Aceptar que siempre pueden haber imprevistos, permitirnos pensar, sentir y hacer, ser amables con nosotros mismos y recordar que somos útiles son algunas pautas que pueden ayudarnos a gestionar la preocupación. El ritmo de vida actual en la cultura occidental nos lleva a vivir con un apego excesivo a lo que ocurre. La palabra “urgencia” ha cambiado con los años, no correspondiendo lo que pasa con la reacción exagerada (debido a la interpretación) de lo que está ocurriendo.

Cómo aprender a gestionar la preocupación

Muchas veces creemos que, al momento de tener pensamientos que causan preocupación, lo correcto es intentar suprimirlos. Sin embargo, lo cierto es que esto solo consigue generar mayor malestar.

Algunas pautas que nos pueden ayudar a gestionar nuestras preocupaciones son:

  • No suprimirla. Si no hay preocupaciones, seguramente estemos sin vida.
  • Normalizar. No luchar contra lo inevitable ni buscar seguridad. La vida no es segura.
  • Darnos cuenta. El exceso de preocupación viene del pensamiento.
  • Fluir. El pensamiento solo es pensamiento. Céntrarnos en lo que hacemos.
  • Atender. Las cosas son como son.
  • Soltar. No mentirnos, dejar de fingir y soltar
  • Expresar. Elegir las palabras, haz que el día sea interesante a pesar de…
  • Ego. El “mí” es pasado, el muro que nos impide vivir ahora. Dejar pasar ese “mi”.
  • Armonía. Promover la alegría aceptando la tristeza, la vida aceptando la muerte.
  • Elegir. Nadie elige por uno mismo, no hay que ponerse a la defensiva, no hay que poner excusas.
  • Aceptar. Vivir con ello, pero que “ello” no nos impida vivir.
  • Amar. El amor se lleva al ego. Ese es el miedo.
  • Moverse. Tenemos cuerpo: moverlo. Tenemos mente: aprender, siempre se aprende.
  • Ayudar. No rechazar el contacto, la vida es relación. Somos útiles.
  • Crera. Salir del molde y usar la imaginación. Jamás compararse.
  • Liberarse. Salir de uno mismo. ¿Cómo? Sin aferrarse ni pertenecer a algo.
  • Comunicar. No guardarse las cosas y compartir.. El beneficio común es el objetivo.
  • Silencio. Aceptar el ruido y entonces, vendrá el silencio. Sólo así le daremos importancia.
  • Naturaleza. Somos lo que somos. No hay que maltratarse a uno mismo.
  • Consciencia. No hay que pensarse sino sentirse. Somos todo, somos vida y sólo existe el “ahora”.

Tenemos tres clases de problemas generales:

  • Los que existen y tienen solución. Ocuparse y no instalarse en la queja permanente.
  • Los que existen y no tienen solución. Abandonar los “debería…” y “si fuera…”.
  • Los que no existen, que son la mayoría. Aquellos que están solo en la mente.

Si nos fijamos bien, la preocupación, al igual que el miedo, nace del pensamiento. Este tiene un enorme poder y nos pude predisponer a actuar en consecuencia si no descubrimos que solo es pensamiento, nada más. Allá donde dirigimos la atención cobra importancia la imagen u objeto atendido. Todo está sujeto al cambio, no hay nada seguro y el cerebro, que necesita seguridad, inventa la realidad.

Todo cambia excepto el propio cambio. Para romper la “red” y dejar de preocuparse, hay que observar la ilusión (el programa o condicionamiento) y permanecer atento a aquello que es inventado, más allá de símbolos… Atrevernos a cuestionar y seremos libres. Tenemos que aceptar que la seguridad no existe y aceptar los imprevistos como el precio a pagar por una vida emocionante y plena. Pase lo que pase, siempre somos nosotros mismos sin identificaciones, sin interpretaciones ni pertenencias. Si lo que llamamos felicidad depende de varias cosas externas, al final esas cosas se convierten en más importantes que la propia felicidad, en algo preocupante.

Los intentos de suprimir pensamientos preocupantes producen un efecto rebote, generando así más preocupación. Así pues, no dar tanta importancia a los pensamientos incómodos es más efectivo que intentar suprimirlos. Las preocupaciones son miedos por lo que va a ocurrir o creemos que va a pasar. Nos resistimos a lo que ocurre ahora y eliminar esa resistencia es auténtica libertad. Se pueden hacer las cosas con o a pesar del miedo. Si esperamos a no tenerlo, la preocupación se eternizará desarrollando una ansiedad innecesaria.

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