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Para poder recibir primero debemos aprender a soltar

El término “soltar” tan utilizado ultimamente, no necesariamente implica un “adiós”, un “ya fue”, sino que es más bien dar la gracias por todo lo que hemos aprendido. Es dejar ir lo que ya no se sostiene por sí mismo para permitirnos ser más libres y auténticos y recibir así lo que tenga que llegar. Si pensamos en esto unos minutos, rápidamente caeremos en la cuenta de que las mejores decisiones (esas a las que le sigue un estado de grata felicidad), implican precisamente el tener que soltar algo. Puede que sea un miedo, una angustia, el poner distancia de un lugar o incluso de una persona.

La renuncia es parte del proceso de la vida. Es algo natural, porque todos estamos obligados a elegir en qué y en quién invertimos nuestro tiempo y esfuerzo. Suelto, entrego, confío y agradezco, porque hay que dejar ir lo que no quiere quedarse, lo que pesa, lo que ya es falso… Para permitir así que en nuestro corazón solo quede lo que es auténtico.

Un hecho a tener en cuenta también es que el acto de soltar, por sí mismo, no implica solo cortar esos lazos que ponen vetos al crecimiento personal y a la felicidad. Soltar significa en ciertos casos tener que desprendernos y reformular muchos de nuestros constructos psicológicos, tales como el ego, el rencor, o incluso el propio miedo a la soledad. Porque,  quien quiera recibir, debe tener preparado el corazón para acomodar esa nobleza que no entiende de egoísmos ni de tormentas interiores.

En la sociedad actual hemos asociado la conquista de ciertas cosas con la idea de felicidad. «Seré feliz cuando haga ese viaje, cuando tenga pareja, cuando tenga mi propia casa, cuando me aumenten el sueldo, cuando tenga ese auto que tanto deseo, un celular nuevo, cuando baje de peso, cuando estrenen la nueva temporada de mi serie favorita…» Compramos libros y más libros para aprender a ser felices mientras esperamos que algo cambie, mientras aguardamos que en algún momento, todo lo acumulado nos ofrezca la respuesta que esperamos.

La realidad y pura verdad es que las personas felices “no consumen”. La felicidad es algo que las sociedades modernas nos venden como una «ilusión», algo que debe ser breve y efímero para obligarnos así consumir más. De ahí la «obsolescencia programada» de los aparatos electrónicos, de ahí la idea de que para ser feliz hay que ser atractivos y llevar determinadas ropas, tener muchos amigos, y buscar el amor ideal en las páginas de contactos, donde las relaciones pueden iniciarse hoy y desecharse mañana en un solo «click».

Hemos creado un mundo donde valores como la ambición y el inconformismo patológico nos alejan por completo del auténtico sentido de la felicidad. Vivimos pendientes de lo que nos falta, sin darnos cuenta de todo lo que en realidad, nos sobra. Todo aquello que deberíamos soltar para compensar el equilibrio, para ser nosotros mismos.

La vida es muy corta para vivir permanentemente frustrados. Por eso, y si de verdad deseamos ser felices, debemos ser capaces de tomar decisiones, de saber en qué y en quién deseamos invertir nuestro tiempo. Ahora bien, decidir implica muchas veces tener que renunciar, un ejercicio que deberá hacerse de forma consciente y madura asumiendo las consecuencias. La vida es un eterno dejar ir, porque solo con las manos vacías serás capaz de recibir. Vale la pena recordar que para la filosofía budista la felicidad no es más que un estado mental de calma y bienestar. Así pues, atiende con sosiego y sabiduría todo aquello que te envuelve para intuir qué te ofrece serenidad y qué ruido, qué y quién nutre tu alma con respeto y qué o quién te trae tempestades en días despejados. Decide, elige, confía en tu instinto y, sencillamente, suelta.

Otro aspecto que es preciso recordar es que quien tiene la valentía para soltar también debe ser digno para recibir.

Por eso, es conveniente reflexionar sobre lo siguiente:

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