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Cómo mantener la mente sana frente a una pandemia

La crisis sanitaria y económica que estamos sufriendo por la propagación del Coronavirus (COVID-19), junto con las medidas de contención decretadas por el gobierno, nos han llevado a un estado emocional de excepción. La incertidumbre, la indefensión, el aislamiento y el confinamiento, van a provocar un gran impacto en el equilibrio mental de muchas personas.

Desde hace un mes que vivimos un estado de alerta, en el que, además de tener que permanecer encerrados en nuestros hogares (se ha limitado la salida fuera de casa a lo estrictamente necesario), se han cerrado colegios, los espacios de ocio, clubes, Bancos, restaurantes y bares, y todos aquellos establecimientos que no son considerados como de primera necesidad.

Este escenario, totalmente inaudito, nos recuerda inconscientemente a todas las películas apocalípticas que hemos conocido desde los años ’80 y nos induce un estado mental, conocido por los psicólogos como “ansiedad por anticipación”. Casi sin poder controlarlo, nuestra mente se adelanta a los acontecimientos y se imagina la peor de las situaciones posibles. La preocupación por poder enfermar, la obsesión por las noticias relacionadas con el Coronavirus, pensar que va a ocurrir algo terrible (aunque nos digan que se están tomando las medidas necesarias para no colapsar el sistema sanitario), tomarse constantemente la temperatura corporal y vigilar todos los posibles síntomas, son algunas de las señales que pueden alertarnos de que estamos afrontando la crisis con excesiva ansiedad.

¿Qué podemos hacer para enfrentar esta situación?

Las imágenes de personas comprando de forma compulsiva –desde mascarillas y alcohol en gel, vitamica C, ibuprofeno, paracetamol, hasta cantidades descomunales de comida y otros productos tan prescindibles como el papel higiénico– se han repetido en todos los países en los que se ha decretado el estado de alerta por el coronavirus. ¿Por qué tantas personas responden a esta situación realizando compras irracionales? En realidad, es el miedo a lo desconocido y el pánico ante una amenaza que no podemos controlar, lo que se encuentra tras esta respuesta tan dramática. La idea que subyace a esta reacción es que, a pesar de vivir en una sociedad desarrollada y tecnológica, somos vulnerables y la muerte puede encontrarnos a la vuelta de la esquina.

Este sentimiento de peligro inminente anula nuestra capacidad de análisis y activa las respuestas más primitivas de alerta y huida. La amígdala es una pequeña estructura de nuestro cerebro interno que se encarga de dar respuestas rápidas ante estímulos amenazantes o peligrosos. También se le llama “cerebro reptiliano”, para diferenciarlo de otras estructuras más superiores, que se encargan del análisis. Precisamente, la amígdala, activada por el miedo, es la que nos empuja a actuar de forma impulsiva y a tomar decisiones irracionales como, por ejemplo, comprar cientos de mascarillas, en lugar de hacer algo tan sencillo y eficaz como lavarnos las manos.

Para evitar caer en el pánico no hay que olvidarse de que las imágenes alarmistas que nos transmiten los medios y la sobreinformación sin filtro veraz y científico (fake news) , nos hacen percibir una mayor amenaza de la que realmente existe. Si detectamos que nos estamos dejando llevar por el alarmismo, quizás nos convenga abandonar los grupos de whatsapp tóxicos (a través de los cuales nos puede estar llegando demasiada información de poca calidad), consultar medios de comunicación serios y, sobre todo, mantenernos críticos en todo momento.

Debemos valorar todas las iniciativas positivas y solidarias que se están dando. Desde las miles de personas que donan sangre, hasta los profesionales de la salud que están al pie del cañón, luchando a diario contra el coronavirus exponiéndose a ser infectados. Además de las cientos de iniciativas que ofrecen servicios on-line gratuitos para ayudar a las familias en las semanas de confinamiento que tenemos por delante. Todos estos gestos cargados de empatía y altruismo, tanto los grandes como los pequeños, han de ser tenidos en cuenta, ya que nos ayudan a mantener la esperanza y a confiar en la resiliencia del ser humano.

El estado de alerta en el que nos encontramos conlleva adaptarnos, por unos días, a nuevas realidades. Para muchos, esto significa tener que trabajar, por primera vez, desde casa compatibilizando su labor con el cuidado de los hijos, para otros el mayor cambio va a ser el pasar de llevar una vida muy social a tener que estar muchos días encerrados en su hogar sin –aparentemente– nada que hacer. Este cambio en las rutinas habituales puede convertirse en fuente de intensas preocupaciones. Además, muchas personas no están acostumbradas a pasar tanto tiempo en sus casas o tienen más necesidad de hacer actividades al aire libre, y se angustian cuando piensan en todo el tiempo que les queda por estar “encerradas”. Ante estas cuestiones, lo mejor que podemos hacer es flexibilizar nuestra postura y adaptarnos a la nueva situación, sabiendo que es algo temporal que no va a durar para siempre.

¿Cómo podemos hacerlo sin perder nuestro equilibrio mental?

Estamos ante un momento histórico en el que nuestra sociedad, tan individualista, debe revisar sus preferencias. Tenemos que poner en práctica, de nuevo, el carácter de cooperación y comunidad del ser humano que en la prehistoria llevó a una especie tan débil y desfavorecida como la nuestra, a sobrevivir y evolucionar en un ambiente profundamente hostil.

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