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Traspasar los límites de la exigencia

Todos nuestros días, en mayor o menor medida, están marcados por la motivación y el empuje a la acción. Mientras que la motivación parta de la exigencia, nos encontramos impulsados y con ganas de ir por más. El problema ocurre cuando nos pasamos de ese límite y queremos más y más acercándonos a una perfección obsesiva. Entonces, lejos de valorar lo realizado, nos detenemos y le señalamos a los demás lo que faltó, fruto de la hiperexigencia. Se trata de una verdadera forma de desvalorizar lo logrado.

Por supuesto que en la posibilidad de llevar adelante cualquier emprendimiento debe estar presente la motivación. Estar motivados implica una cuota de aliento que nos instiga a la acción y concreción del proyecto. Repito: por mínimo que sea. Pero para que este proceso resulte, es importante una cuota de exigencia para lograr funcionar productivamente. Hasta cierto punto, la exigencia alienta y valoriza el esfuerzo del protagonista, pero pasado ese límite, se transforma en hiperexigencia. Cabe preguntarse ¿cuál es el límite?, ¿cuál es el punto justo en el que el ser humano se extralimita en sus posibilidades personales?

La hiperexigencia o sobreexigencia es exigirse más allá del potencial personal, es la necesidad imperiosa de que todo salga perfecto, pero como la vida es real -es decir posee virtudes y defectos- será muy difícil que un hiperexigente tolere un margen de error. Una equivocación es inaceptable, es el pasaporte a la culpa y al flagelo personal para él. La exigencia contempla las posibilidades y recursos personales. Los hace valer, en pos de aplicarlos a situaciones y experiencias a resolver. En cambio, la sobreexigencia busca no solo los recursos personales sino trata de crear y fabricar, muchas veces idealmente, posibilidades que exceden las capacidades de la persona. Por todo ello, los exigentes son más humanos, conocen sus límites, capitalizan sus recursos y los valorizan, mientras que los hiperexigentes son algo así como máquinas de producir: no entienden de limitaciones y rebasan sus capacidades. Por tanto, estos últimas tienden a desvalorizarse cuando no llegan al objetivo deseado y se presionan a sí mismos hasta llegar a descalificarse.

Lo que hacen los sobreexigentes es el típico ejemplo del vaso medio vacío o medio lleno. Mientras que el vaso se encuentre lleno, están en equilibrio; si no llegan al pico cumbre del objetivo entran en una negativa desvalorizante. Por ejemplo, gráficamente si el máximo es 10 puntos, un exigente valora haber alcanzado un 7 u 8; mientras que el hiperexigente se dedica a observar obsesivamente lo que faltó. De cara al mismo puntaje, señalará los dos o tres puntos que faltaron para llegar al diez. Por lo tanto, el exigente disfrutará de su rendimiento y buscará apoyarse en la experiencia pasada para aprovecharla en la futura. Los hiperexigentes no disfrutan: a pesar de que puedan cumplir con los 10 puntos, inexorablemente habrá algo que objetar. Así, si siempre marcan lo faltante, siempre están en deuda consigo mismos. Este mecanismo les provoca culpa y angustia que se expresa a través de la queja. Así, además de hiperexigentes, son culposos y quejosos. En este sentido, los exigentes no son culposos, solo lo necesario en relación a los errores que se producen en el desarrollo de la experiencia, ya que admiten un margen de equivocación y son conscientes que ese margen es lo que permite el aprendizaje.

Los hiperexigentes no permiten equivocarse. No tienen fracción posible para el error. Por tal motivo, la desviación del objetivo que implica el no utilizar la información acertada les genera insalvables sentimientos de culpa que se manifiesta a través de autorreproches, agresiones y otros flagelos. La hiperexigencia es rígida y no admite borrones en la hoja blanca; es sentenciosa y categórica. La exigencia posee un margen de flexibilidad que posibilita erradicar dogmatismos y aceptar diversos permisos frente a las arbitrariedades de la experiencia.

