Hay personas que son, por naturaleza, altamente sensibles y hay otras que en determinadas circunstancias se tornan extremadamente perceptivas y vulnerables. En ambos casos se produce un efecto que hace que se comporten como “esponjas emocionales”, es decir, como agentes que absorben fácilmente las emociones del entorno. Aunque en principio ese estado les da una cierta ventaja sobre los demás, dada su alta capacidad de percepción, también es un factor que los lleva a sobrecargarse emocionalmente. Por eso, no es raro que terminen siendo víctimas de una tensión extrema y de un estrés constante, que resulta muy difícil de disipar.
Las personas que sienten todo de manera “intensa” terminan agobiadas con mucha facilidad. Lo que es una virtud se convierte fácilmente en una carga. Desafortunadamente, también es frecuente que los demás las conviertan en receptoras de su propia sobrecarga, dada su empatía y su receptividad.
Esta clase de personas tienen algunas características que permiten identificarlas. En general, tienen una alta receptividad a la condición emocional de las demás personas individualmente, pero también de la atmósfera subjetiva de los grupos.
Las principales características de estas personas son:
- Son muy intuitivos. No necesitan que nadie les diga cómo se sienten para darse cuenta si están bien o mal. Lo captan fácilmente.
- Tienen empatía en exceso. No solo son capaces de ponerse en el lugar de otros, sino que además lo hacen de forma extrema. Es decir que llegan a sentir como propias las emociones de los demás.
- Se sienten responsables por el bienestar de los demás. En particular, creen que deben ayudar a otros cuando se encuentran mal. Se sienten disgustados consigo mismos si no lo hacen.
- Buscan soluciones para los problemas ajenos. Su excesiva empatía y apropiación del dolor ajeno, los lleva a que inviertan buena parte de su tiempo en reflexionar sobre la forma de resolverle los problemas a otros.
- Son sobrepasados por las emociones de otros. Para las personas “esponjas emocionales” es muy difícil sentirse si conocen el sufrimiento de otro. Literalmente, se apropian de esas emociones negativas.
- Atraen a personas tóxicas. Es fácil que terminen rodeadas de personas llenas de problemas, o de quienes buscan explotar emocionalmente a los demás.
- Priorizan a los demás. Estas personas actúan como si hubiera un mandato que los lleva a menoscabar su propio bienestar, en función del bienestar de otros.
La realidad es que llegan a hacerse daño a sí mismas, por su exceso de sensibilidad, empatía y solidaridad. Lo más frecuente es que desde muy pequeños se hayan acostumbrado a cargar con los problemas de otros, incluso de sus propios padres. Se les exige que comprendan y ayuden, simplemente porque tienen la facilidad y disposición para hacerlo. El problema es que, sin notarlo, estas personas tan sensibles terminan olvidándose de sí mismas, la mayoría de las veces impulsadas por los deseos egoístas de otros. Estos pueden llegar a utilizarlos o a visibilizarlos solamente cuando brindan su ayuda.
De este modo, la extrema sensibilidad y la enorme empatía les lleva a adoptar el rol de “reguladores emocionales” eternos. El costo puede ser muy alto, porque puede llegar un punto en que se hagan invisibles para sí mismos, transformándose en víctimas potenciales de abusos emocionales. Una persona emocionalmente muy sensible puede llegar a desdibujar su identidad, precisamente por la gran influencia que ejercen otros en sus emociones.
Un ejemplo lo ilustra mejor: Una madre le dice a su hijo que es insensible porque no llama con frecuencia. Sin embargo, si se examina la situación en detalle, las cosas podrían ser exactamente opuestas a como las plantea la madre. Quizás es ella quien es insensible con su hijo, al culparle por sus propias limitaciones. Este tipo de conductas corresponden a un mecanismo de defensa llamado “identificación proyectiva”. En primer lugar, lo que una persona “esponja emocional” puede hacer es concienciarse de lo expuesta que está expuesta a ser víctima de conductas tóxicas. Luego, es necesario aprender a gestionar el sentimiento de culpa, digiriéndolo e impidiendo que este gobierne sus actos. La solución pasa también por aprender a poner en valor los propios sentimientos, poniendo límites para los demás donde sea necesario.