El impacto psicológico que tiene enojarse
Toda emoción tiene como finalidad garantizar nuestra supervivencia y ayudarnos a adaptarnos al medio con mayor eficacia. Sin embargo, nada es tan complicado de manejar como los enojos. Llegan como un estallido, una tormenta que todo lo arrasa con esa combinación de ira, de frustración y esa tensión fisiológica que hace temblar la voz y nubla los pensamientos más racionales.
Encapsular el enojo, ignorar su mensaje e impedir que se disipe su energía no son costumbres saludables. La clave está en hacer uso de esta emoción de manera efectiva, por ello es bueno saber cuál de entre todos tipos de enojos es el más recomendable.
Hay diferentes modos de enojarse y no todos son negativos o problemáticos. Aunque vivamos esta emoción de manera poco placentera, no deja de tener un sentido y una utilidad. Saber movilizar toda esa energía de manera asertiva y adecuada nos permite poner límites, defender lo que es justo y, lograr acuerdos..
Hay quien, por ejemplo, tiene una sutil y paradójica tendencia a vivir siempre enojado. También, está esa parte de la población que, curiosamente, rara vez se enoja, porque se siente inclinada a interiorizar y callar lo que le indigna; una costumbre que tampoco es saludable. Saber manejar los disgustos, las indignaciones y los pinchazos de cólera con efectividad es un arte en el que todos deberíamos habilitarnos.
Los 5 tipos de enojos
1. El enojo justificable
La vida está llena de injusticias. Sentir indignación y enfado ante esas circunstancias y hechos globales es algo justificable. Como también lo es reaccionar y expresar nuestro malestar cuando algo nos afecta, cuando se vulneran nuestros derechos. Así, en estas circunstancias, lo más recomendable es actuar con asertividad, seguridad e inteligencia. Vivir relaciones abusivas, experimentar situaciones que nos hacen daño a nosotros o a los demás, reclaman una actuación. Es imprescindible reaccionar, porque la injusticia que se calla o se interioriza se convierte en ira latente. Las consecuencias de callar lo que duele es problemático. Saber actuar es liberador.
2. El enojo secundario
Es uno de los más comunes. Algo que debemos entender sobre emociones como la ira, la rabia y el enojo es que son como la puerta de una habitación. Al abrirla, descubrimos que detrás de ella se esconde algo más complejo y más grande. Si atravesamos esa entrada, descubriremos que a menudo, lo que hay es decepción, tristeza o emoción. Esto lo vemos por ejemplo en muchos niños de 4 o 5 años que, incapaces de manejar o entender sus emociones, reaccionan con una rabieta a su frustración, su decepción o su tristeza. Sin embargo, esta es una realidad muy frecuente a su vez en los adultos. Son muchos quienes lejos de profundizar en sus tristezas, crean una capa sobre ella para esconderla y hacer del enfado su eterna carta de presentación.
3. Los enojos no saludables
Existen personalidades definidas por un enojo crónico. ¿Qué hay detrás de quien deriva siempre en la agresión verbal, en la explosión de ira, en la frustración constante y en ese torbellino de negatividad? Tras el enojo no saludable está el trastorno psicológico. Diversos estudios, aportan evidencias de que esas reacciones llenas de ira, así como el enojo persistente, esconden trastornos del estado de ánimo, como la ansiedad y la depresión.
4. El enojo instrumental
Hay personas claramente manipuladoras que emplean la indignación como mecanismo de chantaje. Así, entre los diferentes tipos de enojo, este es uno que debemos reconocer. Ejemplo de ello es la pareja que a la mínima se molesta y nos discute algo con el fin de hacernos sentir mal y, así, lograr algo a cambio. Identificar al enojo como la emoción predominante en el estado de ánimo de otras personas nos desagrada. Podríamos decir que no nos trasmite buenas vibraciones; no deseamos contagiarnos de su estado emocional. Así, para conseguir que su estado de ánimo cambie, procedemos a realizar lo que nos demanda.
5. El enojo pasivo y silencioso
En este tipo de enojos la persona interioriza, calla y disimula su contrariedad, su rabia e indignación. Esta es una dinámica emocional muy común. Responde básicamente a nuestra educación, a esas fórmulas que tanto nos han repetido de «no llorés, no te enojes, controláte…». Sin embargo, hay algo que debemos tener claro: control no es represión. Salud emocional es saber aceptar cada estado sentido, entenderlo y entonces, saber manejarlo para lograr el bienestar y la adaptación. Por ende, si callamos y nos tragamos esa frustración y esa rabia, lejos de sentirnos bien lo que haremos es cronificar el sufrimiento. Como consecuencia, tanto la salud psicológica como la física se ven afectadas.
“Es muy fácil enfojarse, lo difícil es hacerlo con la persona oportuna, en el momento oportuno, con la intensidad oportuna y, en el contexto adecuado” -Aristóteles-