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Por qué nos cuesta aceptar que estamos tristes

Cuando se niega la necesidad de realizar una buena higiene emocional, el sufrimiento puede cronificarse y hacer más difícil su gestión. Por eso, negar la tristeza y dejar que se “enquiste” no es recomendable.

Vivimos en una sociedad en la que estar triste y expresarlo es sinónimo de ser débil. Es la era del bienestar, del positivismo. Y esto es peligroso a nivel emocional, ya que reprimimos las emociones que consideramos “negativas” cuando son necesarias y adaptativas para nuestra evolución. Gracias a esto, cada vez tenemos menos tolerancia al malestar y a la frustración, propia y ajena.

Cuando vemos a alguien llorar, automáticamente le decimos: «No llores…» Transmitiéndole, sin querer, cierta presión. Presión porque aunque lo esté pasando mal y lo que más necesite en ese momento es desahogarse, debe estar pendiente de «no llorar» y «estar bien pronto». En parte, el mensaje que enviamos con dicha frase es que está mal llorar y que los fuertes no lloran. Por lo que la persona acaba experimentado culpa. Además, minimizamos la importancia que le da al hecho que le hace sentirse mal, “quitándole” el derecho de sentir y poderlo expresarlo, poniendo un parche, un tapón emocional porque “debemos estar bien”. La sociedad así lo indica. Esto impide realizar un buen proceso de sanación y puede traer consecuencias a corto, medio y largo plazo a nivel emocional.

Negar amplifica. La negación es un mecanismo de defensa que hace que no podamos ver la realidad y que no escuchemos el mensaje que la tristeza nos trae. Nos protege del dolor, pero solo a corto plazo. Las emociones que no aceptamos, que castramos y reprimimos en nuestro interior, acabarán saliendo por otro sitio, a través de la sintomatología física, por ejemplo. En este sentido, la ansiedad es la alarma perfecta de que algo no está yendo bien dentro de nosotros, de que no estamos siendo coherentes con lo que pensamos y sentimos. Ahí debemos escuchar qué necesitamos y qué estamos “tapando”. Otros ejemplos podrían ser: dolores constantes de barriga, caída de pelo, herpes, tic en los ojos, dolores de cabeza… De una forma u otra, nuestro cuerpo nos dirá lo que nuestra boca calla.

La tristeza, aunque parezca una emoción que no sirve para nada, nos permite parar. Y, parar nos permite conectar con nosotros y así poder reflexionar sobre qué nos ocurre para poderlo cambiar. Este espacio nos deja hacer un análisis de lo sucedido, ahorrando energía para luego poder buscar alternativas, entre ellas, pedir ayuda si es necesario. No tenemos que pasarlo solos. Si nos dejamos llevar por esta sociedad fugaz, no nos damos tiempo para estar con nosotros mismos, por lo que seguimos tapando el malestar, que se acaba enquistando.

Estar tristes nos hace sentir descontrolados y eso también nos da mucho miedo. En las consultas psicológicas, hay muchos pacientes que comentan el  “miedo a caer en depresión”; cuando en realidad, lo único que necesitan es llorar, sacar el malestar y hacer algo con ello, en suma, realizar una buena higiene emocional. Es cuando se niega esto cuando se cronifica y es más difícil su gestión. Dicho en otras palabras: aceptar el malestar ayudará a que este se vaya y que no se convierta en sufrimiento duradero.

Cuanto más descontrolados nos sentimos por dentro, más control buscamos fuera, en lo externo. Y esa sensación ocurre cuando nos sentimos tristes y no sabemos por qué. Así, intentamos resolverlo controlando cosas más “fáciles”: ordenando la casa, volcándonos en el trabajo de forma excesiva, fijándonos en lo que hacen nuestros hijos, nuestra pareja… En resumen, enfocándonos en cosas que realmente no están en nuestras mano. Y eso genera todavía más frustración. Por otro lado, debemos reconocer que tenemos una baja tolerancia a ver tristes a nuestros seres queridos. Por eso, es fácil escuchar como una amiga le dice a otra: «¿Te dejó? ¡Bueno… esta noche nos vamos de fiesta!» En vez de: «¿Te abandonó? Bueno, esta noche nos quedamos en casa llorando y charlando».

Evidentemente, las personas suelen decir estas expresiones con buena fe y con la mejor intención,  intentando ayudarnos a salir de lo malo, pero el mensaje de “no debes estar triste” vuelve a estar presente y, una vez más, la negación de la tristeza hace que esta quede allí, latente, arañando el interior mientras intentamos mostrarnos enteros en nuestra rutina. Sí, cuando nos sentimos tristes somos vulnerables, pero eso no quiere decir que seamos débiles o que estemos haciendo algo incorrecto. Somos libres de pensar, sentir y expresar lo que necesitemos. Solo nosotros podemos saber bien qué es lo que debemos y no debemos hacer con nuestras emociones.

Aceptar una emoción socialmente negativa nos hace fuertes, nos ayuda a drenar y a liberarnos del sufrimiento. La tristeza no es una emoción inútil ni tampoco innecesaria. Por ello, es válido sentirse mal, querer llorar y hacerlo.

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