El miedo a la derrota es uno de los mayores venenos que conoce la mente humana. El simple hecho de no hacer algo por el motivo de que tal vez no salga bien, es uno de los grandes errores que miles de personas cometen a diario. Todo aquello que no se intenta, especialmente si es algo que se anhela desde lo más profundo de la propia alma, es un fracaso estrepitoso. Dan igual los motivos, ya que nos ubicamos en modo “derrota” y “fracaso” antes de haber comenzado.
A lo largo de la vida, cuando proponemos planes y objetivos complejos, sufriremos momentos de todo tipo. Es evidente que habrá fases duras, tristes, de mucho trabajo y una pesadez enorme. Sin embargo, jamás debemos confundir esos ratos de desaliento con una derrota. Una derrota es el reconocimiento de que hemos fracasado por completo. Ese momento en el que dejamos de lado nuestros planes y decidimos rendirnos porque no vemos solución posible a nuestro problema. Es la ocasión en la que le terminamos dando la espalda a nuestros deseos y sueños y decidimos conformarnos con lo que sea, aunque no nos guste. Sin embargo, toda persona que busque tener éxito en la vida, sean cuales fueren sus planes, jamás deben tener miedo a la derrota. Es justo en ese momento en el que nos sentimos abatidos pensando en el fracaso y somos incapaces de avanzar, la ocasión perfecta para demostrar valentía. Porque aquellos que buscan el éxito en su proyecto vital, deben ser valientes, atrevidos, constantes y activos. Jamás han de ceder al desaliento, incluso en sus momentos más bajos, y deben ser capaces de no aceptar la derrota.
A veces, podemos ser derrotados. Si nuestros objetivos son demasiado ambiciosos, no ponemos todo de nuestra parte para lograr una meta, o nos enfrentamos a poderes excesivamente elevados, tal vez nos encontremos frustrados y sin salida. Pero, aceptar una derrota no significa rendirse. Podemos perder más de una vez, pero no todo es en vano porque de los fracasos se aprende. Aprendemos sobre lo que hicimos mal, de aquello que pudo salir mejor, de todo lo vivido en el proceso… para luego ser capaces de aplicarlo en la próxima búsqueda de objetivos.
El miedo nunca puede ser el leitmotiv de nuestras vidas. Vivir con miedo trae sufrimiento, provoca infelicidad, nos desalienta y nos deja sin fuerzas para mirar al futuro con cara de optimismo y ganas de salir adelante buscando el éxito constantemente. Encontramos mucha gente con miedo a la derrota, y eso les hace estar estancados, luchando con denuedo y gran esfuerzo contra todo aquello que suponga cambio, visión de futuro o alegría. El poderoso tiene un miedo terrible a perder su estatus. Con tal de conservar su situación de privilegio, hará cuanto pueda por no permitir a la competencia que sobresalga. Es incapaz de ver que el miedo a la derrota y el cambio le hace infeliz, provocando que esté más pendiente de lo que hacen los demás. Aquel que tiene un trabajo desdichado, lo conserva con uñas y dientes, porque al menos recibe algo a cambio de su esfuerzo. Sin embargo, está empleado en algo que no le gusta, no le completa, y le hace cada día una persona más triste. Ha aceptado su derrota. Quien tiene miedo a cualquier tipo de cambio, sea poderoso o no, está totalmente obnubilado por la tranquilidad y el inmovilismo. Acepta la derrota diaria de algo que podría ser mejor, pero jamás lo sabrá, porque nunca intentará evolucionar.
Al final, el mundo jamás deja de girar. Todo es constante cambio. En ese lugar es donde debemos buscar nuestro sitio, siempre evolucionando, tocando el éxito en nuestros objetivos, siendo implacables, sin miedo al cambio, sin temor a la derrota… enfrentando el día a día con valentía.