Estas actitudes que demarcan radicales diferencias entre ambas posiciones, no solo se desenvuelven para los protagonistas, sino también para el entorno. La hiperexigencia tanto para uno mismo como para los demás es moneda corriente en los desvalorizados. Es frecuente, que los hiperexigentes se vuelvan criticones y casi descalificantes con ciertas personas de su entorno. No valoran lo que se realizó, sino que se quedan afincados en lo que todavía no se llegó a realizar.

En este cuadro se observa una síntesis de las características de la hiperexigencia y la exigencia hasta llegar a los neurotransmisores que priman en uno y otro.

EXIGENCIA HIPEREXIGENCIA
Pensamientos positivos Pensamientos automáticos negativos
Motiva y alienta Asusta y llena de miedos
Empujar a la acción Paraliza
Empodera Coloca el poder en otros
Concreta proyectos Procrastina o no llega a terminarlos
Connota positivamente Se critica negativamente por lo que falta
Incrementa autoestima Desvaloriza
Potencia Impotentiza
Comparte con otros Ensimisma
Pedir No pide porque se siente inferior
Buen humor Fastidio y angustia
Conocer los propios límites Desconocer hasta donde se puede
Estar bien a pesar de los resultados adversos Malestar si no se produce el resultado deseado
Valora lo que hay Valora lo que falta y no se hizo
Probable éxito Probable fracaso
Ansiedad productiva Ansiedad paralizante
Serotonina, dopamina Cortisol, adrenalina

Las personas que se desvalorizan trabajan mucho para obtener el reconocimiento del medio. Muchos de ellos se transformaron en alumnos ejemplares, aquellos que frente a su baja autoestima intentan hiperexigirse al máximo para contrarrestar el desvalor personal. Tratan, de esta manera, de llamar la atención en contextos en los que interaccionan con la secreta expectativa de ser valorados por sus recursos. Muchos de ellos, en su infancia, frente a ser secundados o con falta de mirada (por ejemplo, por padres focalizados en lo laboral, en la conyugalidad o en alguno de los hermanos) necesitaron hiperexigirse, cuestión de convertirse en niños sobreadaptados, para así obtener valorización de sus progenitores.

Pero, también debemos destacar que no necesariamente un alumno ejemplar es un desvalorizado. La hiperexigencia es un recurso del que se vale una persona con baja autoestima para lograr elevarla. No obstante (y como siempre), tarde o temprano el martillo de la profecía autocumplidora cae inexorablemente. Los hiperexigentes pueden agotarse, pero, además, poseen poca tolerancia a la frustración. Cuando en las oportunidades que no logran alcanzar los objetivos idealizados, sienten una sensación de fracaso profunda. Nadie puede contenerlos. Han intentado siempre ubicarse por arriba de los otros y les cuesta dejarse acompañar en la angustia de la frustración. Se sienten solos, aunque son ellos los que construyen tal soledad.

Cabe agregar que a la sobreexigencia se le agrega la omnipotencia: frente a los sentimientos de impotencia de la propia desvalorización personal, las personas se hiperexigen  y la omnipotencia magnifica a la sobreexigencia. Esta conjunción es letal: vuelve a los hiperexigentes más perfeccionistas y más susceptibles a que algo les falta. Cuanto mayor sea la hiperexigencia, mayor es la sistematización en la vida de la persona y su entorno. Los hiperexigentes se vuelven personas críticas, autoritarias y negativas (para sí y para su entorno). Nunca connotan positivamente los logros propios ni de los demás, no disfrutan tampoco del placer de llegar a un objetivo. Con el tiempo, la convivencia con ellas se vuelve intolerable. Se convierten en dependientes del contexto, pero caen en la trampa de no sentirse nunca satisfechos y la gente, lejos de calificarlas, les pagan con la misma moneda: la segregación.

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