Hablar con quien piensa de manera diferente no siempre es fácil. A menudo, lo evitamos por no perder la calma; sin embargo, en otras ocasiones estamos obligados de alguna forma a dejar clara nuestra posición: hacerlo del mejor modo dice mucho de nosotros.
Muchos de nosotros estamos obligados a comunicarnos con personas que piensan diferente. Saber hacerlo con efectividad evitará que derivemos en esos campos de batalla verbales en los que a veces perdemos la calma y las emociones suelen quedan a flor de piel. Sin embargo, tengámoslo claro: se puede convivir e incluso llegar a acuerdos con quien opina distinto.
Napoleón decía que no hay que tener miedo de quienes piensan de manera diferente; de quien habría que temer es de aquellos que guardan silencio y evitan decir lo que piensan. Admitámoslo, esto último es precisamente lo que algunos de nosotros hacemos en ocasiones, cuando estamos con una o varias personas que hablan y opinan sobre cosas con las que no estamos de acuerdo. Nos decimos aquello de que no vale la pena perder tiempo y esfuerzos. Nos convencemos de que es mejor quedarnos a un lado, asentir con la cabeza y dejarlos hablar para poder conservar la propia energía y no caer en discusiones inútiles. Ahora bien, hacer esto de forma continuada supondría, por ejemplo, dar fuerza al pensamiento único.
Es necesario entender que nuestro mundo está repleto de perspectivas, de modos de sentir, de opinar, de pensar y de apreciar cada realidad que nos envuelve. La riqueza de opiniones es lo que nos hace libres, saber respetarnos nos hace grandes. Por lo tanto, dejar que nuestra voz sea escuchada nos refuerza como personas, y también a nuestra identidad. El diálogo es a fin de cuentas un maravilloso ejercicio de civismo, ahí donde confrontar ideas, relativizar enfoques y en ocasiones, hasta a alcanzar consensos. Así, en un escenario social cada vez más complejo y dinámico, saber comunicar con quien opina diferente es una valiosa herramienta psicológica.
Comunicarnos con personas que piensan diferente es algo que debe aprenderse. Es una materia troncal de la vida que requiere de voluntariedad y compromiso, porque no es algo precisamente fácil. Ya desde niños nos damos cuenta de que, a veces, opinar de manera diferente genera disputas, problemas y hasta ser señalados con el dedo. A medida que nos hacemos mayores, descubrimos a su vez otras cosas. Una de ellas es comprobar que algunas personas, al opinar de manera diferente en determinados temas, se sienten no solo distintas a nosotros, sino por encima de nosotros. Es como si una mirada alternativa les diera autoridad moral. En esas circunstancias, cuesta mucho comunicar y alcanzar acuerdos.
¿Qué estrategias podríamos usar si estamos obligados a mantener conversaciones con quien piensa distinto?
- Salir de nuestra zona de confort : el primer paso es mentalizarnos. Un rasgo que define al ser humano es su tendencia a agruparse con individuos afines, con personas que comparten con uno mismo aficiones y pensamientos semejantes. Así, no podemos negar que si hay algo que nos cuesta es dejar precisamente esa zona de confort y tomar contacto con quien piensa diferente. Ahora bien, el simple hecho de desprendernos de esa aparente comodidad para atrevernos a confrontar, a dialogar, a dejar claras nuestras posiciones es un ejercicio necesario y saludable. Las ideas deben ventilarse, transmitirse y ponerse sobre la mesa para dejar claras posturas y, si es posible, hasta crear puentes.
- Pensar como un perfilador del comportamiento: cuando vamos a tomar contacto con alguien que piensa diferente a nosotros lo mejor es no dejar nada al azar. De ahí que lo ideal sea ir preparados y saber previamente cómo es esa persona, para saber a qué atenernos y cómo actuar. Si no es posible, iremos obteniendo información sobre la marcha atendiendo el lenguaje no verbal. Una forma de ganar tiempo para estudiar a la otra persona es iniciar el diálogo dejando que el otro nos gane terreno. Podemos repetir sus mismas frases o limitarnos a hacer preguntas mientras recabamos información del otro. De ese modo, iremos viendo si es una persona razonable o si deriva en comportamientos autoritarios o un pensamiento inflexible.
- Dar por sentado que no van a estar de acuerdo: para comunicarnos con personas que piensan diferente debemos asumir dos cosas: la primera es que es muy posible que no estén de acuerdo con muchas de nuestras ideas. La segunda es que no debemos perder la calma por ello. Hay que llevar a cabo una adecuada gestión emocional para no perder los papeles cuando nos contradigan, cuando lleguen los reproches o incluso las críticas. Cada opinión contraria que escuchemos debe acogerse con calma y respeto. La mente tranquila responde siempre con mayor efectividad a estas circunstancias, y esto es sin duda una dimensión que debemos trabajar y entrenar.
- Exponer sí, imponer no: tenés derecho a dejar clara tu posición. Podés y debés hablar de tus ideas, informar al otro de lo que creés, de lo que pensás y sentís. Ahora bien, algo que nunca debemos hacer es imponer a quien tenemos delante aquello que nosotros defendemos. Porque las opiniones no se imponen, se exponen y se defienden si es necesario, pero jamás recurriremos a la amenaza para que los demás asuman nuestra visión del mundo. Si el otro lo intenta, estaremos ante un tipo de comunicación violenta; algo que no podemos tolerar.
Comunicarnos con personas que piensan diferente pasa por entender que, a veces, no llegaremos a cruzar juntos los mismos puentes. No obstante, ello no significa que no podamos convivir, que no pueda existir el respeto, la armonía y que, en un momento dado, lejos de existir diferencias insalvables, cabe hasta la posibilidad de que coincidamos en algún aspecto. Lo más importante es recordar que el diálogo es un ejercicio necesario. Evitemos quedarnos en el rincón del silencio, todas las voces merecen ser escuchadas; solo así defendemos nuestras identidades, nos posicionamos en el mundo y ganamos en autoestima. Si lo hacemos con respeto y empatía, ganaremos en convivencia.