Un estudio reciente ha permitido determinar que el 1% de la población está diagnosticada como psicópata. El padecer esta patología establece que el sujeto no siente empatía ni culpa. Pero lo más destacable de esta investigación, es la conclusión a la que se ha llegado, la cual indica que el porcentaje asciende al 4% cuando el cargo laboral o político implica mayor responsabilidad.

Al imaginar un psicópata, no debemos llevarnos al extremo de pensar en un asesino serial, etc. Simplemente su cerebro funciona de manera diferente a la mayoría de nosotros. Un poeta no nace con un cerebro poeta, quizás existirán indicios en su genética y por sobre todo, el contexto vincular en el cual esta persona se desarrolla.

¿Qué sucede en el psicópata?

Hay una base biológica que establece el soporte, pero el contexto lo pondrá sus vínculos y la sociedad en el que se geste el mismo. Para ser malo hace falta algo más que ser poco empático: hay que decidir hacer el mal en lugar del bien. Al psicópata lo define el precio que está dispuesto a pagar y a cambio de qué beneficio. Es decir, la maldad es el resultado de un dilema moral. Todos lo resolvemos de manera muy similar. Nos diferencia dónde colocamos los límites. Esta diferencia es la que nos ubica en el 99% restante.

¿Pero que sucede cuando esta apertura es menor? Que permite que crezca la psicopatía socialmente en porcentaje cuando el mismo es nuestro jefe o nuestro representante político?

La sociedad termina compartiendo y tolerado los valores que él defiende. Como cultura entendemos su abuso. Cuanto mayor es el valor que otorgamos, culturalmente justificamos la moral o el medio que justificó tal fin.

Solo pongamos a prueba nuestra imaginación:  al llevarnos a una circunstancia en la cual debemos realizar una competencia, si nuestro contrincante es de gran agrado, emocionalmente nos regiremos respecto de las reglas acordadas, pero si el mismo, no es de nuestra mayor simpatía hasta nos permitiríamos romper alguna de ellas. Y conste que no somos psicópatas.

Es esperable que socialmente por ende entandamos que existen personas que con solo apretar un botón pondrán en marcha un arma de destrucción masiva. O un asesino de jóvenes mujeres, pero a este último condenamos.

La maldad no tiene género, raza, profesión o edad. Es un acto que puede encontrarse a la vuelta de la esquina, y a veces la protege un pensamiento compartido, culturalmente aceptable. La maldad es una decisión tomada en un momento y en una circunstancia. No podemos saber qué haríamos cada uno de nosotros en una situación teórica. Podemos sospechar qué haríamos partiendo de la situación en la que estamos en el momento en el que nos hacen la pregunta, pero solo será una aproximación. Únicamente la persona que ha hecho lo que ha hecho sabe por qué lo ha hecho y bajo qué circunstancias. No existe el determinismo. Al psicópata le cuesta menos que al resto hacer el mal, pero la personalidad solo es un factor más en el contexto.

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