Las personas también nos herimos a nosotras mismas. Una autoagresión emocional, de las muchas que podemos practicarnos, es descuidarnos a diario para priorizar a otros. Es caer siempre en las mismas relaciones dañinas, no saber poner límites y descuidar ese ser hermoso que se refleja en nuestro espejo. Cuando hablamos de autolesiones es común pensar casi al instante en una herida física. Es más, en la actualidad, es cada vez más común este tipo de autoagresión deliberada como forma de apaciguar (dramáticamente) la ira, el sufrimiento o la frustración. Ahora bien, por llamativo que nos parezca, hay algo aún más recurrente de lo que apenas se habla: son las autolesiones emocionales. Las lesiones no se llevan a cabo únicamente en el universo de lo físico, en el territorio de la piel y los sentidos. Sabemos que los golpes duelen, al igual que duelen las palabras. Es por ello, que casi nos resulta más fácil identificar esa forma de dolor que llega desde fuera y que nos provoca otros de infinitas y retorcidas maneras, bien mediante el desprecio, el maltrato, el vacío, los gritos, los engaños, etc.
Ahora bien… ¿y qué hay de esa forma de dolor que uno mismo se inflige? ¿Es eso posible, existen realmente las «autolesiones emocionales»? La respuesta es sencilla y rotunda, sí; de hecho son muy comunes, las practicamos todos nosotros con frecuencia y no somos conscientes de ello. Son heridas que, además, dejan graves secuelas. Son laceraciones a la autoestima, golpes directos a la propia dignidad que terminan supurando en forma de angustia o ansiedad. Poco a poco, la herida se infecta y trae consigo una depresión.
Las autolesiones emocionales se pueden definir como esos pensamientos y comportamientos que actúan en nuestra contra y que además, son claramente perjudiciales para nuestro bienestar emocional. Algo así nos obliga a reflexionar sobre el concepto de heridas como tal. Así, si bien es cierto que nos preocupan conductas como el cutting, risuka, o self injury que llevan a cabo muchos adolescentes al herir su cuerpo mediante cortes, está esta otra dimensión que pasa más desapercibida. Las autoagresiones emocionales son el sustrato de los trastornos del estado de ánimo, sobre todo si esa forma de lesión interna se practica de manera constante, día tras día.
En cada uno de nosotros hay una voz en off, una figura con látigo y otras herramientas de tortura con la que gusta martirizarnos. Lo hace en forma de boicoteo, convenciéndonos de que no valemos para ciertas cosas, llenándonos de inseguridad, recordándonos errores del ayer y poniendo lastres a nuestro potencial. Ahora bien, no nos equivoquemos, porque ese torturador tiene nuestro rostro y nuestra voz: somos nosotros mismos. Nosotros quienes le damos fuerza mediante el diálogo interno negativo, las ideas irracionales, los miedos sin sentido y ese discurso alimentado por la baja autoestima. Ese crítico interno es responsable de gran parte de nuestras lesiones emocionales.
Cuando hablamos de comportamientos que siguen un mismo patrón nos referimos a conductas que se repiten en el tiempo, que siguen una misma línea. ¿De qué manera relacionamos esto con las autolesiones emocionales? De un modo que a todos nos será familiar. Hay quien siempre acaba encontrando el mismo tipo de pareja afectiva: alguien narcisista y abusivo con establecer una vínculo dependiente. Es como caer una y otra vez en la misma piedra sin haber aprendido a identificarla y esquivarla. Este tipo de situaciones generan un doble sufrimiento y frustración recurrente. Porque no solo sentimos el dolor de esa relación dañina, sino que además, terminamos culpándonos a nosotros mismos por enamorarnos del mismo tipo de persona.
Hay personas con un corazón inmenso, una bondad infinita que no tiene límites ni medidas de protección. Y esto, tengámoslo claro, es un peligro. Ser noble, ser una persona accesible, dispuesta a ayudar, a hacer lo que sea posible por los demás es admirable. Sin embargo, en caso de no poner barreras de protección y de no saber decir «no» cuando es necesario, acaba generando numerosas lesiones emocionales. Son muchos los que se aprovechan de la bondad ajena y no dudan en usar a los demás como felpudos, como superficies que pisotear a voluntad. Evitémoslo, porque los efectos de estas situaciones son muy lesivas para la autoestima.
La vida no es solo trabajo ni rutina ni tampoco complacer a otros por mucho que los amemos. Una vida auténtica necesita pasión, proyectos que cumplir, ilusiones, poder hacer aquello que amamos, dedicarnos tiempo a nosotros a través de experiencias que nos emocionen, que nos hagan crecer. Si no tenemos ninguno de esos ingredientes, nos apagamos. Un día a día sin emoción e ilusión origina pequeñas lesiones internas que nadie ve, pero por esas heridas se escapa la esperanza, los sueños y también nosotros mismos. Hay que cuidar de ese sutil equilibrio entre obligaciones y placeres, entre trabajo y sueños, entre la pareja y uno mismo.
Si bien es cierto que la mayoría arrastramos más de una herida emocional en nuestro interior, siempre es buen momento para sanarnos. Costumbres como, dedicarnos tiempo, fortalecer la autoestima y cuidarnos con inmenso afecto irán suturando ese dolor para convertirnos en personas más valientes, fuertes y dispuestas a trabajar en su felicidad.