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Las decisiones emocionales y las racionales

Decidir con la mente o decidir con el corazón. Acostumbramos a establecer esa diferencia, cuando, según los expertos, las mejores decisiones se toman siempre sintonizando la lógica con la emoción, la intuición con la experiencia.

Decisiones emocionales y decisiones racionales o lógicas… ¿Hay tanta diferencia entre unas y otras? A menudo, nos decimos a nosotros mismos que hay cosas que es mejor decidir con la cabeza fría y no con el corazón, pensando que, con ello, acertaremos en esa elección. Es como si tuviéramos que lidiar a diario con dos ópticas mentales capaces de mediar por completo en nuestra realidad. De algún modo así es. Nadie actúa ni decide solo a través de sus emociones o mediante el filtro exclusivo compuesto por la lógica más fría, objetiva y razonable. Nuestro cerebro, en realidad, es un órgano hiperconectado, ahí donde toda área y estructura tiene un vínculo con las demás. Así, la corteza prefrontal (vinculada a las funciones ejecutivas más complejas, basadas en el análisis, la atención o la reflexión) mantiene una conexión constante con esas áreas más profundas del cerebro relacionadas con las emociones. Por tanto, el mundo de los afectos y sentimientos está presente en cada decisión y, a su vez, en cada elección meditada y razonada se halla la impronta de las emociones.

Ahora bien, a pesar de la existencia de ese puente donde la información entre una esfera y otra es constante, hay una particularidad que no podemos obviar. Las emociones siempre tienen prioridad. El ser humano es, por encima de todo, una criatura emocional y eso nos coloca en más de una encrucijada.

Las decisiones emocionales tienen mala prensa. Es como si, al dejarnos llevar por ese primer impulso, por la necesidad (supuestamente no razonada) o por la intuición, nos abocara al error. No obstante, y por irónico que nos parezca, gran parte de las elecciones que hacemos en nuestro día a día están mediadas por ellas, por esas emociones que nos guían y median casi por completo en nuestra conducta. Admitámoslo, actuar movidos por ellas no nos conduce necesariamente al error. Las emociones son catalizadoras en nuestras relaciones, nos empujan a conectar con las personas y nos permiten también hacer elecciones en distintas áreas para que gustos, personalidad y necesidades estén en sintonía.

Las emociones, al fin y al cabo, solo desean nuestra homeostasis, garantizar nuestro equilibrio interno y cómo no, nuestra supervivencia. Es más, existe ya una tendencia en el mundo académico que nos invita a corregir una idea falsa. Esa donde se relacionan las decisiones emocionales como actos irracionales. Estudios, nos indican que debemos dejar de concebir lo emocional y lo racional de manera separada. Dicho de otro modo, las emociones también pueden ser lógicas y racionales. Ahora bien, hay claras y evidentes excepciones. Hay momentos en los que tomamos decisiones partiendo de estados emocionales adversos. Son esos momentos en los que no existe una homeostasis interna, sino más bien un problema no resuelto, una necesidad, una carencia no atendida que nos abocan a tomar elecciones erróneas. Profundicemos.

Debemos tenerlo claro: las mejores decisiones se toman cuando conjugamos lógica y emoción. Así, y para que ese pacto entre la una y las otras se lleve a cabo con eficacia, necesitamos que nuestras emociones se sitúen a nuestro favor.

Pero, esto no siempre ocurre porque hay estados que nos recortan, que limitan nuestro enfoque mental:

Las emociones no se sitúan en el lado sombrío de la razón. Estas, en realidad, son parte indispensable en cada decisión que tomamos y, por tanto, debemos ser plenamente conscientes de ellas. Si las entendemos, si las gestionamos, si afrontamos sus desafíos en esas épocas de desánimo o preocupación, serán nuestras mejores aliadas. Las decisiones son los latidos que trazan nuestros caminos. Bien es cierto que algunas serán más erróneas y otras más acertadas, pero lo más importante de todo es no actuar de manera impulsiva. Es sintonizar necesidades con deseos, experiencia con intuición. Emoción y razón nunca pueden ir por separado, son los motores que pueden acercarnos hacia nuestra felicidad.

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