El chantaje emocional es una forma de control que recurre a la culpa, la obligación o el miedo. El objetivo es conseguir que otra persona actúe de acuerdo a unos intereses que van en favor de quien hace el chantaje. Es una manera de manipular la voluntad ajena que se basa en provocar sentimientos negativos de los que la persona chantajeada no parece poder salir, salvo que haga aquello que quiere quien lo está chantejeando. Todos nos hemos visto involucrados alguna vez en una sitiación parecida, ya sea como víctimas o como verdugos.

La manipulación prospera en los que dicen “sí”, “ok”, “está bien” compulsivamente a todo y en los que son débiles a la hora de defender sus derechos. El chantaje emocional está infiltrado en nuestras relaciones por lo que, en ocasiones, es complicado determinar cuándo somos chantajeados o cuando ejercemos de chantajistas. Suele hacerse de manera inconsciente y por eso se hace más difícil detectar la manipulación. Frases como 2vos sabrás lo que hacés” o “si realmente me quisieras, no lo harías…”, son un simple y claro ejemplo de manipulación. A veces, mensajes que a priori parecen inofensivos pueden llevar una carga de intencionalidad, buscan meter miedo a la otra persona si no cumple con los deseos del chantajista.

Generalmente, asociamos la manipulación con personas que poseen cierto grado de maldad, que son retorcidas y egoístas. Pero en la práctica, todos recurrimos alguna vez algún tipo de chantaje emocional. Uno ejerce el papel de manipulador siempre y cuando se intenta controlar lo que dice o hace otra persona, se exige y no se da alternativa de elección o se dinamita la autoestima ajena. El objetivo del chantaje emocional suele ser ganar poder en una relación.

Las personas que tienen tendencia a manipular comparten una serie de rasgos característicos. En primer lugar, se trata de personas capaces de detectar las debilidades del otro. Y no solo las identifican, sino que no tienen reparo en aprovecharse de ello para utilizarlas en su contra. Además, suelen ser personas muy controladoras. Además, el manipulador es tenaz. Están aquellos que usan una cierta agresividad, otros utilizan el desprestigio o se ponen en el rol de víctimas todo el tiempo y, muchos otros son capaces de reinterpretar cualquier palabra o gesto de la otra persona en su propio beneficio.

Por supuesto, no todos los grados de chantaje son iguales, ni responden a los mismos objetivos. Algunos son inocentes y casi inofensivos. Sin embargo, otros son tan retorcidos que pueden terminar dinamitando psicológicamente a la otra persona. La manipulación llevada al extremo puede dejar una herida emocional muy dañina para la persona que lo sufre. El chantajista emocional ejerce el papel de víctima, probablemente lleno de inseguridades y miedos. En lugar de hacerse cargo de sus limitaciones, carga sobre el otro esas las debilidades, provocándole sentimientos negativos. El chantajeado acepta, principalmente, por temor a las consecuencias, al enojo o a que el chantajista cumpla con sus amenazas.

Defenderse de un chantajista depende de uno mismo. Cuando uno cree que está siendo manipulado, lo mejor es adoptar una actitud pasiva. No negarse, pero tampoco aceptar sus peticiones sin más. Dejarlo como en una especie de modo “stand by”. Esta tregua de tiempo servirá para observar las emociones en uno mismo. Sentimientos como la culpabilidad, el desasosiego o la frustración suelen estar asociados a prácticas manipulativas. Nadie puede dirigir las acciones de otro. Por lo tanto, no debemos permitir que alguien someta nuestra voluntad al chantaje emocional.

La manipulación está a la orden del día en el mundo actual. Se manipula desde el poder, los medios de comunicación y, cómo no, también en las relaciones interpersonales. De hecho, con cierta frecuencia nos encontramos en nuestro día a día con algún maestro de la manipulación. La manipulación es una forma de chantaje emocional. Se pone en marcha una conducta para inducir al otro a que piense, sienta o actúe sin darse cuenta, de la forma en que el manipulador quiere que lo haga. Y, ese es precisamente el gran problema de la manipulación: se trata de una conducta encubierta, que no siempre es detectable para quien es víctima de ella. De ahí que muchos muerdan el anzuelo y terminen permitiendo que los manipuladores se salgan con la suya. El instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si uno puede controlar el significado de las palabras, se puede controlar a la gente que utiliza esas palabras. Por eso, es muy importante aprender a identificar las tácticas que utilizan los manipuladores.

