La culpa es un sentimiento complejo, en el que influyen muchos factores. Se experimenta como remordimiento, autorreproche y sentimiento de indignidad personal. Sin embargo, no siempre es consciente. Hay experiencias que conducen a la culpa inconsciente, esto es, a una acusación contra uno mismo, que genera malestar, pero sin que nos demos cuenta de ello.
La culpa inconsciente se manifiesta muchas veces a través de la depresión y la ansiedad. En la depresión hay un sentimiento de inconformidad con uno mismo y el mundo. En la ansiedad, la expectativa de un daño o castigo. Casi siempre está relacionada con eventos o situaciones frente a los cuales hay algún tabú o se experimentan como insoportables. A veces, tiene que ver con acciones que se llevaron a cabo, pero otras veces simplemente está relacionada con pensamientos o deseos que conscientemente se rechazan. En otras ocasiones, está asociada con la agresividad o la sexualidad. Hay sentimientos o deseos que se experimentan, pero al mismo tiempo resultan intolerables. Por ejemplo, algún acceso de odio contra alguien amado. O un deseo incestuoso.
Lo que hace nociva a la culpa inconsciente es, precisamente, el hecho de que no se reconoce, sino que se reprime. Sin embargo, también de forma inconsciente, esa culpa retorna y se manifiesta como autosabotaje, ansiedad, melancolía e incluso conductas criminales que se llevan a cabo para obtener un castigo.
El malestar con uno mismo
Una de las formas habituales de manifestación de la culpa inconsciente es a través de un malestar constante con uno mismo. El contenido básico de la culpa es: “no soy bueno, merezco castigo”. Esto es algo más que un simple problema de “autoestima”. Este tipo de culpa lleva a un persistente rechazo por uno mismo. Nada de lo que la persona hace le satisface por completo. Es hipercrítica consigo misma y demerita sus pensamientos, sentimientos y acciones. Muy frecuentemente esto conduce a estados depresivos y a vidas con pocos o escasos logros. Cuando se configura ese cuadro, se habla de “culpa depresiva”. En los casos extremos conduce a la parálisis de la vida. Hay tanto sentimiento de indignidad, que la persona llega a sentirse no merecedora incluso de la vida misma. También, puede volverse excesivamente irritable y con un mal humor constante.
Una de las manifestaciones más frecuentes de la culpa es la ansiedad y, más específicamente, la angustia. Se trata de una preocupación imprecisa e intensa. Es como si algo terrible fuera a suceder, pero se ignora de dónde proviene la amenaza o por qué se producirá el hecho catastrófico. A este tipo de culpa se le llama “culpa persecutoria”. A veces, es muy invasiva y llena a las personas de ansiedad. Usualmente, en ella hay un objeto al que se teme y que se vuelve persecutor. Este puede ser la enfermedad, la vejez, un dios o lo que sea.
En estos casos, buena parte de la conducta de una persona comienza a orientarse a apaciguar a ese objeto, o a defenderse de este. En los casos extremos, este tipo de sentimientos conducen al delito. Dicho delito no busca una trasgresión en sí, sino ser castigado.
La culpa es un sentimiento complejo, en el que intervienen muchas variables. Tienen gran incidencia los valores (o antivalores) familiares, culturales, religiosos, etc. Alguien con una educación muy conservadora puede llegar a pensar que experimentar deseos sexuales es algo ruin. Muchas personas también sienten culpa inconsciente por episodios que tuvieron lugar durante su infancia y frente a los cuales no tenían el más mínimo control. Por ejemplo, por las discusiones entre sus padres. O los abusos de los que fueron objetos. O las experiencias de sexualidad infantil.
A veces, incluso, se experimenta culpa inconsciente simplemente por el hecho de estar vivos. “Si no hubiera nacido, quizás mi madre habría podido terminar la carrera y no se lamentaría por ello hoy día”. Otras veces, la culpa aparece por ser distinto a los demás. Hay varios experimentos que así lo comprueban.
Sentir culpa y hacerse responsable de los errores son dos realidades muy diferentes. La primera solo sirve para enfermar a las personas. Inicia una espiral de autotorturas que no conducen sino al deterioro psicológico. La segunda es una forma consciente y adulta de evaluar la propia conducta y, sobre todo, de aceptarla.