Hay muchos tipos de memoria pero quizás la más extraordinaria, a la vez que efímera, sea la memoria sensorial. Tocar una taza de té muy caliente, el olor de una flor, el sonido las olas… el de un vidrio que se rompe… Toda esta información sensorial queda guardada en nuestro cuerpo durante unos segundos, aunque el estímulo original ya no está presente. La memoria de nuestros sentidos nos permite retener la información obtenida a través del tacto, el oído o el gusto durante unos breves segundos. Los suficientes para que el cerebro pueda procesarlos y decidir si esa información es útil o debe desecharse. Todos estos procesos perceptivos son los que nos permiten adaptarnos y comprender mejor nuestro entorno. Gracias a nuestros sentidos podemos identificar, reaccionar ante los peligros, entender lo que nos envuelve, movernos con naturalidad y disfrutar de todo aquello que conforma nuestro mundo.
Nuestro cuerpo también tiene memoria. Un ejemplo: la sensación de una caricia queda impresa en nuestra piel durante 3 segundos. Durante ese brevísimo instante de tiempo nuestro cerebro procesará dicho estímulo y decidirá además, si merece ser recordado u olvidado. La psicología científica se ha centrado durante mucho tiempo en este tipo de procesos para comprender mejor cómo se almacenan, guardan o recuperan los recuerdos. Es un campo muy interesante que nos permite descubrir, entre otras cosas, que el ojo humano es capaz de recordar hasta 12 estímulos visuales.
La memoria sensorial es un campo relativamente nuevo en el mundo de la psicología. En el año 1967 nos encontramos por primera vez con este término. Fue Ulric Gustav Neisser quien acuñó el término “memoria sensorial”. Este psicólogo de origen alemán y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos presentó ante la comunidad científica un nuevo modelo sobre la memoria tan interesante como decisivo. Explicaba cómo nuestros sentidos eran capaces de guardar la experiencia de un estímulo durante un breve tiempo con un fin muy concreto. Esa finalidad es la de discriminar si cada estímulo experimentado merece la pena recordarse o no. Si el cerebro considera que debemos recordarlo, elegirá guardarlo o bien en la memoria de trabajo o en la memoria a largo plazo. Además, este el doctor también nos reveló que la memoria sensorial se caracteriza a su vez por diferenciarse en 3 categorías. Cada una de ellas se asocia a un sentido, a uno de esos “canales” a través de los cuales interaccionamos con lo que nos rodea.
La memoria háptica
Tocar un cubito de hielo, sentir el pinchazo de la espina de una flor, saber si una pieza de ropa está húmeda o seca, abrazar a alguien… Todas esas sensaciones son procesadas por nuestra piel, y en especial por nuestras manos. Nuestros sentidos cutáneos conforman lo que se conoce como memoria háptica, ahí donde destaca sobre todo el poder memorístico de la yema de nuestros dedos. Un ejemplo: si la hoja de un árbol cae sobre nuestro hombro desnudo, dicha sensación en ese espacio concreto de nuestra piel durará apenas tres segundos pero, si hundimos nuestro dedo en la tierra húmeda para plantar una semilla, esa sensación durará 8 segundos. Todo ello nos revela la gran importancia que tienen nuestras manos para relacionarnos con el entorno.
La memoria sensorial ecoica
Esta es mucho más breve que la háptica: retiene los estímulos auditivos durante poco más de 100 milisegundos. Implica que cuando oímos cualquier sonido, lo retendremos durante ese breve fragmento de tiempo; el suficiente para realizar una “fotografía” sensorial y lograr que el cerebro elija si guardarlo en la memoria a corto o a largo plazo. Por otro lado, cabe puntualizar un pequeño aspecto. El cerebro discrimina los sonidos de las palabras. No es lo mismo el sonido de una puerta cerrándose que la voz de nuestro hijo pidiéndonos algo desde su habitación. De este modo, si lo que escuchan nuestros oídos son palabras, la memoria sensorial es mucho más afinada y guarda esos estímulos durante dos segundos. De este modo, el cerebro tiene un poco más de tiempo para llevar a cabo su análisis.
La memoria icónica
Es la más estudiada en el campo de la fisiología, neurociencia, medicina y psicología. Los trabajos del doctor Neisser, sumados a los de Sakkit (1976) y Long (1979) y Breitmeyer (1984) nos demostraron, por ejemplo, que el ojo humano es capaz de retener en esa memoria icónica entre 7 y 12 estímulos o ítems. Los almacenamos durante apenas 250 milisegundos. Esto significa que durante ese breve instante de tiempo, capturamos auténticas fotografías visuales con todo lujo de detalles. No obstante, el cerebro termina desechando gran parte de esa información. De cada cosa que vemos a lo largo del día son muy pocas las que llegan a la memoria a largo plazo. Y cuando lo hacen, es porque hay detrás o un componente emocional o algún tipo de dato que nuestro cerebro ha entendido como útil.
Cabe señalar que todos estos procesos de selección escapan a nuestro control. Es algo automático, un proceso que llevamos a cabo casi a cada instante sin darnos cuenta. La memoria sensorial se alza sin duda como un tema tan interesante como lleno de enigmas aún. A lo largo del día gran parte de la información que reciben nuestros sentidos se pierde. El cerebro lleva a cabo una tarea tan precisa como compleja para permitirnos guardar solo aquellos datos que nos beneficien en algo. Con ello, nos hace la vida más fácil, más segura, a la vez que significativa.