Imponer el pensamiento positivo y la felicidad como un deber o como una solución mágica acaba llevando frustración. El deseo de que las cosas vayan de manera óptima no es suficiente para conseguirlo. Y la autoestima se puede ver resentida si vemos com un fracaso no tener todo lo que queremos. Hablamos del problema de obligar (u obligarnos) a tener siempre un pensamiento positivo y de cómo esto nos afecta negativamente.

Pensamiento positivo y pensamiento mágico

El pensamiento positivo y el pensamiento mágico no son exactamente lo mismo, pero están relacionados. Los encontramos en libros de autoayuda, en frases en las redes sociales y en falsos profesionales que utilizan pseudoterapias para vender la felicidad como un producto.

El pensamiento positivo es el que pretende cambiar el estado de ánimo bajo la premisa de que este cambio solucionará un problema. Cualquier preocupación que tengamos no desaparecerá solo tapándola con una sonrisa forzada. El pensamiento mágico es el que cree que puede hacer que algo cambie por el simple hecho de pensarlo. Por ejemplo: “Si deseas algo muy intensamente, el universo te lo acabará dando”. Las frases de este tipo confunden la motivación (que, como su nombre indica, ayuda a moverse para conseguirlo) con la magia (la creencia de que un objeto o situación deseadas se materializarán solo porque lo queremos).

Muchas veces, nos hemos encontrado con alguien que está preocupado. Incluso puede estar llorando. Y eso commueve. La empatía hace que la preocupación de esta persona también nos termine afectando. Entonces, pensamos en frases positivas para animarla: cuando esta persona se anime, también uno estará animado. Es comprensible y es muy noble, pero no funciona. El pensamiento mágico también nos ayuda a reducir la incertidumbre. Pensamos que lograr un objetivo por nosotros mismos será más asequible que dejarlo en manos del azar. Compramos un libro que nos “ayude”, hacemos todo lo que nos dice y, cuando no tenemos todo lo que nos había prometido, nos dicen que no hemos seguido las instrucciones. Luego el poder personal pasa a ser frustración y un agujero en la autoestima.

Además, hay un fenómeno creciente (se ve más que nada en las redes sociales): La apariencia de felicidad. Explicamos al mundo que somos tan felices como realmente querríamos ser, porque eso nos da una satisfacción transitoria, como si eso ayudara a hacer este deseo un poco más real. En la competición por ver quién es más feliz, tener frases motivacionales listas para usar cuando conviene, nos da ventaja.

La tiranía del pensamiento positivo afecta la autoestima. El término “tiranía” hace referencia a la obligación de tener pensamientos positivos independientemente de las circunstancias. Un ejemplo es el cáncer, una enfermedad grave. Su diagnóstico lo cambia todo: la salud, las relaciones, el futuro, la autoimagen, etc. Las personas que lo tienen, sufren mucho y, es frustrante ver como las obligan a ser positivas. A menudo oyen frases como “Ténes que ver el lado positivo, no podés dejarte hundir porque tu familia te necesita…”. Como consecuencia de estos comentarios, la gente que está transitando enfermedades complicadas, se sienten incomprendidas. Piensan que la otra persona está frivolizando cuando insinúa que su preocupación es exagerada. Encima, se sienten culpables por no poder cumplir la exigencia de tener pensamientos positivos. Y a la dificultad de convivir con el cáncer (u otra enfermedad grave) y su tratamiento, llevan la carga añadida de aparentar buena cara y forzar la sonrisa. El optimismo sólo ayuda cuando es una elección libre. El pensamiento positivo ni previene ni cura el cáncer, y hacer esta afirmación afecta la autoestima porque indica que “Si no te curás, es porque no pensás en positivo como corresponde”.

A una persona que está triste, no le haremos cambiar esta emoción por otra diciéndole “Vamos! Hay que seguir adelante! Vos podés!” Las emociones no funcionan así. Una emoción és algo que nuestro propio cuerpo nos hace a nosotros para manejar una situación presente. Cuando nos han dado una mala noticia necesitamos estar tristes. La tristeza hace que nos paremos a pensar en aquello, para entenderlo y asimilarlo (cosa que no podríamos hacer si nos mantuviéramos “normales”). La tristeza también motiva a los demás para que vengan a ofrecernos su apoyo.

También, es necesaria la rabia (para superar obstáculos puntuales y para defendernos de los cambios de ideas demasiado bruscos),el miedo (para protegernos de situaciones de peligro) y, el asco (para no comer alimentos que podrían hacernos daño). Todas estas son emociones necesarias, aunque sean desagradables. ¿Por qué vamos a extinguirlas de forma tan rápida y superficial, si en el fondo nos ayudan? La tiranía del pensamiento positivo nos dice que todo debe estar bien. Que lo único admisible es la felicidad. Pero a la larga es mejor aceptar que las cosas no son siempre como querríamos. La tristeza, la rabia, el miedo y el asco forman parte de la normalidad, al igual que otras emociones como la sorpresa, la alegría, etc. Si la tristeza es convierte en depresión, el miedo se convierte en ansiedad y la rabia se convierte en violencia, sí que necesitamos la ayuda de un psicólogo.

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