las más frecuentes son:

  • el asma
  • la enfermedad pulmonar obstructiva crónica
  • la fibrosis quística
  • la apnea del sueño
  • el cáncer de pulmón
  • la fibrosis pulmonar.

Una complicación a la hora de adoptar y mantener medidas de prevención de las enfermedades respiratorias crónicas es que los efectos de los factores de riesgo en la salud no se notan de inmediato, sino que pueden tardar décadas. Y esto reduce la percepción de riesgo, sobre todo en los jóvenes. La dificultad para respirar y la limitación de la calidad de vida pueden afectar el estado de ánimo de los pacientes y de sus familiares.

Las enfermedades respiratorias crónicas más habituales

Asma

El asma es una inflamación de los bronquios (las vías aéreas de los pulmones) que obstruye el paso del aire. Provoca dificultad respiratoria, sibilancias (pitos), sensación de presión en el pecho y tos. Los síntomas se manifiestan por episodios, que pueden ser entre varios al mes y varios al día. Los episodios se pueden presentar cuando se hace ejercicio físico, en momentos de gran emoción, o al respirar humo o elementos que provocan alergia (polvo, polen, etc.). El tratamiento es farmacológico (inhaladores para las crisis y un preventivo para reducir la frecuencia) y psicológico (educación para la salud).

Enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC)

La enfermedad pulmonar obstructiva crónica es una obstrucción de la entrada y la salida del aire de los pulmones. Se trata de una enfermedad progresiva, que comienza con tos, fatiga y sensación de ahogo, y presenta agotamiento, falta de concentración e inflamación de los tobillos y las piernas cuando avanza. Su principal factor de riesgo es el tabaco: el 80% de pacientes han sido fumadores. Su tratamiento es farmacológico (broncodilatadores) y psicológico (educación para la salud).

Fibrosis quística

Las personas con fibrosis quística producen una mucosidad que obstruye los conductos de los pulmones, los intestinos y el páncreas. Al afectar a los pulmones produce tos con expectoración, infecciones respiratorias frecuentes y deterioro pulmonar progresivo. Tiene un componente genético. Su tratamiento es farmacológico, dietético (alimentación hipercalórica e hiperproteica), e incluye ejercicio físico y fisioterapia respiratoria. Cuando la enfermedad está muy avanzada puede ser necesario un trasplante de pulmón.

Apnea del sueño

La apnea del sueño afecta a algunas personas cuando duermen, haciendo que su respiración se detenga transitoriamente. El descanso es de mala calidad y, durante el día, la persona tienen sueño. Esto puede hacer que algunas actividades, como la conducción, sean peligrosas, y provoca un aumento del consumo de sustancias. El tratamiento se basa en el uso del CPAP cuando se duerme (un aparato que, a través de una máscara, suministra aire de manera continua para evitar que las vías respiratorias se obstruyan).

Cáncer de pulmón

El cáncer de pulmón aparece cuando algunas células de este órgano sufren una mutación que hace que se dividan de manera descontrolada. Con el tiempo se acumulan y forman un tumor. Los síntomas son la tos (a veces, con sangre), la dificultad respiratoria, la fatiga y el dolor torácico. Su pronóstico es poco favorable, pero la supervivencia va en aumento gracias al tratamiento basado en la cirugía y la quimioterapia. También es muy importante el apoyo psicológico en todas las fases de la enfermedad.

Fibrosis pulmonar

La fibrosis pulmonar es un endurecimiento de los pulmones, que hace que cada vez cueste más respirar y que llegue menos oxígeno a la sangre. Se manifiesta con tos, fatiga, molestias en el pecho y coloración azulada de las puntas de los dedos, debido a la falta de oxígeno. También es una enfermedad grave y progresiva, y puede obligar al paciente a llevar un tubo que le suministre oxígeno a través de la nariz de manera permanente (incluso estando en casa). El tratamiento es farmacológico y se aconseja ejercicio físico, dieta y prevenir el estrés.

