La mente en crisis no atiende a razones, responde a los instintos y se limita solo a dejarnos suspendidos en estado de supervivencia. Uno puede comunicar, ir y venir del trabajo, socializar, etc. Sin embargo, somos conscientes de que, en medio de esa aparente normalidad, nada parece tener sentido y cada vez nos sentimos más perdidos y atrapados por la sensación de angustia.
Decía Albert Einstein que las crisis siempre son necesarias; actúan, al fin y al cabo, como impulsoras de ese cambio que las sociedades y las personas necesitan para actualizarse. Sin embargo, ¿cómo hacerlo? ¿cómo aplicar ese enfoque tan constructivo? Si algo sabemos sobre estas situaciones es que nos dejan atascados, atrapados en la duda constante, en un mar de interrogantes en el que navega el miedo y las dudas. No es fácil.
Es más, para comprender la trascendencia de estas situaciones vitalesvale la pena recordar lo que señalaba Hipócrates en su día. Argumentaba que la palabra crisis tenía su raíz en el sánscrito: kibh (cortar) y se había asimilado con el griego para conformar el término krisis, que significaba ‘tener que decidir’. El padre de la medicina occidental insistía en que estos periodos situaban a la persona en un momento decisivo a partir del cual se puede salir bien o mal parados. Es decir, estas situaciones no nos impulsan de manera automática hacia un avance. Debemos promoverlo nosotros mismos cuidando de una serie de factores emocionales, cognitivos y motivacionales.
Las crisis son poliédricas. Tienen muchas formas:
- personales, debido a determinadas transiciones
- originadas por factores sociales
- por situaciones afectivas
- por motivos laborales
- existenciales
Más allá del desencadenante hay un hecho innegable : la mente en crisis siempre reacciona y actúa del mismo modo.
En primer lugar, lo que vemos ante nosotros es la ruptura absoluta de nuestra estabilidad. Hay un obstáculo que imposibilita nuestro avance y el que podamos continuar con todo lo que dábamos por sentado. Ese algo que interfiere nuestro equilibrio nos supera porque no tenemos modo o estrategias para saber cómo hacerle frente. Y algo así lo que genera es una clara sensación de pérdida de control y angustia.
La mente en crisis lo que experimenta es estrés y, generalmente, se vive con una sobrecarga de emociones contrapuestas, de pensamientos caóticos y la sensación de no saber cómo actuar. Son periodos de elevada tensión psicológica en los que es común derivar en ideas obsesivas como «no voy a poder con esto» o «todo va cada vez peor». También, en resistencias, «esto no tenía que haber pasado», e, incluso, en la búsqueda de culpables, «esto es por mi jefe que me tiene manía, por esta familia que no me respeta o por estos políticos que todo lo hacen mal». Este tipo de flujo mental intensifica aún más el sufrimiento de manera que derivamos en un círculo de lucha-huida constante, de querer actuar y al mismo tiempo escapar de esa situación que nos supera.
La mente en crisis va evolucionando a lo largo de 8 semanas. Durante ese tiempo puede o bien hallar soluciones y avanzar o caer en un estado de mayor indefensión.
A lo largo de ese tiempo es común que la persona pase por 4 fases muy concretas:
- Shock e impacto ante el hecho estresante.
- Desorganización psíquica. Momento en que nuestras emociones y flujo mental es complejo, angustiante y con elevado sufrimiento.
- Resolución. La persona busca una estrategia de afrontamiento.
- Avance o vuelta a empezar. La aplicación de esas herramientas de cambio y afrontamiento pueden tener éxito o no. En caso de que no lo hagan, volveremos al principio, a experimentar frustración, a pensar en nuevas salidas… Ahora bien, cuando la persona ve que cae en ese primer intento, todo se vive con gran agotamiento mental y físico. De hecho, es común que en ocasiones decidan no actuar, lo cual deriva ya en estados depresivos, de ansiedad, etc.
¿Cómo manejar estas situaciones?
- El primer paso para dar calma a una mente en crisis es atender esos estados emocionales que la atenazan. Pensemos en ese universo mental como en aguas que están sucias, llenas de hojas, de limo… Todo ello lo provoca el estrés, la angustia, el miedo, etc. Hay que «aclarar» esas aguas para poder ver qué hay debajo, qué problemas de fondo existen y poder resolverlos con mayor claridad y calma.
- El segundo paso consiste en redefinir y reconstruir. Debemos entender que una crisis supone una ruptura, algo que dábamos por sentado ha cambiado o ya no existe. Asimismo, también una parte de nosotros mismos se ha destruido en ese proceso y, por tanto, estamos obligados a redefinirnos de nuevo, a crear un nuevo «yo» que pueda ser capaz de afrontar y manejar esa etapa que hay por delante.
- Por último, debemos entrenar nuevas habilidades de vida, como son la autoconfianza, la autoestima, la resolución de problemas, la correcta gestión del estrés, un enfoque más positivo sobre las cosas y, también, cómo no, la resiliencia.
Como bien señalaba Confucio, «la persona sabia siempre está atenta a la no permanencia de las cosas». Los cambios en nuestro día a día son constantes y debemos aprender a manejarlos.