El amor propio es esa brújula que nos señala el norte, ilumina las zonas oscuras y hace de faro en esas noches cerradas donde el rumbo parece incierto o perdido. Sin él o con él maltratado, somos más vulnerables a cualquier tipo de manipulación, quedando a la deriva y en manos de intereses o deseos ajenos. Al despreciarnos, difícilmente contaremos con la fuerza suficiente como para poner límites y, llegado el caso, hacernos respetar. De esta manera, terminaremos siendo espectadores y sufridores de un fenómeno muy triste, el de tomar conciencia de cómo poco a poco nos volvemos invisibles. Nunca es tarde para darnos cuenta de que merecemos, y al mismo tiempo necesitamos, un lugar de honor en nuestra escala de prioridades. Siempre es posible volver la mirada con honestidad al espejo, para reconocernos en el reflejo y volver visible aquello de lo que tantas veces hemos huido.
La aceptación
Esta es una de las palabras de amor propio más importantes si queremos comenzar a querernos. Sin aceptación, no hay espacio para el amor propio, muere ahogado. De nada vale ponerse un disfraz, una máscara para salir al mundo y hacer creer a los demás que somos de otra forma. Llegará un momento en el que nos encontremos con nosotros mismos y nos daremos cuenta de que nos estamos traicionando. Para querernos tenemos que aceptarnos. Para aceptarnos, es necesario que nos descubramos. Acceder a todas nuestras profundidades y tomarlas con afecto y cariño.
Tiempo para uno mismo
Solamente cuando nos valoramos nos damos cuenta de que nuestro tiempo es oro y procuramos cuidar a quién, a qué y cómo lo dedicamos. Incluso, reservamos parte de él para estar a solas con nosotros. Cuando nos queremos el tiempo deja de ser una variable sin sentido para convertirse en nuestro gran aliado.
Ser auténticos
Solemos confundir entre aquello que los demás esperan de nosotros y lo que realmente queremos. Casi sin pretenderlo desviamos nuestro camino para cumplir las expectativas de los demás, dejando nuestros deseos a un lado. Para prevenirlo es importante hacerse varias preguntas: ¿estoy haciendo lo que verdaderamente quiero o lo que los demás esperan? ¿Actúo para que los demás se sientan bien o para yo sentirme bien? No somos el reflejo del pensamiento o de las palabras de otros. No podemos vivir a través de sus ojos. De hecho, ellos no nos conocen por completo sino que tienen una imagen de nosotros fruto de la mezcla de lo que les hemos mostrado junto a lo que ellos crean.
Premiarse a uno mismo
Tratarnos bien tiene que convertirse en nuestra prioridad. No hay que esperar a que alguien nos valore, a que alguien nos diga cuanto valemos para creérnoslo. Cada día es una oportunidad para regalarnos unas palabras bonitas y tener un detalle con nosotros mismos.
La manera de hablarnos
El modo que tenemos de hablarnos influye en cómo nos sentimos. No es lo mismo apoyarse y decirse palabras de motivación o de reconocimiento que hacer una autocrítica muy dura por los errores cometidos. Hay que cuidar la forma en que nos hablamos a nosotros mismos, sobre todo cuando estamos a solas y en silencio.
El poder de las decisiones
Son nuestras decisiones las que determinan lo que podemos llegar a ser, mucho más que nuestras propias habilidades. Podemos ser muy habilidosos en un determinado ámbito, pero si no nos valoramos no podremos sacar todo el potencial que llevamos dentro. Ahora bien, si nos valoramos, si nos alimentamos del amor propio, tendremos la capacidad suficiente para recorrer el camino que deseemos. Querernos nos aporta el valor suficiente para exprimirnos y luchar por nuestros sueños, gracias a nuestras decisiones.
Liberarse de los miedos
Nuestros límites son creados por nuestros miedos. Si a estos últimos los comprendemos y afrontamos, seremos más capaces de dar un paso más allá, de atravesar esa línea divisoria entre lo que creemos ser y lo que podemos llegar a ser. De hecho, no hay nada mejor como descubrirse a uno mismo haciendo eso que nunca pensó que realizaría. ¿Cuánto nos estamos limitando en este momento? Las personas exitosas tienen miedo, las personas exitosas tienen dudas, las personas exitosas tienen preocupaciones. Simplemente no dejan que esos sentimientos los detengan. Tener amor propio no está relacionado con no tener preocupaciones, dudas o miedo, sino con el seguir adelante a pesar de todo ello. Querernos nos protege, pero no nos aísla en una burbuja. Nos da seguridad y fortaleza, el impulso para luchar por lo que queremos a pesar de las tormentas.
El verdadero amor propio no tiene por qué divulgarse o mostrarse en público. Es un estado interior, una fuerza, una felicidad: la seguridad. Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite. Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién sos vos para no serlo? Somos hijos del universo. El hecho de jugar a ser pequeños no sirve al mundo. No hay nada iluminador en achicarnos para que otras personas cerca nuestro no se sientan inseguras. Nacemos para hacer manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros. No solamente algunos de nosotros: está dentro de todos y cada uno. Y, mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.