La depresión es uno de los trastornos mentales más difícles y complicados que existen y, a su vez, para muchos es el más atractivo para las metáforas. Parece que irremediablemente nos lleva la tristeza, y la tristeza a un mar. Mejor dicho, a un pozo profundo y oscuro en el que la salida se torna lejana o inexistente. La depresión alude a una especie de cadenas invisibles un tanto tramposas. Lo son porque amordazan con el peso y no con la tensión, porque se engrasan con melancolía y no con aceite. Su poder es el de hacernos creer que somos pequeños, torpes e inhábiles. Perdedores en este juego, que algunos por capricho, llaman vida.
Los que ven desde fuera a la persona con depresión llegan a pensar que la comprenden. Sí, piensan que lo hacen. Afirman que ellos también se han sentido tristes y han pasado por ocasiones a las que no han visto salida. De aquel recuerdo les quedó la sensación de que la paciencia es un arma de la que siempre subestimamos su valía, que el tiempo con tristeza sigue corriendo, aunque alrededor todo parezca inmóvil y sin importancia, para que cuando abrimos los ojos nos lo resten todo junto. Por eso, aquellos que piensan que la comprenden no dudan en animar a la persona deprimida, porque en su rostro ven dibujado un esquema similar al que ellos transitaron.
Sin embargo, la depresión es más que una semana de tristeza o un duelo que se nos clava muy dentro. La depresión es un trastorno del que en realidad pocas metáforas reflejan su crudeza y que necesita de la intervención de un profesional. No solo es un túnel oscuro y sin salida. También es un túnel en el que falta el aire y no se puede respirar. Un espacio en el que la persona no puede moverse y se siente culpable por ello. Es una situación en la que reina la impotencia de querer y no poder. Un lugar en el que las preguntas muerden y todo lo que hay fuera del interrogante se constituye como una amenaza. Los ánimos son necesarios, pero las herramientas y las habilidades emocionales lo son todavía más.
Una persona con depresión no solo es una persona triste. Mejor dicho, no siempre parece triste, y aunque sea esta la emoción que es más saliente en el estereotipo, no siempre es la que predomina. De hecho, muchas veces y especialmente en los niños, sucede algo que pocos saben, y es que esa tristeza se trasforma en enojo. En el adulto también pasa porque, a pesar de tener más herramientas de regulación emocional, en el fondo hay una lucha y una sensación de frustración porque no hay resultados. Esta bronca y enojo suele trasladarse a las personas del entorno que intentan ayudar, anestesiando la empatía. Esta cara de la depresión, no tan reconocible, aleja a los que quieren ayudar, cansados de dar consejos, soluciones fáciles y útiles para ellos, pero que el otro no sigue. Es entonces cuando la persona con depresión puede dejar de ser víctima y pasar a ser culpable. Así, aunque siga sufriendo, los demás pueden entender que la posición en la que está es muy cómoda: no trabaja, no ayuda en la casa, no sale, no tiene amistades, se encierra , se tira casi constantemente en la cama y duerme.
La depresión es un trastorno mucho más complejo que una emoción. Se trata de un daño profundo para el que el que es necesario todo el apoyo del mundo, pero un poyo bien dirigido, con inteligencia. De otro modo, la fuerza de este apoyo puede terminar hundiendo todavía más a la persona. De ahí la necesidad de que existan buenos profesionales, de que los amigos sean necesarios, pero no suficientes, de que pueda dar la sensación de que la persona con depresión es un saco vacío para los consejos. Si queremos ayudar, no subestimemos este trastorno, no hagamos metáforas de él porque corremos el gran peligro de que queden incompletas y esto se traslade a nuestra manera de ayudar, con independencia de que tengamos la mejor intención del mundo.