Querer no es poseer y aún menos controlar. Sin embargo, la persona celosa acaba aplicando comportamientos pasivo-agresivos, ahí donde la hipervigilancia, la desconfianza e incluso el chantaje va generando un profundo desgaste.
Los celos y la agresividad pasiva van habitualmente de la mano. Estas dimensiones son, desde un punto de vista psicológico, un tipo de emoción tan compleja como letal, ahí donde confluye desde el miedo al abandono, el sentimiento de humillación y por supuesto, la ira. Así, el hecho de sentir celos es algo que, como bien sabemos, no sabe de edad, género o cultura y que genera, a su vez, situaciones tan peligrosas como destructivas.
Algo que, sin duda, llama la atención en las obras de Shakespeare cuando profundizamos en ellas es su habilidad para retratar todo ese caleidoscopio de emociones, rasgos y situaciones que tanto definen al ser humano. Así, uno de sus legados más llamativos sigue siendo Othello, destacando por encima de todo el personaje de uno de los villanos más singulares a la vez que maquiavélicos: Yago. El hábil y malicioso servidor de Othelo fue el responsable de que este último acabara perdiendo la cabeza al hacerle creer que Desdémona, su esposa, le era infiel. Yago venía a simbolizar esa voz interna obsesiva y perniciosa que alimenta el fuego de la celotipia. Representaba a la perfección nuestra mente obsesiva y desconfiada, un eco mental que da forma al filo de esos celos que, poco a poco, se abren paso de manera persistente y caen hasta el precipicio de la fatalidad.
Experimentar celos es una enfermedad del espíritu y nuestro peor enemigo. Los celos y la agresividad pasiva son dos dimensiones que orbitan juntas por un hecho muy concreto. Las personas celosas no demuestran esta emoción de forma directa y abierta. Es decir, uno no se acerca a su pareja y le indica con total asertividad que se siente ofendido cuando habla con otros, que experimenta rabia y humillación cuando sonríe y pasa tiempo con otras personas. En su lugar, lo que se hace, con frecuencia, es aplicar la agresividad pasiva, ahí donde en lugar de palabras, se utilizan reproches, chantajes encubiertos, desprecios de manera constante, castigos indirectos donde recurrir al silencio, a la indiferencia… Es un tipo de agresividad que al inicio se sirve en frío, pero que en ocasiones puede ir madurando hasta derivar en una agresividad más activa y por supuesto, lesiva.
Hay un hecho llamativo que el propio William Shakespeare representó a la perfección con los personajes de Yago y Othelo. Los celos resuenan en la persona como un alter ego, como una voz exterior a nosotros que se instala y nos secuestra. Esa figura alimenta el miedo a ser abandonados y traicionados. Nos inyecta la desconfianza y nos alerta de peligros inexistentes, de engaños, sitúa nuestra mirada en señales y da por ciertas ideas descabelladas que de pronto se vuelven razonables. Esa voz simboliza el «yo amenazado», esa parte de nosotros mismos que se siente vulnerada y que, poco a poco, acaba desplegando comportamientos pasivo-agresivos.
Hay teorías que hablan, efectivamente, de una base genética en este tipo de comportamientos. Los celos y la agresividad pasiva conforman un tipo de lógica oscura que, según una parte de la psicología y la antropología, estaría en nuestros genes. Según este enfoque, el ser humano es el resultado de esa evolución que se ha basado en la supervivencia y el apareamiento. La competitividad social, sumada al miedo a ser traicionados y quedarnos solos, es un tipo de alarma que activa toda una serie de emociones y pensamientos. La mente se vuelve hipervigilante, obsesiva y dimensiones como la ira toman el control. De ahí que aparezca la agresividad comportamental y el evidente riesgo que ello conlleva.
La clave para lidiar con los celos pasa por entender un hecho muy claro: la fidelidad absoluta y perdurable no existe. Podríamos decirle a la persona celosa aquello de que amar es confiar, que querer no es poseer y que el afecto saludable deja a un lado la ira, la necesidad de dominación y la hipervigilancia. Sin embargo, en ocasiones podemos estar ante un comportamiento basado en unos celos patológicos (celotipia), ahí donde aparecen una serie de perturbaciones ligadas a delirios. En estas situaciones es imprescindible recurrir a terapia psicológica. Así, a la pregunta de si los celos pueden reducirse, cabe entender un sencillo aspecto: cada persona es única. Podemos focalizar la terapia en reducir las conductas de control (como ver el móvil de la pareja) también en desactivar los pensamientos obsesivos y en fortalecer la autoestima y la ansiedad derivada del miedo al abandono. Sin embargo, se requiere, por encima de todo, de la clara voluntad del paciente hacia el cambio, hacia la clara concienciación de que los celos no son compatibles con una relación de pareja.