Las tragedias que podemos ver cada día nos muestran una realidad donde la negatividad tiene un papel protagonista. Además, las quejas que las personas de nuestro alrededor pronuncian en voz alta nos hacen dudar sobre lo justa o no que es la vida. Nos impregnamos de todo esto y hasta tal punto estamos condicionados por esta visión tan adversa de nuestra existencia que terminamos lamentándonos y llenos de bronca por pavadas como ser : un plato que se acaba de romper o un restaurant que nos gusta pero que suele cerrar temprano.
Tomarse la vida con humor es incompatible con una cultura donde la preocupación es señal de respeto. Es verdad que hacer bromas y reirse sobre las desgracias o sobre la muerte, muestra una falta de consideración hacia los demás. Sin embargo, a veces hay que ver la parte positiva de todo lo “trágico” que nos ocurre; ya que las situaciones igual suceden, lo veamos de una manera o de otra.
Estamos en un mundo donde quejarse y lamentarse es lo normal y a quien se sale de ese patrón se lo hacemos saber o lo juzgamos en silencio. Tomarse la vida tan en serio provoca que, a veces, dramaticemos en exceso situaciones que tienen fácil solución. Claro que, cada circunstancia es diferente, pero si sabemos sonreír y ver al futuro con optimismo, todo será más propicio y se nos brindarán oportunidades soñadas.
El humor y la risa nos ayudan a quitarle fuerza a asuntos tristes, lamentables o trágicos. Pero, debido a que en diversas situaciones no está bien visto reírse y que, culturalmente, nos han enseñado a estar siempre preocupados por todo, elegir la opción de tomarse la vida con humor ha pasado a un segundo plano. Adquirir cierto buen humor en la vida no implica reírse de todo y todos, ni tampoco despreocuparnos por situaciones complicadas que nos aquejan. Tomarse la vida con humor implica no caer en el victimismo, desterrar los pensamientos negativos y dejar de lamentarnos, mientras empezamos a actuar.
¿Cuántas veces caímos esa trampa de afirmar que todo lo que nos sucede es por estar malditos/as, porque es nuestro “destino”, o por no tener nada de suerte ? Y así nos quedamos, bien tranquilos y sin hacer nada. Nos queda aún mucho camino que recorrer hasta conseguir aceptar todo aquello que sucede y bajo lo que no tenemos control alguno, al mismo tiempo que no abandonamos esa parte sobre la que sí tenemos control en nuestras vidas. Aprender a reírnos de una situación trágica o de un episodio doloroso por el que hemos pasado, es síntoma de que poseemos una gran resiliencia. La resiliencia es la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, transformar el dolor en fuerza motora para superarse y salir fortalecido de ellas. Una persona resiliente comprende que es el arquitecto de su propia alegría y su propio destino.
Esto no significa que nuestro dolor sea menor, sino que contamos con un instrumento muy valioso para sofocarlo: el humor. Sacar fuerzas para levantar la cabeza y sonreírle a la vida a pesar de que nos haya dado múltiples golpes, también.
Salir adelante no es posible si nos ponemos cavar aún más en el pozo en el cual nos caímos. ¿Qué sentido tiene alimentar una emoción negativa para que se convierta en un estado? Esto no ayuda en lo absoluto a salir adelante, a comprobar lo fuerte que podemos ser y a darnos cuenta de que contamos con recursos hábiles y suficientes para encarar esas situaciones que ponen a prueba nuestra entereza.
Incorporar algo más de humor a nuestra perspectiva no tendría que ser una opción, sino una forma existir. Porque constantemente olvidamos que el humor hace que cada día sea hermoso, que los nervios se vayan por la misma puerta por la que han entrado y que cualquier herida que nuestra alma pueda estar supurando sea mucho más llevadera. Además, el humor nos hace contagiosos de alegría. Somos conscientes de que la risa y las endorfinas van de la mano. A pesar de esto, le damos la espalda a ese analgésico natural que tiene el poder de aportar bienestar donde antes hubo tristeza y desesperanza.