En ocasiones, descuidamos el efecto que tiene sobre el organismo cada cosa que pasa por la mente. No solo puede activarse el motor de las emociones, del bienestar, de la calma… El estrés es también esa dimensión orquestada por la madeja mental de nuestros pensamientos. Un pensamiento puede actuar como esa chispa capaz de encender la motivación y las emociones positivas. Cada cosa que creas en tu mente tiene poder y puede transformar tu realidad.

Las personas creamos nuestro destino con cada cosa que pensamos. Es cierto. Resulta sin duda asombroso cómo esa maquinaria hiperactiva que es el cerebro, no solo es capaz de mediar en nuestro futuro con cada decisión que tomamos. Además, también determina nuestro equilibrio físico. Porque el cuerpo no es ajeno a lo que ocurre en la mente. Porque tal y como piensas, sientes y esto es algo que deberíamos tener más presente para mediar en nuestra felicidad…

Saber qué le pasa al cuerpo cuando pensamos es un tema que ha interesado durante décadas a los científicos. ¿Qué ocurre con el cuerpo cuando nos llega un pensamiento? ¿Cuánta energía necesitamos para pensar? ¿Pensamos mejor en reposo o en movimiento?

Hay quien define un pensamiento como una onda eléctrica, un chispazo mental capaz de generar cambios en el cerebro para orquestar algún tipo de respuesta. Edward Chace Tolman, psicólogo experto en cognición humana, señalaba, por ejemplo, que un pensamiento genera un cambio, aunque este no sea siempre visible. Dicho de otro modo, todo lo que se fabrica en la mente durante cinco o diez segundos nos influirá de alguna manera. Bien, elevando mayor preocupación, bien trazando un plan, evocando un recuerdo y una emoción, etc. En esencia: todo flujo mental nos moldea y nos condiciona.

Si nos preguntamos ahora qué es realmente un pensamiento, debemos pensar en una secuencia de varias partes y estructura hilando ese maravilloso proceso. Estas estructuras y elementos que conforman la anatomía de un pensamiento tienen el poder ineludible de cambiar lo que sucede en el organismo. ¿De qué manera? Modulando emociones, liberando hormonas que modifican el comportamiento y, que en ocasiones, hasta afectan a nuestra salud.

Si nos preguntamos qué le pasa al cuerpo cuando pensamos, debemos tener en cuenta un aspecto. Cada vez que activamos la “fábrica de pensar” consumimos muchísima energía. Pensar en exceso tiene un serio impacto sobre el cuerpo. Casi el 50 % de la población piensa en exceso y hacerlo de manera crónica eleva el estrés y la ansiedad. La salud, poco a poco, se afectada.

La mayoría, cuando pensamos en exceso, sufrimos también lo que se conoce como parálisis del análisis. ¿En qué consiste este término? Consiste en que cuanto más piensas, te preocupás y das vueltas a las cosas, menos actúas. El nivel de cortisol se eleva y se da paso al estrés, al agotamiento físico y al bloqueo mental. Lejos de hallar una respuesta a un problema quedas atrapado en el bucle de la preocupación constante y la inmovilidad.

El ser humano ha llegado a un punto en su evolución en el que se limita a actuar mediante una forma de pensar impulsiva, regida por la intuición y es ese automatismo en el que abundan los sesgos, los prejuicios y los errores. Lo hacemos porque el contexto que nos rodea nos obliga a ello. Hay que reaccionar rápido, las demandas externas son múltiples, los estímulos infinitos y se nos insta a actuar al segundo. A corto plazo, este estilo de reacción deriva no solo en malas decisiones, sino también en estados de estrés y ansiedad, en un aumento del nivel de cortisol en sangre, lo que se traduce en agotamiento físico y mental y en mayor riesgo de sufrir infartos, etc. Lo que le pasa al cuerpo cuando pensamos apurados es altamente nocivo. Más si hacemos de este enfoque mental nuestro hábito de vida. Es necesario hacer uso de un enfoque cognitivo más pausado y reflexivo.

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