El diálogo interno cambia tu cerebro. Esa charla cotidiana que tenemos con nosotros mismos puede fortalecer un gran número de áreas cerebrales para ayudara manejar mejor el estrés, regular el estado del ánimo o ayudarnos incluso a ser más resolutivos. Por el contrario, el habla negativa que desgasta puede llevarnos a estados muy debilitantes y perjudiciales.

Hay un hecho especialmente curioso que muchos habrán experimentado alguna vez. Es común, por ejemplo, que uno sea siempre ese amigo infatigable que siempre está cuando se le necesita. Nos alzamos como esa persona que infunde ánimos, que sabe dar la palabra justa en el momento más necesitado; somos de algún modo, ese soporte incuestionable para los demás que con su comunicación siempre acertada infunde valías, entusiasmo y positividad. Por el contrario, para nosotros mismos podemos ser a veces el peor enemigo. Nuestro diálogo interno resuena a menudo con frases como: «¿cómo has sido capaz de decir semejante tontería? Eres torpe». «Ni te atrevas a intentar eso otro, eres un inútil en esos temas y lo sabes», «fíjate en lo que ha pasado hoy, siempre te equivocas, siempre estás cometiendo un fallo tras otro».

Somos lo que nos decimos a nosotros mismos y, en ocasiones, llevamos una vida entera conviviendo con una voz interna que se alza como el peor maltratador de todos. No es fácil cambiar ese discurso interno cuando llevamos tanto tiempo haciéndolo. No obstante, es necesario hacerlo por una razón evidente: el diálogo interno negativo modifica el cerebro y hace que seamos más vulnerables a los trastornos de ansiedad y la depresión.

Sabemos, no obstante, que en los últimos años abundan los libros y las publicaciones sobre autoayuda y desarrollo personal que nos animan a cuidar esta dimensión. Sin embargo, es interesante saber que el tema del discurso interno cuenta con estudios que datan de principios del siglo XX. Fue de hecho, Lev Vygotsky, célebre psicólogo ruso, quien se preguntó por primera vez si el cerebro usa los mismos mecanismos cuando la persona habla en voz alta que cuando lo hace en silencio y para sí mismo. La respuesta a esta pregunta no puede ser más curiosa: diversos estudios nos demostraron que cuando mantenemos esas charlas internas tan comunes se activan áreas como el giro frontal inferior izquierdo (área de Broca) presentes también cuando nos comunicamos en voz alta.

El discurso interno es, por lo tanto, un fenómeno complejo y multifacético, tanto que deberíamos ser más conscientes sobre cómo afecta a nuestro cerebro y a nuestra salud psicológica. El diálogo interno trabaja 10 veces más rápido que el habla verbal. Por lo tanto, todo lo que acontece en nuestra mente, cada idea, pensamiento, autoinstrucción y aseveración, tiene en nosotros un impacto enorme; tanto positiva como negativamente.

El diálogo interno negativo y persistente debilitaba múltiples estructuras neuronales haciendo a las personas mucho más vulnerables al estrés. Estructuras como la ínsula y la amígdala mostraban una elevada hiperactividad. Estas áreas relacionadas con emociones como el miedo o la atención hacia las amenazas de nuestro entorno nos sumen en ocasiones en estados de gran desgaste psicológico. Es más, no podemos dejar de lado que el diálogo negativo es ese sustrato que alimenta la ansiedad y que nos sitúa menudo, en el laberinto de una depresión.

Es necesario que tomemos conciencia de una cosa. Nuestro diálogo interno puede afectar de manera directa a nuestra salud, tanto física como psicológica. Esa charla limitante que recorta autoestimas, que apaga nuestro potencial, nuestros recursos y oportunidades, merece una mayor dedicación para cambiar su enfoque. Debemos ser capaces de cambiar ese discurso tan nocivo. Un recurso sencillo para lograrlo es el siguiente: en lugar de hablarnos en primera persona (yo soy esto, por qué habré hecho aquello) lo ideal es empezar a dirigirnos a nosotros en segunda persona. Asumiremos el papel de ese amigo que desea lo mejor para nosotros pero que, al mismo tiempo, siempre está atento para corregir nuestros discursos mentales.

Para concluir, somos conscientes de que este proceso lleva tiempo. Cambiar ese discurso interno limitante puede costar al principio, pero si nos comprometemos con nosotros mismos, veremos cambios poco a poco. Para ello, vale la pena recordar lo que nos decía un viejo proverbio chino:

Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. 
Atiende tus palabras, porque se convertirán en tus actos.
Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos.
Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.

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