Con la idealización del amor y ciertos manuales que pretenden eliminar las contradicciones de la vida se ha vuelto más difícil amar. En algo el pasado fue mejor: la forma de lidiar las tensiones en pareja. Al menos no les parecía que fueran algo extraordinario, sino que las aceptaban como un hecho normal. Eso ha cambiado mucho en la actualidad. Pareciera que el amor entre un hombre y una mujer, para que sea asumido como válido, debiera excluir las contradicciones. Las tensiones en pareja son vistas como una señal de alarma. Una evidencia de que hay algo mal.
Ahora no parece aceptarse el hecho de que un hombre y una mujer que se aman puedan causarse daño daño. Una cosa no excluye la otra. De hecho, la implica. La mayoría de las relaciones humanas dejan mucho que desear si las comparamos con modelos ideales. Aun así, pueden ser fuertes y resistentes. Con la pareja no inauguramos una historia inédita. En realidad, le damos continuidad a varios guiones que ya traemos del pasado. Al relato de amor inacabado que hemos escrito desde que nacimos con nuestros padres. A otros amores fallidos o exultantes que ya no están. No llegamos nuevos y con el papel en blanco a ninguna de nuestras relaciones.
El primer motivo de tensión en pareja es el derrumbe de las expectativas románticas. No es que la otra persona nos defraude. Lo que termina cayéndose, al menos en parte, es ese conjunto de sueños y propósitos ideales con los que solemos iniciar una relación. Especialmente cuando sentimos que estamos al frente del “amor de nuestras vidas”. Es natural que se produzca una idealización del otro. Está incluido en el cajón de los procesos psicológicos que tienen lugar durante el enamoramiento. Algunas personas son más propensas a ello y otras menos, pero en todos los casos hay algo de aquello.
Luego, también es natural que se inicie una línea de pequeñas desilusiones. Descubrimos que al rompecabezas, definitivamente, sí le faltan fichas. Contrario a lo que habíamos imaginado inicialmente, esa persona sí nos aburre a veces. También llega a molestarnos. Y quizás es más de este mundo, y no del otro, como lo habíamos supuesto. Este punto marca la disolución de muchas parejas. En otras es solamente una etapa. El interés de fondo se mantiene, al igual que la compatibilidad. El afecto es más fuerte que la decepción. Se asumen entonces esas tensiones en pareja como un escollo que no resulta determinante. Si alguien quiere tomárselo por el lado dramático, sufrirá una crisis de expectativas y realidad.
El declive de las expectativas románticas es solo el comienzo. Dos personas pueden ser muy despiertas, inteligentes y realistas. Sin embargo, al convertirse en una pareja, varios elementos (idas, pensamientos, conductas, emociones, etc.) dejan de estar en su lugar. Muchas veces, en algún punto de cualquier unión estable, ambos se preguntarán si no se habrán equivocado de cabo a rabo en su elección amorosa.
El amor es conradictorio. Las tensiones en pareja son el pan de cada día, no la excepción a la regla. No existe ninguna relación humana tan plagada de contrastes como la que hay entre un hombre y una mujer que conforman una unión amorosa. Un error que se le perdona a un hijo o a un amigo sin problema, puede sobredimensionarse en el contexto de la pareja. Las pasiones, incluido el enfado, siempre están a la orden del día.
Sin darse cuenta, todas las parejas negocian reglas secretas. El uno será el fuerte y el otro se dejará proteger. O uno será el comprensivo y el otro el exigente. Uno se angustiará por los dos y el otro pondrá la nota de calma. La unión no solo se basa en los afectos, sino también en fuertes mecanismos psicológicos que, la mayor parte de las veces, avanzan sobre el terreno de lo inconsciente. Y cuando se incumplen esos acuerdos nunca firmados, aparecen las tensiones en pareja.
Hay quienes no aceptan el hecho de que así es el amor verdadero. No desean renunciar a las fantasías de una relación plenamente armónica que cumpla a cabalidad con la idea del amor en mayúsculas pero tampoco quieren renunciara una que equilibre sus imperfecciones. Una en la que no haya tensiones en pareja, sino un bienestar constante que haga realidad la promesa “y vivieron felices para siempre”. Un amor que no implique perdones ni frustraciones. Justo el tipo de afecto que jamás van a encontrar, por la simple razón de que no existe.