Somos lo que pensamos
Así como en su momento surgió la frase (y también el libro) “Somos lo que comemos”, nuestra mente, a través del material cognitivo con el que trabaja, tiene un gran poder. Nuestros pensamientos pueden cambiar la manera en que nos comportamos, las decisiones que tomamos y los sentimientos que experimentamos. Es decir que nos influyen mucho, más de lo que creemos.
Con frecuencia decimos “estoy cansado, no doy más” e inmediatamente después, tener ganas de irnos a descansar. Es así como, todo depende de aquello que pensamos. No olvidemos que el cuerpo y el cerebro trabajan para complacernos, y especialmente el primero tiende a hacerlo a corto plazo. Sin embargo, también pueden llegar a ser una especie de genio de la lámpara que obedece sin protestar los deseos de su amo.
A diferencia de lo que creemos, no es la mente la que nos dice lo que tenemos que hacer o cómo debemos sentirnos… sino todo lo contrario. Somos los responsables de cómo nos sentimos. De lo que pensamos. No podemos echar la culpa al entorno, a los políticos, a la economía o a nuestro jefe… todo reside en nuestro interior. Claro que siempre es mucho más fácil buscar el responsable en el otro o en algo ajeno. De esta manera no tenemos la posibilidad de aprender, cambiar y mejorar.
Las maratones son una de las pruebas de resistencia que más demandan de nuestro físico, pero también de nuestra mente y lo que pensamos mientras corremos. Además de requerir una buena preparación física también demandan un entrenamiento mental. ¿Por qué? Porque en el momento en que el cuerpo no puede más es el cerebro el que ayuda a seguir adelante… aunque después el dolor sea tan grande que no haya calmante que pueda atenuarlo. Sin necesidad de convertirnos en “maratonistas” para probar esta teoría, pensemos en las veces en que estábamos a punto de darnos por vencidos por el sueño, el cansancio o la rutina y nos dijimos “puedo seguir”, “estoy bien” o “lo voy terminar”. Es probable que en ese momento consiguieras un plus de energía para continuar y luego caer extenuado en la cama.
Tampoco se trata de ser la persona más positiva del mundo y andar por la vida buscando el medio vaso lleno de cada situación, sino de saber que hay pensamientos que nos ayudan y otros que nos perjudican. Hay que dejar de prestar atención a lo irrelevante y centrarnos en lo que realmente importa. Si las cosas dan vueltas mucho tiempo en nuestra cabeza, tenemos que tomarnos el tiempo para resolverlas y pasar a la siguiente tarea. Si no podés dormir porque tu mente es un torbellino de ideas, tené un cuaderno a mano y aprovechá ese aluvión de creatividad para solucionar algunos de tus problemas.
No debemos malgastar nuestra energía en “rumiar” las cosas malas. Mejor aprovechar el tiempo y los recursos para encontrar una solución a los problemas. Es importante recordar no todo tiene por qué ser racional… y permitirnos un poco de improvisación en nuestra vida. Si bien hay cosas basadas en la lógica, existen otras (muchas) que están más ligadas a las emociones, sensaciones e intuiciones.
Aprendé a vivir con incertidumbre, aunque sea en una mínima dosis. Tomá decisiones que también requieran ciertos riesgos y considerá los errores como parte de las reglas del juego. Evitá las autopresiones y aceptá que sos imperfecto/a… eso disminuirá los niveles de temor y ansiedad y como consecuencia, las equivocaciones. Un excelente ejercicio que nos puede ayudar a desestimar las ideas negativas es reirnos de nuestras propias ocurrencias. Ver la parte divertida de lo que nos sucede sirve para liberar un poco de tensión y aprender a buscar lo positivo de la situación.
Seguramente, los pensamientos son negativos, caprichosos y egoístas y lo único que buscan es hacernos sentir tristes, angustiados, enojados o vengativos. Si hacemos caso omiso de esas palabras y llevamos el foco hacia otro lugar, podremos mantener el control de nuestra mente y evitar que sea la propia inercia la que nos gobierne. Recuperado el control sobre la herramienta más poderosa con la que contamos, podremos darle el material cognitivo que a nosotros nos interese, para que ella -junto a nuestro cuerpo- se sienta bien.