Cuando hacemos lo que nos gusta y somos felices, cuando realizamos cualquier tarea con pasión sin recibir nada a cambio, no somos consciente del tiempo y además aquello que llevamos a cabo revierte en los demás, eso es Dharma. Podríamos decir que esta definición tan elemental nos recuerda en cierto modo al término flow acuñado por Mihaly Csikszentmihalyi en los años 90. Nos recuerda porque en esencia comparte una misma idea: la de construir una vida con significado. Así, un aspecto que busca esta doctrina por encima de todo, es transmitirnos esos principios sobre los cuales se erige la auténtica armonía de la vida, esos en los que deberíamos trabajar en nuestro día a día.
Son los siguientes:
- Artha ⇔ hallar nuestra causa, nuestro propósito en la vida, aquello que nos motiva y apasiona.
- Dharma ⇔ llevar nuestra una existencia en moralidad, sabiendo qué es lo correcto.
- Kama ⇔ experimentar placer con lo que hacemos.
- Moksha ⇔ alcanzar la liberación.
El Dharma designa la verdad, lo que ya es y ya existe. Es la esencia de cada planta, la función cada estrella, de cada haz de luz, de cada electrón, de cada fragmento que conforma la arena de la playa… Todos tenemos nuestra verdad interna, nuestro camino, nuestra naturaleza. El Dharma describe en realidad el comportamiento natural e innato de las cosas, y de cada uno de los aspectos que conforma el universo, incluidos nosotros. Es la disciplina de vivir la verdad; no es conocer o leer la verdad, no es comentarla ni discutirla, no es su lógica, no es su razonamiento.
Pocas palabras tienen detrás un campo semántico tan amplio y complejo como la palabra Dharma. Sin embargo, todos sus significados confluyen en un mismo camino, uno donde se nos orienta hacia lo que es verdadero, hacia lo que nos da sentido y, a su vez, es correcto. Aquello que de algún modo nos debe empujar siempre a hacer lo adecuado según la ley de la naturaleza y nuestro destino.
En las tradiciones dhármicas, la persona que no obra con rectitud, que hace daño a otros o que lejos de aceptarse, intenta aparentar algo que no es, genera en su propia persona lo que se conoce como a-dharma. Es una especie de no armonía, de atentado contra la naturaleza, una ruptura con las leyes del destino. Esto mismo es lo que nos revela el Rigveda (o Ṛgveda) es el texto más antiguo de la India escrito en sánscrito, que recoge una serie de himnos donde entender con mayor profundidad qué es el Dharma. Por su parte, quienes actúan en equilibrio consigo mismos, quienes obedecen, entienden y practican su Dharma, el orden cósmico les beneficia. Les trae felicidad, una suerte de éxtasis místico donde sentirse plenos, realizados.
Algo que se nos explica en estos textos vedas ancestrales es que Buda, con el fin de que cada uno de nosotros alcanzáramos ese orden, ese equilibrio interno hizo girar una preciosa rueda dorada para difundir las enseñanzas del Dharma. Conectar con ellas y asumirlas nos permite liberar la mente para alcanzar esa iluminación, esa verdad que cada uno portamos en nuestro interior. La rueda del dharma o dharmachakra es, sin lugar a dudas, el símbolo más antiguo y utilizado por gran parte de las filosofías orientales como el propio budismo, el hinduismo y el jainismo. Su movimiento, su discurrir va en consonancia con nuestras condiciones personales, con nuestras necesidades y características kármicas. Saber escuchar la voz del Dharma no es algo precisamente fácil para muchos de nosotros. Hallar nuestra verdad y conocer nuestro propósito real en este mundo nos puede llevar toda una vida.