Sentir culpa es una sensación muy desagradable. Cada paso que damos lo hacemos inseguros y esperando esa culpabilidad que, de manera irremediable, siempre nos llega. Sin embargo, ¿de dónde nació esa culpabilidad? Es importante que echemos la vista atrás, hacia nuestra infancia, etapa donde se gestan la gran mayoría de nuestros traumas y miedos. ¿Cómo nos trataban nuestros padres? ¿Qué tipo de refuerzo nos dieron? ¿Nos dieron una educación basada en el miedo? Aunque no le demos importancia a la educación que nos dan nuestros padres, su manera de relacionarse con nosotros puede hacer que sentir culpa se convierta en una parte esencial de nuestra vida adulta.
El temor interior al castigo
Cuando hablamos de castigo, no solo estamos refiriéndonos a los castigos que ya conocemos, como: “hoy no podés invitar un amigo a jugar”, “hoy no podés ver TV” “hoy no vas a probar golosina alguna”. Hay tipos de castigo que duelen más y dejan profundas heridas emocionales que luego se abren en la edad adulta. Un tipo de castigo sería retirarle la palabra a los hijos. De repente, los niños no son capaces de interactuar con sus padres. Ellos les hablan, pero nadie les contesta. Se sienten solos, abandonados, con mucho miedo. Pero, sobre todo, se sienten culpables.
Otro tipo de castigo puede venir dado por una reacción desproporcionada por parte de los padres en los que dicen frases del estilo : “¿por qué me hiciste esto?”, “¡No te lo merecés!”.Todo esto genera un sentimiento de culpa que el niño poaco a poco va absorbiendo y acumulando en su interior. Cada palabra que decimos como padres, cada actitud que tenemos con los más pequeños, puede provocar sentimientos como la culpa que, después, ocasionarán muchos problemas cuando los niños se hacen mayores.
Sin embargo, una vez que hemos detectado el origen de este tipo de sentimientos, podemos combatirlos y dejar de sentirlos. No es fácil, pero es posible. Para dejar de sentir culpa es importante que nos preguntemos de qué solemos sentirnos culpables.
Algunos ejemplos pueden ser los siguientes:
- Me siento culpable de que un amigo se enoje conmigo si no hago lo que quiere u opino de una manera diferente.
- Siento culpa si, de repente, un ser querido no me contesta a un mensaje al instante. Creo que pude decirle algo que lo ofendió y por eso está enojado conmigo (sin que haya motivos para ello).
- Me siento culpable por sentir culpa. Creo que no valgo, que no me merezco nada y que soy una persona inferior a los demás.
Como podemos observar, sentir culpa y tener baja autoestima son dos conceptos que van casi de la mano. En muchos de estos ejemplos se nota la inseguridad, una baja tolerancia a la frustración, el miedo al abandono…
Para dejar de sentir culpa es importante iniciar, primero, un trabajo para fortalecer la autoestima. Así eliminaremos inseguridades y miedos que pueden estar favoreciendo que vivamos diariamente con este sentimiento. Después, es necesario investigar en qué contextos sale más esa culpa. ¿Es el miedo a que se enfaden con nosotros? ¿Cuando alguien no respeta nuestras opiniones? Esto puede darnos una idea de cómo esas situaciones se parecen a episodios de nuestra infancia que en su momento fueron origen de esa culpa. Lo último que tenemos que hacer es ser conscientes de esto, no culpar a nuestros padres (si ha sido el caso). Debemos hacernos responsables de esa culpa y trabajar para gestionar nuestras emociones.
Cada vez que salte la culpa pregunta por qué está ahí. En la mayoría de las ocasiones nos daremos cuenta de que no hay motivos para sentirnos culpables y que, a veces, nosotros mismos nos anticipamos a algo que no ha sucedido para evitar ese sentimiento.