Pensamientos, como ‘los demás deberían ser como yo quiero’ o ‘debo agradar a todo el mundo y ser perfecto’, constituyen un tipo de pensamiento irracional con un alto costo psicológico. Lo cierto es que en cada uno de esos ‘debería’ nos boicoteamos a nosotros mismos. Los «debería» constituyen un tipo de tiranía mental de la que no siempre somos conscientes. Es más, al dejar que sean ese ingrediente cotidiano en cada pensamiento, deseo y enfoque personal, nos situamos en una deriva de sufrimiento continuado donde nada se ajusta a nuestras perspectivas; ni siquiera nosotros mismos. Por tanto, estamos ante un tipo de distorsión cognitiva que deberíamos detectar y desactivar.
Es fácil decirlo, pero complicado de llevar a cabo. Los terribles «debería» suelen aparecer ya en nuestra infancia. De hecho, basta con ir a una aula de preescolar para encontrarnos con un tipo de comportamiento muy recurrente. No faltan los niños que se enojan o lloran desconsolados porque la maestra les da el lápiz azul y no el verde, porque querían hacer un dibujo y no sentarse a escuchar cuentos, porque tienen a su lado a Luis y no a Pedro. El mundo, ante sus ojos es injusto, incluso cruel. Lo es porque no se ajusta o se aleja de aquella línea en la que se concentran las expectativas.
Por otro lado, a medida que alcanzamos la edad adulta, este esquema de pensamiento se va sofisticando. Los «debería» nos atrapan en una relación codependiente y tóxica, ahí donde sus voces nos susurran casi a cada instante lo que deberíamos hacer, ser o tener y no logramos. Acercarnos más a la perfección, ser como otros esperan, deberíamos hacer esto y lo otro, los demás deberían hacer por nosotros aquello y lo de más allá… Semejante tortura mental no solo nos deja agotados y con la autoestima bastante tocada. Además, y casi sin darnos cuenta, nuestra mente ha quedado bajo el control de una voz interna tan negativa como desgastante que solo tiene un objetivo: hacernos infelices.
Una vida saludable y feliz se orquesta a base de derechos, placeres y obligaciones. En el equilibrio está la armonía, en la sabia conjunción de cada una de estas dimensiones hallamos la satisfacción. Por tanto, saber dónde están los límites y dónde esas creencias irracionales que boicotean el propio bienestar nos libra de batallas innecesarias que nos dañan. Este tema no es nuevo dentro del mundo de la psicología. Uno de los detonantes más comunes del malestar del ser humano eran los ‘tengo que, los debo, los siempre y los nunca’. Estas palabras configuran un tipo de creencias que siempre nos están cuestionando y situando alambradas a cada uno de nuestros pasos.
Para entenderlo mejor, basta con descubrir los 3 tipos de pensamientos más comunes que alimentan este enfoque mental irracional :
- Los «debería» dirigidos a uno mismo: Son los más comunes y los que ponen los cimientos de nuestros enemigos más recurrentes, ahí donde alimentar desde la inseguridad, la falta de autoestima hasta desgaste emocional. Hacemos uso de ellos a través de discursos internos como los siguientes: debo agradar a todo el mundo, cumplir con todos los objetivos que me marco y respetar de manera absoluta la escala de valores que defiendo, etc.
- Los «debería» dirigidos a segundas y terceras personas: Son esos diálogos que alimentan una forma inútil de pensamiento al decirnos cosas como: los demás deberían tenerme en cuenta, mis compañeros de trabajo deberían valorarme más, mi pareja debería hacer esto y no lo hace como yo quiero…
- Los «debería» orientados a una entidad superior, a la propia vida, al destino o al entorno. Un ejemplo sencillo de este tipo de razonamiento interno lo encontramos en esa persona que repite ideas como ‘la vida debería tratarme mejor porque soy buena persona’, ‘el mundo siempre ha sido injusto conmigo’…
¿Cómo podemos desactivar estos pensamientos?
Con los «debería» el cerebro queda agotado por ese diálogo interno irracional y desgastante; necesita un descanso, necesita desconectar y tomar el control. La clave está en ‘racionalizar’, en desactivar lo irracional, lo que no tiene sentido y no ayuda. Para ello, nada mejor que bajar el ritmo, dedicarnos tiempo y activar esa área de nuestra corteza prefrontal donde nuestro enfoque es más lógico, imparcial y centrado. Hay que enfriar la voz del diálogo negativo y darle volumen a la voz de la autoestima, ahí donde aprender a apreciarnos y no a torturarnos. Lo adecuado en estos casos es ser conscientes de esos esquemas mentales tan instaurados. Tienen raíces profundas, llevan mucho tiempo en nosotros y apenas nos damos cuenta de que ideas como debo esforzarme más para no equivocarme o debo hacerlo bien para no decepcionar a nadie’ son formas inútiles de sufrimiento. Detectemos sus presencias, desinfectemos su poder y hagamos uso de un diálogo interno en el que nos tratemos con más compresión.