La impulsividad hace que actuemos antes de pensar. Conlleva actuar de manera tan rápida que no deja tiempo a detenerse. Y eso implica que impide ver las consecuencias de esta actuación (ya sea hacer algo o decir algo). En Psicología se define la impulsividad como un estilo cognitivo. Eso significa que la persona está predispuesta a actuar impulsivamente en determinadas condiciones. Algunos trastornos mentales tienen la impulsividad como síntoma, como el TDAH, el trastorno límite de la personalidad o la ludopatía. Pero se puede manifestar aunque no haya ningun trastorno.

Actuar impulsivamente a veces tiene consecuencias personales y sociales que acaban repercutiendo en las relaciones y en la autoestima. Controlar la impulsividad es difícil porque su propia naturaleza es una barrera para conseguirlo. Pero algunas pautas pueden ayudar.

La impulsividad se manifiesta a 3 niveles:

  • A nivel verbal: Interrumpir a los demás cuando hablan, responder una pregunta antes de que acaben de formularla, decir lo primero que se nos pasa por la cabeza sin pensar en si es adecuado, etc. Eso puede llevar a problemas en las relaciones si los demás piensan que les estamos faltando al respeto.
  • A nivel motor: Acelerar el coche cuando creemos que el conductor de al lado nos está retando, interrumpir las actividades de los demás, cambiar constantmente de actividad sin dejar ninguna acabada, etc.
  • A nivel emocional: La impulsividad va ligada a la baja tolerancia a la frustración. La persona puede reaccionar con frustración incluso antes de tener tiempo de pensar si lo que le ha ocurrido es tan grave. Por eso experimenta esta reacción más frecuentmente.

Tanto si la impulsividad está relacionada con un trastorno como si no, parece que tiene mayor probabilidad de manifestarse en situaciones de alta carga emocional. Y de eso podemos poner varios ejemplos. Cuando tenemos miedo es más probable que cedamos ante una situación de amenaza (aceptar una rebaja de sueldo si pensamos que nos pueden despedir). Cuando sentimos bronca o enojo podemos decir o hacer cosas de las que después nos arrepentimos (insultar a la pareja en medio de una discusión). Por otro lado, la euforia puede hacernos asumir más riesgos. Pero además, las personas impulsivas se pueden sentir rechazadas por el resto. Y aquí es donde se ve afectada la autoestima, ya que que no siempre identifican por qué se las rechaza. Eso puede hacer que, en situaciones posteriores, se repita la respuesta impulsiva con el mismo resultado.

La dificultad para controlar la impulsividad se explica por su origen en factores combinados. Los estudios dicen que podría existir una base genética y un componente personal. Ambos actuarían conjuntamente, de manera que los efectos de uno se sumarían a los del otro. La base genética consistiria en una alteración del funcionamiento de áreas cerebrales situadas, sobre todo, en el lóbulo frontal. Esta es la parte del cerebro que permite la planificación, la reflexión, el lenguaje y el análisis social. El componente personal sería de personalidad (en forma de predisposición a reaccionar, en general, de manera impulsiva) y de la historia de aprendizaje. Cuando la respuesta impulsiva permite una gratificación inmediata, se refuerza y se convierte en un hábito.

Cómo controlar ser impulsivos

  1. Tras la actuación impulsiva, reflexionar sobre su adequación y su resultado. Una vez fuera de la situación (ya con más calma) hay que pensar qué habríamos podido hacer o decir para que el resultado fuera mejor. De esta manera aprenderemos las ventajas de reflexionar antes de actuar.
  2. Identificá las situaciones en que suele aparecer. ¿ Ocurre con algún amigo? ¿Sucede con la persona de quien estamos enamorados? ¿Cuando manejamos el auto? Etc. Este ejercicio  permitirá analizar qué ocurre en esas situaciones. Y cuando estemos en ellas, controlar la impulsividad dándonos más tiempo para pensar antes.
  3. Si te cuesta identificar estas situaciones, pedir ayuda. Podemos pedir a las personas de confianza (la familia, los amigos, la pareja, etc) para que nos avisen cuando respondemos demasiado rápido o los estamos interrumpiendo. Así aprenderemos a distinguir los momentos en los que toca estar alerta.
  4. Ejercitarse. Además se sus beneficios indudables, nos hará estar más cansados. Y eso se traducirá en responder más lentamente ante cualquier situación.
  5. Aceptar que somos impulsivos. Si en parte depende de la genética y de la personalidad, no es nuestra culpa. Nadie es perfecto, y controlar la impulsividad de forma infalible no está al alcance de todo el mundo. Eso no significa que no podamos esforzarnos para corregirlo.
  6. Solicitar ayuda profesional. Hacer terapia puede tener importantes beneficios. Un psicólogo tnos puede ayudar a controlar las situaciones, y así evitar las consecuencias negativas en las relaciones sociales, en el trabajo, etc.

Evidentemente, si la causa de la impulsividad es un trastorno mental, es importante tratar ese trastorno en todos sus ámbitos, y hacerlo con métodos que la ciencia haya demostrado que son eficaces.

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