Formas de identificar a un manipulador

  • Nos hace sentir culpables: un maestro de la manipulación acude a la victimización constantemente. Es muy probable que tengan un “trauma tipo comodín”, es decir, algún episodio difícil de su vida que siempre expone como justificación para lo que hace de manera incorrecta. La “díficil infancia”, los “hijos ingratos”, la “mala suerte”, el “destino cruel” y otras fórmulas por el estilo son sus favoritas. Lo que los descubre es que exhiben con cierto orgullo esas cicatrices emocionales y hasta terminan ufanándose de ellas. Por ejemplo, les reclamás por su falta de consideración y responden diciendo algo como ” te enojás porque no soy detallista, pero yo tuve que soportar un papá que nunca estuvo prresente y que me abandonó cuando tenía 3 años”. Así, nos desarman con sus traumas. ¿Quién va a ser tan insensible como para hacerle reclamos a alguien que trae encima semejante pasado?
  • Amenaza con sutileza: amenazar indirectamente es una de las tácticas más recurrentes entre los manipuladores. La han usado y la siguen usando desde los grandes líderes hasta los pequeños tiranos domésticos, pasando por avezados publicistas. Esta táctica consiste en prever el peor desenlace posible como consecuencia de alguna de nuestras conductas. “Si seguís comiendo de esa manera, en 6 meses vas a estar como una ballena”. No quieren que comas y probablemente no tienen argumentos para certificar lo que dicen, simplemente desean que no actúes así. Tal vez les molesta lo feliz que uno es al comer un helado, o creen que gastamos demasiado dinero en comida. No dicen abiertamente lo que piensan, sino que se limitan a anunciarnos una hecatombe.
  • Descalifica utilizando el sarcasmo: por lo general, utilizan el sarcasmo para ridiculizar o minimizar el valor de los pensamientos, sentimientos o acciones de la otra persona. El manipulador quiere que los demás se sientan inseguros e inferiores. Un ejemplo de esto es cuando envían un mensaje aparentemente amable, pero que encierra un contenido bastante agresivo, como por ejemplo: “Tal vez si leyeras un poco más podrías tener amigos un poco más selectos”. Traducido quiere decir: “Sos un bruto y por eso tus amigos son unos pobres diablos”. La víctima del manipulador llega a veces a creer que este tipo de apreciaciones son formas de ayudarle a ser mejor. Nada más falso. Cuando alguien quiere ayudar a otro emplea una comunicación directa y sincera. Además, no lo descalifica, sino que le aporta una contribución concreta.
  • Suele ser encantador: al principio se muestran agradables y maravillosos. Nos llenan de halagos y dan muestras de tener gustos exquisitos, una conversación súperentretenida y gran sensibilidad frente a nuestras expectativas. Ese es el primer acto. En el segundo acto, las cosas comienzan a cambiar. Cuando ya nos tienen convencidos de lo buenos que son, pasan a actuar. Han lanzado sobre nosotros una especie de red de seducción y quedamos como impedidos para evaluarlos objetivamente. Veremos con buenos ojos lo que hacen y aunque cada tanto tengamos dudas, esa persona siempre encontrará la manera de recordarnos que “no se puede pensar mal de alguien que en verdad, es fantástico”.
  • Se autoproclama juez de nuestra vida: sin saber cómo, de pronto el maestro de la manipulación se convierte en una especie de “guía espiritual”. Son extremadamente hábiles diciéndoles a los demás cómo deben vivir, aunque ellos mismos no pongan en práctica todo aquello que pregonan. Nos dan consejos o nos exponen grandes máximas filosóficas. Nos indican cómo debemos proceder, paso por paso. Si no resulta, nos terminan culpando. Un buen amigo, un buen consejero, no nos dice lo que debemos hacer. Más bien, nos ayuda a que nosotros lo descubramos, porque cada quien es diferente y la respuesta que es válida para uno, quizás no lo sea para otro. Quien nos quiere bien, nos quiere libres, no dependientes.
  • Es habilidoso para hablar y también para cambiar de tema: suelen ser maestros en el arte de la palabra. Utilizan discursos floridos y fluidos. Tienen siempre a mano algún argumento sorpresivo o ingenioso, aunque se base en la mentira. Si nos ridiculizan y nos enojamos, enseguida agregarán “Lo siento, no pensé que fueras tan sensible a las bromas”. Sí o sí, ellos ganan siempre. Son unos magos para hacerse los tontos. Si los confrontamos, probablemente no nos respondan. Desvían la conversación hacia otros temas y cuando menos lo esperamos,  están hablando de asuntos que nada tienen que ver con lo que le reclamamos inicialmente.

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