Se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.

Solomon Asch fue un psicólogo estadounidense conocido por sus trabajos pioneros en psicología social. En 1951 realizó una serie de experimentos sobre la conformidad, donde terminó demostrando que la presión social ejercida sobre las personas puede inducirlas al error.

La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría. Se trata de una conducta que nos lleva a evitar destacar o sobresalir sobre los demás. Somos seres muy sociales y esto nos lleva a ajustarnos a la opinión del grupo aunque no estemos de acuerdo con la opinión del mismo, todo ello porque nos preocupa lo que puedan pensar de nosotros.

Esto está estrechamente unido a la deseabilidad social, que es nuestra forma de responder o seleccionar aquellas respuestas que mayor aceptación social tienen, independientemente de que para nosotros sean correctas o no. Las elegimos porque las elige la mayoría.

¿Por qué actuamos así?

Miedo a destacar, a brillar, a ser auténticos, a ser uno mismo por temor al rechazo social, a juicios que podamos recibir y con los que no somos capaces de lidiar. En definitiva: un déficit de autoestima. Falta de confianza y seguridad en uno mismo. La pregunta es: ¿Te valorás como te valoran los otros o, por el contrario, te infravaloras?

Son personas que buscan ajustarse al entorno, al grupo, a no destacar para terminar adaptándote a no sobresalir. Al final, terminan convenciéndose a si mismos que no son capaces ni brillantes, de que són solo “uno más del montón”, y terminan cayendo presos de sus creencias limitantes y entran en una espiral.

Es entonces cuando ven a los otros cómo dan pasos, cómo rompen con sus miedos y en definitiva cómo son felices y observan que ellos, que padecen del síndrome de Solomon (sin saberlo), no son parte de ello. Es así que entonces surgen las envidias que para muchos son la manifestación de un profundo complejo de inferioridad.

La envidia envenena,  paraliza, hace criticar a esos que están en acción, a esos que están confrontando sus miedos. No hay que dejarse atrapar por ella, porque en el fondo, se trata sólo de una excusa para no hacer nada. De este modo, es más difícil poder alegrarse por los éxitos de los demás o de las cosas buenas que le suceden a los que les rodean. Se vive en la frutración y aparece el complejo de inferioridad que los hunde aun más y que no permite hacer cosas.

¿Cómo superarla o anularla?

Dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.

Siempre hay que atreverse a ser auténticos, a pasar al lado oscuro. Hay que atreverse a atreverse. Pero siempre con cuidado … porque los demás quieren que te vaya bien, pero no mejor que a ellos. Piensá siempre que lo que tienes es consecuencia de tus actos. Es la ley del karma social: lo que das recibes.

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