Cuando nadie cree en uno, es el mejor momento para que lo hagas vos mismo/a. Cuando alguna personate diga que no valés, que tu momento ha pasado o que eso que anhelás no vas a poder lograrlo, es el momento de sonreir. Para poner límites ya uno se tiene a uno mismo o a la realidad que tengamos que enfrentar. Hacer determinadas cosas, llevar adelante ciertos proyectos deseados, nos brindará confianza, una brújula más estable y sobre la que tenemos más control.
A veces hay que hacerlo, porque solo así tendremos una oportunidad: la de adiestrar el miedo y limitar su influencia. En este sentido, la inseguridad es una mala compañera y quien opta por quedarse en el refugio, jamás disfrutará de otras vistas y de otros paisajes, donde todas las posibilidades del infinito se encienden delante de nuestros ojos.
El ser humano llega al mundo con un potencial casi ilimitado para autodesarrollarse, para alcanzar esa cúspide de necesidades donde se contienen los objetivos más elevados de felicidad y bienestar. Ahora bien, por curioso que resulte, no todo el mundo logra culminar esta cima, a pesar de sus capacidades se lo permitirían. ¿La razón? En uno u otro momento, todos damos con algún hábil agente dispuesto a lastrar nuestro crecimiento personal. Lo podremos encontrar en muchos escenarios, actuando con frecuencia sin avisar. Puede aparecer en forma de familiares cercanos, de amigos, de profesores, de compañeros de trabajo o directores de empresa. Hablamos de esas figuras que nos cortan las alas y nos convencen de que no valemos…
¿Qué hacer cuando nadie cree en nosotros?
El propio Maslow escribió un libro muy interesante sobre este mismo tema. Se titulaba The Farther Reaches of Human Nature. En él explicaba que a pesar de que la mayoría de nosotros tenemos un notable potencial para autorrealizarnos, no siempre lo aprovechamos. Nos limitamos a fantasear sobre lo que podríamos hacer, sobre lo que podríamos conseguir… Sin embargo, no ponemos los medios, ni las condiciones psicológicas. Nos dejamos condicionar por las opiniones ajenas y optamos por instalarnos en nuestra zona de confort. A esta realidad la llamó Maslow el complejo de Jonás, el cual describe a todas esas personas que siendo conscientes de sus competencias, no se atreven a desarrollarlas por efecto del miedo y la inseguridad.
Hay que asumirlo: siempre habrá una o varias personas que surgirán para decirnos que no valemos, que no sabemos y aún peor, que no podemos dar forma a ese sueño, a ese anhelo, a ese proyecto. Cuando nadie cree… solo queda una opción, la más lógica y plausible: que vos sí creas en vos mismo y demostrés que el resto estaba equivocado.
Ahora bien, tal giro no es fácil ni rápido. Exige un adecuado trabajo interior, el cual puede basarse en estas 3 dimensiones:
- 1. Ser quién deseás ser: Nos hemos acostumbrado en exceso a escuchar eso de «aprendé a ser tú mismo». Es momento de dar un paso más allá y afinar un poco más esta idea. Si nos limitamos a ser «nosotros mismos» es posible que cronifiquemos dimensiones que no nos benefician en nada. Si en nuestro yo actual está el miedo, la inseguridad y la necesidad de aprobación, difícilmente alcanzaremos nuestras metas. Lo ideal es clarificar qué queremos y quién deseamos ser. Debemos promover una transformación interior con la que aunar nuevas fuerzas y valentías con la cuales, lograr creer plenamente en nosotros mismos.
- 2. Dar un salto de fe : entre la vida que tenés y la que deseás. Todo salto requiere un impulso, y todo impulso disponer de fuerza suficiente, voluntad, motivación y optimismo. Así, cuando nadie cree en vos y en tus posibilidades, lo último que debés permitir es que te contagien ese mismo derrotismo y negatividad. Creá por tanto un plan de ruta, diseñá en tu mente un plan y llenálo de positividad y determinación. Solo así se dan los saltos más altos.
- 3. Siempre alguien creerá en vos: alcanzar una meta requiere sin duda que seamos capaces de confiar en nosotros mismos. Ahora bien, vivimos en escenarios sociales y por lo tanto, conquistar un objetivo y alcanzar el éxito no es algo que podamos hacer siempre por nosotros mismos. Un triunfo necesita reconocimiento, un ascenso o un premio implica que terceras personas reconozcan nuestras valías. No hay que dejarse avasallar por esas primeras opiniones negativas. No tiremos la toalla frente a quien en un momento dado, duda de nosotros e incluso ironiza con nuestras ideas. Al fin y al cabo, los grandes logros nunca han tenido inicios sencillos. En algún momento aparecerán las personas idóneas, esas que sí saben ver, apreciar e intuir las valías que albergamos en nuestro interior.
Vale la pena recordar una vez más ese acertado razonamiento que nos dice aquello de que lo contrario de la valentía no es el miedo o la cobardía, es la conformidad. Ese es precisamente nuestro auténtico problema: conformarnos con lo que ya tenemos e incluso dar por válidos los comentarios que otros nos hacen. Empecemos, entonces, a dudar de quien apaga nuestros sueños, de quien nos sugiere que bajemos de las nubes o que dejemos de insistir en ese ridículo anhelo. Ninguna meta es ridícula si lleva tiempo rondando nuestra mente y corazón.