El síndrome de Cotard es un trastorno mental raro que se caracteriza por que la persona que lo sufre tiene la creencia de estar muerto (figurada o literalmente), sufrir una putrefacción de sus órganos o asegurar su “no existencia”. Se específica como un tipo de delirio, el cual también ha sido nombrado como delirio de la negación o delirio nihilista.

Un hombre sufre un accidente de tráfico, como secuela del mismo su cráneo se separara de su columna vertebral. No solo no falleció, sino que sobrevivió, con su cerebro intacto, lo cual muestra que el cerebro es, entre otras cosas, un gran hacedor, que concede la actividad cerebral fuera del mismo. Digamos algo así como que nuestra cabeza tiene una potencia impresionante, aquí nuestro cerebro cree que estamos muertos.

En 2013, un equipo de investigadores, formado entre otros por Adam Zemar (Profesor de Neurología Cognitiva de la Universidad de la Escuela Médica de Exeter) y Steven Laueys (de la Universidad de Lieja – Bélgica), realizó la primera exploración PET en un paciente con síndrome de Cotard, enfermedad conocida originalmente como “delirio de la negación”, cuyo primer registro procede de 1880. Ese mismo año, el psiquiatra Jules Cotard, a quien la enfermedad debe su nombre actual, presentó el caso de una paciente que afirmaba estar “sin cerebro, nervios, pecho o entrañas y era sólo piel y hueso” y afirmaba “que ni Dios ni el diablo existen y que ella no necesitaba comida, porque era eterna y viviría para siempre”.

Más contemporáneo. es el caso de un  paciente a quien se le aplicó un PET en 2013. Tenía 48 años, sin historia médica previa, aparte de una corta enfermedad depresiva y,  fue atendido por un psiquiatra después de un intento de auto-electrocución. Ocho meses más tarde afirmaría que su cerebro había muerto. Estaba convencido de que sufría muerte cerebral, de que estaba muerto, que no necesitaba comer ni dormir, y que contaba con un cerebro muerto en un cuerpo vivo. Reconocía que sus habilidades para ver, oír, pensar, recordar y comunicarse demostraban que su mente debía estar viva, pero no podía explicar cómo, pues su cerebro, ¿estaba muerto?

Era, por decirlo de alguna forma, un muerto en vida. Una especie de zombi, como destacaría la prensa, sin poner atención al detalle técnico de que el paciente no era un muerto volviendo a la vida, sino un vivo sabiéndose inexistente, no por razones filosóficas, sino neurológicas.

Los resultados del PET que se le realizó, contrastados con pacientes de control sanos, mostraron hipometabolismo cortical en un extenso set de regiones medias y dorsolaterales, en un patrón más severo y extendido que en un trastorno depresivo mayor.

La profunda perturbación de la experiencia y del pensamiento del síndrome de Cotard, se refleja en las mismas regiones cerebrales responsables de la conciencia y de nuestro sentido permanente del yo, la llamada zona “modo de red por defecto”. Es la interacción de nuestro cuerpo con el entorno lo que genera la actividad cerebral. Si por alguna razón esa interacción falla, ahí, por ejemplo, en las zonas con bajo metabolismo, como en el síndrome de Cotard, nuestra propia sensación de existencia puede desaparecer por completo.

Ser o no ser, esa es la cuestión. Pero a veces esta cuestión puede variar, eliminando cuestiones filosóficas que aprendimos. El cerebro puede superar hasta el ser.

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