Estas patologías pueden afectar a personas de cualquier edad, algunas empezando en la infancia (como el asma o la fibrosis quística) y otras más habituales en la edad adulta, como el cáncer de pulmón o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. En algunas de ellas la causa es desconocida, como ocurre con la fibrosis pulmonar idiopática.

¿Qué puede hacer el psicólogo en estos casos?

Todas las formas de enfermedad respiratoria crónica necesitan tratamiento médico. El psicólogo no interviene en su curación, pero sí puede ayudar a mejorar la calidad de vida. El campo de especialización en este caso es la Psicología de la Salud: el área de la psicología que se centra en la promoción y el mantenimiento de la salud, la prevención y el tratamiento de las enfermedades, las disfunciones asociadas a las enfermedades y la mejora del sistema sanitario.

El tratamiento de cualquier enfermedad respiratoria crónica incluye la educación para la salud: las medidas que promueven que las personas se impliquen tanto en su salud como en el tratamiento de sus enfermedades. Tenemos un buen ejemplo con la dificultad respiratoria, un síntoma que, cuando se presenta, puede venir acompañado de ansiedad. Y esta ansiedad, a su vez, agrava la dificultad respiratoria. El psicólogo de la salud puede enseñar técnicas de relajación, de respiración y de mantenimiento de la calma para detener estas situaciones, que generan preocupación en el paciente y su entorno.

Desde antes de que se presente la enfermedad hasta el final del proceso el psicólogo puede hacer varias contribuciones:

  • Prevención: ayudar a dejar de fumar, consolidar hábitos que requieren motivación como el ejercicio físico, el mantenimiento de una dieta equilibrada, promover el seguimiento del estado de salud propio, etc.
  • Tratamiento: Ayudar a manejar emocionalmente la enfermedad y sus consecuencias, contribuir a recuperar la calidad de vida perdida, facilitar la aceptación de la dependencia de otras personas, reducir la desesperanza, hablar con el paciente de lo que prefiere no hablar con nadie más, promover el seguimiento de las recomendaciones del médico, ayudar a mejorar la comunicación con la familia, preparar el final de la vida, etc.

Cuando una enfermedad crónica y grave progresa, a menudo se acaba dependiendo de otras personas. Primero la dependencia es para actividades como conducir, ir al médico, etc. Pero puede acabar afectando actividades básicas como comer, ducharse, o ir al baño. Esta situación no sólo afecta al paciente (que lo vive como un sentimiento de inutilidad y una pérdida de intimidad), sino también a sus cuidadores.

Hacer de cuidador/a de un enfermo crónico no es fácil. Habitualmente suele ser un/a familiar. Requiere una dedicación de muchas horas al día, recordar las visitas médicas y los horarios de medicación, hacer esfuerzos físicos (como levantar el enfermo), etc. También, conlleva un gran estrés y el pensamiento que no se llega a todo. Estas personas tienen la sensación de que su vida gira en torno a la tarea de cuidar a su familiar. Además tienen miedo de salir de casa y dejarlo solo, aunque sea por poco rato, por si ocurre algo durante su ausencia.

Algunas pautas básicas para que el desgaste del trabajo de cuidador/a no sea excesivo son estas:

  • Intentar que el paciente haga él mismo todo lo que pueda hacer (reducir la dependencia a aquellas actividades para las que, efectivamente, es dependiente).
  • Pedir ayuda a otros familiares para no asumir todo el trabajo.
  • Permitirse momentos de distracción: ratos libres, ir al cine, salir a cenar, encuentros con otras personas, etc.
  • Darse permiso para cometer errores y para no llegar a todo.
  • Hablar con otras personas que también estén cuidando de un enfermo crónico. Sus experiencias y consejos pueden ser muy útiles. A menudo las asociaciones de pacientes organizan encuentros y grupos de apoyo de este tipo.
  • Si estas pautas no son suficientes para reducir el estrés de quien cuida de una persona con una enfermedad crónica, se puede pedir ayuda profesional.

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