Cuando hablamos de mecanismos de defensa, casi de manera automática, visualizamos el rostro de Sigmund Freud. Hay quien opina que aquello que nos legó la teoría psicodinámica está más que obsoleto. Sin embargo, asumir esto sería un error. Procesos como la proyección, la represión y la negación son un legado directo de la escuela freudiana y que, a su vez, ha heredado la escuela cognitiva.

Reprimir lo que duele, negar lo que molesta o proyectar las carencias propias en los demás, son ejemplos de esos mecanismo de defensa que definió Sigmund Freud en su momento y que siguen siéndonos de utilidad.

Los mecanismos de defensa reciben ahora el nombre de cogniciones irracionales y nos ayudan a comprender, por ejemplo, muchos de los esquemas mentales asociados a la ansiedad.

Aunque Albert Ellis y Aaron Beck, referentes y promotores de la teoría cognitivo-conductual, rechazaran en un principio esos mecanismos inconscientes que definió Freud, lo que hicieron en realidad fue llamarlos de otro modo. Por lo tanto, la idea de que las personas sufrimos conflictos internos y que muchos de estos tienen su origen quizá en nuestra infancia, educación o experiencias tempranas sigue estando vigente. Bien es cierto que muchos de los modelos freudianos como el desarrollo psicosexual son completamente caducos e inconsistentes, sin embargo, es inevitable dar por válidas realidades como el autoengaño.

Todos hemos hecho uso en más de una ocasión de algún mecanismo de defensa. La vida, nuestras relaciones y experiencias son en ocasiones tremendamente complejas. Utilizar estas estrategias nos ayuda a sofocar el sufrimiento y permitirnos sobrevivir en un entorno en ocasiones caótico. ¿Pero a qué costo? A uno inmenso. Porque a largo plazo nos sumen en estados de elevado desgaste psicológico.

La proyección, la represión y la negación ¿en qué consisten?

La proyección, la represión y la negación son posiblemente los mecanismos de defensa más conocidos y los más usados. No importa que haga más de un siglo desde que Sigmund Freud y su hija Anna Freud los definieran. Los seguimos aplicando sin darnos cuenta y aún más, muchas de las personas que conviven a nuestro alrededor los usan con nosotros también. Estos recursos forman parte de la teoría de la personalidad que Freud definió en su día. En ella, explicó que la mente queda cautiva de tres tipos de fuerzas muy concretas: la de nuestros impulsos, los valores o normas sociales y el ego.

La escuela cognitiva, por su parte, deja a un lado ese tipo de conflictos mentales. Para ellos, la mente no está fragmentada en un ello, un yo o un superyó. La mente es una entidad unitaria que, debido a la educación, experiencias o interpretaciones propias, hace uso de unas ideas claramente irracionales. Estas ideas sin sentido y dañinas, son las que nos sumen en los estados de ansiedad. Son también, esas interpretaciones erróneas que hacemos de las cosas y que, a corto plazo, merman nuestro potencial humano. También la capacidad de ser felices.

Más allá de la teoría psicodinámica o la cognitivo-conductual hay algo claro. Los mecanismos de defensa como la proyección, la represión y la negación nos ocasionan sufrimiento. Más que protegernos contra este lo que hacen en realidad es impedirnos el cambio. Por ejemplo, negarme a mí mismo que esa ruptura afectiva no me ha afectado no hace más que dejarme en la misma situación. Esa en la que desconfiar de todos, en la que negarme a amar de nuevo y a no reconocer, que estoy sufriendo.

La proyección es ese mecanismo de defensa tan común entre las personas. Puede ser cargar al otro tanto a nivel positivo como negativo. En este último caso, lo que hacemos es atribuir a los demás carencias, culpas o defectos propios. Dicho de una manera sencilla: lo que uno critica en los demás tiene que ver con él mismo, con algo de su personalidad que le disgusta o de lo que carece. Por contra, también hacemos uso de la proyección positiva de manera recurrente, sobre todo, cuando estamos enamorados. Lo hacemos al atribuir al ser amado dimensiones, capacidades y virtudes que no son reales. Todo ello es una forma inconsciente de hacernos daño, porque estamos creando una figura idílica que poco tiene que ver con la realidad.

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