«La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar.» – Thomas Chalmers-

Ser optimista es una cualidad de la personalidad tremendamente útil para hacer frente a nuevos cambios o agravios que suceden en la vida, pero ser positivo no es suficiente. Tan nocivo es el optimismo extremo como el pesimismo extremo. Sobre todo, porque la imposición de este optimismo perpetuo desmoraliza a algunos.

La dictadura de la euforia avergüenza a los que sufren. Del sufrimiento autoinfligido y el dolor como virtud al estado de felicidad permanente como requisito para vivir. Cada vez son más los mensajes que nos llegan para decirnos lo felices que tenemos que ser, porque todo lo que tenemos es un regalo para disfrutar.

La felicidad está sostenida en numerosas ocasiones por un soporte a gran escala: la publicidad. Se nos dice todo lo que tenemos que comprar, todo lo que tenemos que hacer, todos los libros de autoayuda que leer para ser felices. Exclusivamente gente guapa, sana y feliz que sale en las revistas y tiene éxito. Esa gente bonita, feliz y eternamente sonriente, nos hace entrever nuestra «amargura». Po lo tanto, se hace interesante comprar o hacer lo que ellos hacen y dicen para tener más felicidad, porque sino, uno, así de triste… no encaja en la sociedad.

¿Cuál debería ser la postura adecuada? Simplemente, comprar lo que necesitemos y que se ajuste a nuestro carácter y economía, asumiendo que: son placeres temporales mundanos, que la gente cuando está feliz no se empeña en mostrarlo y que de lo que nos muestran a la realidad hay un largo camino. Se trata de divertirse con ciertos mensajes, pero nunca asimilarlos como verdaderos. Muchos de estos mensajes enfermizos de «belleza» han conducido a enfermedades como la anorexia o bulimia. No dejemos que pase eso con el modelo de felicidad, vivamos nuestra vida con naturalidad.

La felicidad es un estado, un fluir, un instante que nos puede regalar la vida en su nombre en cualquier momento y en cualquier circunstancia. Pensar que los momentos felices solo pueden ocurrir en circunstancias ideales es negar su grandeza a un día de lluvia, que es gris y algo incómodo pero también hipnótico. No sabemos cuándo va a parecer un momento feliz y tampoco sabemos si de una situación indeseada va a salir un momento feliz. Lo que es seguro, es que una actitud abierta hará que no nos perdamos nada positivo.

  • Hoy más que nunca, medicalizamos nuestras emociones. Si son tristes, las consideramos intolerables y queremos apartarlas lo más posible de nuestra existencia. Si son alegres, queremos estimularlas y extenderlas hasta la extenuación ignorando la característica fundamental de una emoción: suele ser intensa y además tener un carácter temporal. Queremos que nuestra mente albergue lo positivo y penalice y expulse lo negativo. ¿Cómo entonces se podría diferenciar un estado agradable de otro que no lo es?… ¿Que hubiera sido de nuestra supervivencia si no hubiésemos recordado los recuerdos negativos? ¿Cómo hubiésemos evolucionado cómo especie y ahora cómo seres humanos? Tenemos que analizarnos como personas complejas y capaces de albergar distintas emociones. Que vengan todas las emociones a nosotros y que dejen que las abracemos, es la única manera de vivir con plenitud.
  • No existe lucha o sueño que no implique dedicación y renuncia. Aunque, en ocasiones, si nuestro sueño nos apasiona y nos motiva esta renuncia no la entenderemos como tal, sino como una forma de andar por el camino. Sin embargo, sí que tendremos que dejar en segundo plano ciertos aspectos que nos importan para conseguir una meta mayor. Es decir, es totalmente lógico querer aprobar una oposición y dejar de salir por la noche de fiesta. Ese tipo de renuncia no nos agobia, sin embargo renunciar a pasar más tiempo con los que amamos si nos produce miedo y malestar. Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.
  • El sentirnos bien como norma cultural nos puede conducir a perder el sentido. Una persona que tiene una esperanza y lucha por un ideal va a soportar más el malestar que otra que haya asumido el estar feliz como condición imprescindible. Una existencia que pudo ya haber perdido la esencia y sentido por querer vivirla estando siempre feliz.

Podríamos decidir estar siempre felices y por lo tanto renunciar a metas en las que sabemos de antemano que van a existir momentos complicados. Sin embargo, esta búsqueda obsesiva de la felicidad, de sentirnos bien en todo momento no es símil de salud mental: una persona necesita también tensión en su vida, decepciones e incertidumbre.

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