Todo tiene una razón de ser, y el llorar también la tiene.

Llorar de risa, llorar por angustia, de bronca, por amor (y desamor)…. Muchas de nuestras emociones se manifiestan en el llanto.

Fisiológicamente, tenemos un área de nuestros ojos que se llaman conjuntiva y, la misma es la mucosa que recubre los párpados y la parte anterior del ojo, que está constantemente lubricada por las lágrimas. Las funciones de estas son favorecer el deslizamiento de los párpados y prevenir la sequedad de la parte del ojo expuesta al aire. Están compuestas de agua (98%), sal y pequeñas cantidades de proteínas y grasas. Contienen también lisozima, un agente antibacteriano descubierto por Fleming.

Las lágrimas se generan en las glándulas lagrimales y se eliminan por el ángulo interno del ojo hacia las fosas nasales. Cuando el lagrimeo es excesivo, no se puede eliminar todas las lágrimas producidas y se produce la acción que conocemos como llorar. Las que humedecen constantemente los ojos son las lágrimas basales.

Diferentes situaciones nos pueden provocar que “lloriqueemos” y, todas ellas tienen una función defensiva para nuestro organismo. Por ejemplo, cuando ingresa un cuerpo extraño en alguno de nuestros ojos o nos da directamente una iluminación muy potente, un líquido o un gas irritante que llegan a la mucosa ocular y entonces se genera una mayor producción de lágrimas. Este es un acto reflejo el cual no podemos hacerlo consciente. Su función es lavar y proteger el ojo. Esta secreción del tipo “reflejo” puede también producirse por estímulos a la boca o la nariz.

Cuando de EMOCIONES se trata, el lagrimeo puede ser producido por situaciones agradables o desagradables. Estas lágrimas, llamadas psíquicas o emocionales, se producen por un mecanismo diferente, ya que no responden a una reacción local, sino a distancia originada en el sistema límbico del cerebro (parte del SNC relacionada con el control de las emociones), y conducida por nervios parasimpáticos hasta la glándula lagrimal.

La composición de estas lágrimas emocionales es también diferente, ya que contienen pequeñas cantidades de hormonas como prolactina, encefalina o adrenocorticotrópica que están relacionadas con la sensación de bienestar, además de arrastrar consigo fuera del cuerpo una buena dosis de cloruro de potasio y manganeso, endorfinas y leucina-encefalina (un analgésico natural). Se trata de un cóctel químico muy emocional, ya que la alta concentración de manganeso en el cerebro se ha asociado con la depresión crónica, la leucina-encefalina funciona como un analgésico natural y la adenocorticotropina está ligada al estrés y la ansiedad.

En definitiva, la finalidad del llanto, tanto si se trata de un simple sollozo como si estamos ante una auténtica crisis, es expulsar una parte de las sustancias estresantes que dañan al organismo.

Las lágrimas tienen otros efectos colaterales. Neurobiólogos realizaron un original experimento en el que pidieron a varios hombres que olieran un frasco con una solución de agua y sal y otro recipiente lleno de lágrimas femeninas. Observaron que, tras olfatear, en el cerebro de todos los sujetos bajó drásticamente el nivel de excitación sexual, se redujo la percepción del “sex appeal” al mirar fotos de rostros de mujeres y disminuyeron los niveles de testosterona en sangre.

La prolactina podría estar detrás de esta respuesta inconsciente de los varones ante el llanto femenino. De hecho, la hormona parece jugar un papel clave a la hora de desencadenar el llanto, y si muchas mujeres lloran desconsoladamente tras alcanzar un orgasmo es, precisamente, debido a que se produce una intensa descarga de prolactina.

La función del llanto es una función intra e interpersonal. Intrapersonal porque después del malestar producido por una emoción, llorar produce sensación de bienestar, e interpersonal porque favorece la conexión psíquica con otras personas, empáticamente nos acerca, no nos ven como un enemigo, o pueden entender lo que nos está provocando esa situación, además una como de defensa en manifestar debilidad.

Como estrategia evolutiva, las lágrimas fortalecen la cohesión social y la amistad, salvo en culturas, sociedades o circunstancias en que hay ciertos tabúes sobre el llanto. Por ejemplo, llorar en el trabajo está bastante mal considerado.

Que derramemos lágrimas de felicidad también tiene sentido desde el punto de vista científico. Llorar cuando nos reunimos con seres queridos o nos emocionamos por el nacimiento de un bebé nos ayuda a atenuar y moderar las emociones intensas muy rápido y a hacer que la dicha emoción que nos embarga no nos abrume tanto que nos impida mantener el mínimo autocontrol.

El no poder llorar obviamente implica cierta patología compleja : como las personas con incapacidad para llorar, a veces después de traumatismos o enfermedad psíquica. Las personas con dificultad para llorar son menos empáticas y tienen con más frecuencia conductas de evitación.

Una cuestión importante es que, si bien todos los mamíferos producen lágrimas, sólo los humanos lloramos, lo que demostraría un componente psíquico y probablemente una función social. La actividad no podría calificarse de masoquista si tenemos en cuenta que, lejos de resultar dañino, el llanto es un antídoto contra el estrés y la ansiedad, e incluso previene la depresión.

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