Los ataques de pánico son conocidos por el malestar intenso, cargado de miedo, que producen. Pueden aparecer en cualquier momento por lo que muchas veces son inesperados. Además, es común que no exista una causa directa y evidente a la que la persona que los sufre los pueda asociar. De alguna manera, es como si nuestro cuerpo se sintiera amenazado, sin que exista un peligro real. El cuerpo reacciona como si se nos hubiera presentado ante nosotros el mayor de nuestros temores. Lógicamente, nuestra mente no consigue entender nada. ¿Por qué? ¿Qué ha desencadenado todo esto? No entiendo nada. Nuestra cabeza no entiende esta reacción inesperada e impredecible de nuestro cuerpo. Y eso es lo más aterrador.
Una de las sensaciones que peor toleramos, aunque hay grandes diferencias individuales, es la incertidumbre. La impredictibilidad. Con los ataques, la falta de recursos para predecirlos o relacionarlos con una causa muchas veces termina generando más ansiedad que los propios ataques. Cuando estamos en pleno ataque de pánico, las sensaciones fisiológicas, como palpitaciones, sudoración en las manos y otras zonas de nuestro cuerpo, que actúan como correlato de lo que nos sucede son varias.
Además, a un nivel emocional es común que aparezca el miedo a morir, a desmayarnos, a perder el control o a volvernos locos. Nos acechan miedos que pueden llegar a paralizarnos por completo. También, puede aparecer dolor en el pecho. Nos podremos marear, tener sensación de ahogo y dificultad para respirar y pueden aparecer las náuseas… Además, a veces hace acto de presencia una sensación de irrealidad que nos invade por completo. Es como si saliésemos de nuestro cuerpo y nos observáramos desde fuera. Observamos expectantes nuestro cuerpo desde un puesto de vigilancia exterior. Una sensación que muchas veces se experimenta con mucho terror.
Pero ¿qué pasa cuando nos vamos a acostar? Suponemos que ese momento es un momento de calma. Uno en el que podemos dejar las preocupaciones a un lado y por fin dormir. «Dormimos» nuestras preocupaciones. Las dejamos a un lado (al menos hasta que volvamos a recuperar nuestra aletargada consciencia). Lo cierto es que los ataques de pánico nos pueden acechar de noche. Sin previo aviso. Al menos los ataques de pánico diurnos pueden ser previstos en cierta manera. Hay signos que podemos empezar a observar y somos conscientes de ellos. Podemos retirarnos a una parte segura o salir del lugar cuando estamos, por ejemplo, en una multitud.
En cambio, los ataques de pánico nocturnos son completamente imprevisibles. Suelen ocurrir antes de la fase REM. Por ello no somos conscientes de ellos hasta que nos despertamos. Este despertar siempre es abrupto y se produce de una manera muy brusca. Cuando nuestro cuerpo acumula tanta ansiedad que es como si explotara, muchas veces, mediante ataques de pánico. Hay personas que experimentan niveles de estrés muy acusados y que los expresan mediante estos ataques nocturnos, justamente cuando bajan la guardia. Nos despertamos aterrorizados, no entendemos qué nos está pasando. Los segundos se hacen eternos. La angustia se mezcla con una sensación de extrañeza e irrealidad debido al momento en que ha aparecido.
La manera de tratar esta angustia nocturna tiene su punto de partida en esa ansiedad diurna irresuelta. A su vez es importante trabajar esa «fobia» que puede aparecer cada vez que termina el día y hemos de entrar en nuestro dormitorio. Ya que los ataques de pánico nocturnos acaban generando ese miedo a dormir que habremos de combatir. Con una buena higiene del sueño crearemos y consolidaremos mejores hábitos de sueño. Eliminaremos todo aquello que nos esté perturbando a la hora de irnos a dormir. Desde cenar justo antes de acostarnos, hasta ver películas o series justo antes de acostarnos que nos dejen con ese tipo de sensación desagradable que a veces se encarna en el cuerpo.
Siempre podemos tomar estas medidas preventivas para despedirnos de los ataques de pánico nocturnos. No obstante es importante no obviar que gran parte de su existencia tiene que ver con los niveles de estrés, angustia o ansiedad que estamos soportando en nuestra vida diaria. Si observamos qué está pasando durante el día, quizás podamos obtener una pista muy valiosa sobre cómo empezar a combatir estos ataques repentinos que acechan en la noche.