¿Por qué nos aferramos a relaciones destructivas?
-
¿Por qué solemos terminar en relaciones que nos lastiman o causan daño?
-
¿Cuál es la razón por la cual olvidamos relaciones que fueron agradables y que nos dejaron lindos recuerdos, pero no podemos olvidar aquellas que fueron tóxicas o en la sufrimos maltrato?
-
¿Por qué determinadas personas vuelven una y otra vez a buscar relaciones dañinas?
Existen infinidades de preguntas que solemos hacernos cuando una relación termina. Las respuestas pueden deberse a varios motivos.
Para empezar, debemos tomar en cuenta que el cerebro registra los acontecimientos inesperados de forma distintiva con respecto a la experiencia común y a la monotonía. En un contexto animal, este fenómeno es cardinal para asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. La dopamina ha demostrado ser la sustancia química cerebral más importante a la hora de subrayar determinadas vivencias: primero existe una percepción clara, después está el recuerdo y la reiteración del mismo.
Esta función es aplicable tanto a situaciones positivas como adversas, ya que que es tan importante grabar el lugar propicio para abastecerse de nutrientes como evitar aquél que comporta peligros que no pueden asumirse. Las neuronas introducen especiales cantidades de calcio en las situaciones en que el ser humano se expone a catástrofes, situaciones violentas como guerras o traumas vitales, como una agresión.
Si utilizamos esta explicación al “amor”, entonces es importante intentar conquistar a quien deseamos como detectar y evitar el dolor asociado al maltrato, daño o abandono. Sin embargo, algunas experiencias amorosas pueden generar reacciones cerebrales análogas. Un proceso químico similar podría estar implicado tanto en el enamoramiento como en las experiencias vividas en el pasado mientras transitamos un duelo. Nos quedamos como “estancados” en los recuerdos lindos cuando la relación ha sido rota. Quien ha sido lastimado o ha estado en una relación tóxica, no puede olvidarse de ella.
En esta encrucijada neurobiológica del sistema dopaminérgico podría cifrarse este “padecimiento” a personas y relaciones claramente destructivas, casi como si de una adicción y de síntomas de abstinencia se tratase. Sin embargo, no basta con esta hipótesis bioquímica para explicar otra peculiaridad acompañante.
No parece compatible con nuestra discutible racionalidad repetir experiencias que ya se han demostrado catastróficas. Para complementar la explicación neurobiológica, la teoría psicológica, ya sea de corte cognitivo o psicoanalítica, apelan a la experimentación de vivencias adversas, abandonos y vicisitudes en épocas tempranas de la vida.
Como demuestran los estudios de seguimiento de niños que sufrieron abandono o maltrato, las probabilidades de estos niños de desarrollar relaciones futuras donde el maltrato esté presente es muy superior a la de los niños sin estas experiencias. La forma de amar de estas personas, puede quedar determinada por la coincidencia de haber recibido agresión y cuidado de una misma persona. Por otro lado, su extraordinario terror al abandono cierra el círculo vicioso que nos lleva siempre a intentar buscar parejas en las cuales siempre vamos a salir dañados.
Por otra parte, quien está costumbrado a generar daño o lastimar, lo hace porque es lo que ha aprendido en su infancia. No es obvio para quienes han vivido que los responsables de cuidarlos y protegerlos eran al mismo tiempo quienes los dañaban. Sucede lo contrario: ambos aspectos (amor y agresión) quedan fundidos e interrelacionados (aunque sea difícil para la persona conceptualizar amor allí donde no hay agresión, o dejar de agredir cuando desean expresar amor.
Por otra lado, es importante destacar que el cerebro tiende a repetir protocolos para ahorrar energía, entonces cuando el cerebro hace algo muchas veces, llega un momento en el que no sabe hacerlo de otra manera. Es así como finalmente nos hacemos adictos a la manera en la que nos controlamos a nosotros mismos, pero eso que en algún momento nos resulto placentero y útil, luego nos termina lastimando y nos resulta desastroso.
En resúmen
Nuestra infancia es un factor determinante de cómo en nuestra vida como adultos formamos, desarrollamos y mantenemos nuestras relaciones. La obsesión por una persona, no es amor, y nos puede llevar a trastornos importantes como: la extrema dependencia, dificultades en nuestra vida social, baja autoestima, intolerancia a la frustración, e incluso a pasar por algo parecido al síndrome de abstinencia.
Si una persona se encuentra inmersa en una relación tóxica, (aquella en la que la persona que quiere le hace daño), necesita regularse para conseguir superarlo. Pero, esto puede resultar una tarea sumamente complicada y difícil. Cuanto mayor fue el miedo en la infancia, más rígido va a ser el aprendizaje, más difícil de cambiar.
Cuando hay una dependencia, lo que nos exige es regularnos, pasar ese síndrome de abstinencia, pero eso no se hace en un día, se llega poco a poco. Para alcanzar esta regulación, lo más importante es poder apoyarnos en otra persona y hacer terapia. Podemos buscar ayuda no sólo en profesionales, sino también en familiares y en amistades para así poder salir adelante y no vivir la vida cometiendo siempre y de forma constante el mismo error, que, en definitiva, nos irá hundiendo cada vez más y más.