La adversidad tiene un curioso efecto. Puede aflorar en nosotros talentos que desconocíamos por completo; fortalezas psicológicas que actúan como bálsamo y catapultan a la vez; habilidades que nos permiten afrontar un poco mejor las dificultades, aplacar los miedos, reducir el ovillo de esa ansiedad que todo lo enreda y paraliza… Sin embargo, ojalá no tuviéramos que hacer uso de estos «dones» dormidos. Ojalá los tiempos difíciles no llamaran nunca a nuestra puerta. Nos encantaría poder llevar una vida en la que ser inmunes al sufrimiento, donde el destino y sus reveses de último momento no paralizaran nuestro mundo sin permiso ni preaviso. Y, sin embargo, sucede.
Las fortalezas psicológicas no tienen nada que ver con la resistencia, con ser fuertes e infalibles ante la adversidad. Se trata de ser capaces de aceptar esas situaciones y transitar por ellas con flexibilidad, calma y esperanza, haciendo una gestión inteligente de nuestras emociones.
Como bien señalaba el psicólogo cognitivo Albert Ellis, uno de los principales enemigos psicológicos que tenemos las personas es nuestra necesidad de que la vida nos trate siempre bien, de que el devenir de nuestra existencia sea siempre fácil, inocua, gratificante. No toleramos demasiado bien la adversidad. Sin embargo… ¿cómo hacerlo? Nadie nos ha preparado para ello y la gran parte del tiempo disfrutamos de un día a día plácido donde todo queda bajo control. Tenemos pleno derecho a una vida así, feliz, segura y satisfecha donde no saber qué son los tiempos difíciles. Ahora bien, en caso de que estos aparezcan, tenemos la obligación de actuar y para ellos, contamos con algunos mecanismos.
En el año 2004, Martin Seligman, padre de la psicología positiva enfocó este análisis sobre la felicidad porque deseaba comprender qué enfoques aplicaban las personas felices para lograr ese estado de satisfacción y plenitud. Con los años, y a pesar de que el estudio de la felicidad sigue siendo un tema candente, el campo de la psicología se interesa más por otra vertiente. Hablamos de la resiliencia y de esa capacidad a la hora de manejar y afrontar la adversidad.
5 fortalezas psicológicas para enfrentar situaciones críticas
1. La aceptación
A veces, a la hora de hacer frente a una situación dura y compleja, no sirve de mucho la fuerza de voluntad. Es más, la mayoría de las ocasiones no estamos obligados a pelear, sino a quedarnos quietos, a aceptar la realidad. Aunque nos sorprenda, esta es una de las fortalezas psicológicas más valiosas, saber ver las cosas tal y como son, asumirlas y no hacer nada más. Sin resistencia, sin negación.
2. El autocontrol
Este término puede ser ambiguo y es necesario clarificarlo. Cuando hablamos de fortalezas psicológicas, por ejemplo, es común asumir que la palabra «fuerza» se asocia a ideas como resistencia, capacidad de aguante, coraje, etc. Autocontrol puede confundirse con la capacidad para controlarse a uno mismo e incluso de reprimir emociones. Nada más lejos de la realidad. Autocontrol es regulación, es ser capaz de modular nuestras reacciones. Esto implica ser capaces de entender y aceptar nuestras emociones, pero sin encapsularlas o negarlas. Significa, también, no dar poder a los pensamientos irracionales, esos que nos hacen caer en conductas de pánico que tan poco nos ayudan. Es lograr que nuestra mente, emociones y conductas vayan a favor de nuestros intereses.
3. El Sentido y propósito
La adversidad por sí misma nunca tendrá sentido. No hay nada tan ilógico, hueco y frío como una pérdida. Sin embargo, hay un aspecto que debemos entender y que actúa como una de las mejores fortalezas psicológicas: en medio de la más compleja dificultad, no dejemos nunca de tener presente nuestro sentido de la vida, nuestros propósitos. Recordar el significado que tiene para nosotros la vida nos servirá de amarre.
4. La curiosidad
En ella está la apertura para comprender y aceptar lo que ocurre a nuestro alrededor. Está también la capacidad de aceptar la incertidumbre, de entender que no todo lo que sucede queda bajo nuestro control. Lo imprevisto es parte del cambio y el cambio de la vida. En este contexto, siempre podemos reaccionar de manera original, haciendo uso de estrategias que nos sirvan de ayuda y de catarsis.
5. Saber dar y recibir ayuda
Pedir ayuda es un reto para valientes… cuando reconocer una debilidad con frecuencia nos hace más fuertes. Porque fuerte no es el que más aguanta sin levantar la mano, el que prefiere el daño a que quede en cuestión su autonomía o liderazgo. En realidad, saber caer es un acto de valentía y de necesidad. Permitirnos pedir ayuda cuando es algo valioso y necesario. Por otro lado, y no menos importante, se halla el arte de ofrecer una buena ayuda, de la que no se queda solo en las palabras y las buenas intenciones. La ayuda más valiosa es la que actúa, la que sabe estar presente sin avasallar ni enjuiciar.
Para concluir, como bien decía Charles Dickens, a veces pasan cosas que rompen nuestro corazón, haciéndonos creer que vamos a morir de dolor. Y, sin embargo, nos sobreponemos. La resistencia del ser humano es todo un misterio, al final nos levantamos y casi sin saber cómo volvemos a caminar y a respirar nuevamente.