La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”. -Friedrich Nietzsche-

Hay diferentes formas de falsedad en la conducta humana, así como distintos niveles, múltiples propósitos y, por lo tanto, consecuencias muy diversas. Los seres humanos somos embusteros natos. Podríamos decir que no existe una sola persona que haya sido cien por cien sincera en todos y cada uno de los momentos de su vida.

La moral generalizada condena cualquiera de las formas de falsedad. Esto podría ser un error, ya que, en primer lugar, la mentira está inmersa en todos los seres humanos; y, en segundo lugar, las motivaciones para acudir a la simulación, la mentira y el engaño pueden ser incluso válidas en una circunstancia determinada. El concepto mismo de verdad es muy cuestionable, ya que es muy difícil establecer certezas absolutas en la mayoría de los ámbitos. Así mismo, de buena fe podemos repetir una mentira sin siquiera ser conscientes de ello o creer, en nuestro fuero interno que lo que decimos es cierto, sin serlo. Por todo lo anterior, vale la pena relativizar el valor moral de las diferentes formas de falsedad.

Los seres humanos no somos los únicos que acudimos a diferentes formas de falsedad en nuestras actuaciones. La naturaleza está llena de ejemplos de comportamientos animales que se despliegan para engañar a los depredadores o simular conductas para alcanzar un determinado objetivo. En principio, las diferentes facetas del engaño tienen como fin la supervivencia. Cuando un animal se queda quieto para pasar desapercibido frente a sus atacantes, está usando una forma de simulación. Lo mismo ocurre cuando se camufla o cuando se esconde. El objetivo es engañar a los que pueden hacerle daño. Algo similar ocurre si un animal quiere quedarse con un alimento y espera a que su adversario esté distraído para obtenerlo.

El ser humano comienza a mentir desde muy temprano, por razones similares. La naturaleza de cualquier ser vivo es primero velar por sí mismo antes que por cualquier otro. Por ende, la franqueza y la sinceridad son conductas aprendidas, pero no tienen el mismo significado en todas las culturas. En algunas se promueven esos valores porque forman parte del pacto de convivencia pacífica, mientras que en otras simplemente se les da un significado religioso de pecado.

La simulación es una de las formas de falsedad que pasa más desapercibida. En su nivel más básico equivale a “aparentar”. Esto implica algún grado de falseamiento de la realidad que a veces es imposible de evitar. Simulamos cuando nos maquillamos, por ejemplo, o cuando nos ponemos perfume encima. Como en todas las formas de falsedad, en la simulación también hay distintos grados. Va desde el ejemplo del maquillaje hasta el encubrimiento de importantes facetas de nosotros mismos o de nuestra vida, llegando a adoptar incluso una identidad falsa. Los propósitos también varían. Simulamos para agradar más, a veces. Otras, lo hacemos como un recurso de supervivencia; por ejemplo, al no mostrar el miedo frente a un ataque, para disuadir al atacante de su acto. También podemos simular por miedo a una consecuencia grave o para aprovecharnos de los demás.

Entre la simulación, la mentira y el engaño hay ciertos matices de diferencia, aunque tengan en común el hecho de ser tres formas de falsedad. La mentira está más asociada a las afirmaciones verbales. Se miente básicamente cuando deliberadamente se afirma algo que sabemos que no es cierto. El engaño abarca un campo más amplio, ya que se puede engañar con la palabra, pero también con la actitud o con la configuración de situaciones que encubren o falsean la realidad. En el engaño existe un plan completo, sea este muy básico o muy elaborado. En este caso existe también un proceso de concientización.

En los seres humanos, la simulación, la mentira y el engaño alcanzan niveles muy sofisticados. ¿Qué convierte a estas conductas en moralmente reprochables? Dos aspectos que están estrechamente ligados entre sí: la motivación y el propósito. En la vida personal es conveniente hacernos estas preguntas. La simulación la mentira y el engaño no siempre son moralmente reprochables. La motivación y el propósito son definitivos a la hora de evaluar esas conductas. Como quiera que sea, ganaremos mucho si en lugar de rechazar a priori esos comportamientos, los sometemos a un examen más imparcial.

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