Mente sana y Reflexiones

Amor propio no es egoísmo

Aristóteles, el sabio filósofo griego, postuló una singular visión del egoísmo y de su íntima relación con el amor propio. El filósofo desentraña con labor deductiva lo que él considera que debe ser un hombre virtuoso. ¿Cómo diferenciar y comparar el amor a uno mismo o amor propio y el egoísmo?

Aristóteles considera que los hechos reales contradicen las teorías del egoísmo. Si bien es cierto que amar al mejor amigo es virtuoso, también estima que uno mismo es el mejor amigo que se puede tener. Como es lógico, la más estrecha relación que se puede tener en la vida es con uno mismo. Al fin y al cabo, ¿con quién convivimos durante 24 horas al día y a quién debemos soportar sea cual sea su humor? Una vez que el filósofo establece los preceptos del amor propio, se lanza a la explicación de los dos sentidos que encuentra en el egoísmo. Si bien considera que el término tiene una vertiente peyorativa y vergonzante, también estima que existe una variable mucho más elevada.

La primera clase de egoísmo que muestra se centra en el amor por lo terrenal. El filósofo iguala esta forma de actuar a la del pueblo, es decir, a la de la mayoría. Sin dudas, esto es resultado de una sociedad excesivamente clasista como la de la antigua Grecia. En este caso, Aristóteles identifica este primer tipo de egoísmo como la más viva ansiedad por los placeres corporales. Es decir, que estas personas guardan para sí mismas las mayores riquezas, honores y bienes. Encuentran verdadera devoción en acumular lo material, cuanto más precioso mejor. Es decir, su único fin es satisfacer sus deseos y pasiones, lo que considera que es escuchar a la parte más irracional del alma. Lo observa como una costumbre vulgar, deplorable y muy generalizada. Como tal, sería una actitud censurable. Pero luego, el filósofo clásico estima que aquellos hombres, que se guían por las más elevadas cotas de justicia y sabiduría, también son egoístas. Sin embargo, son personas que buscan la virtud, el buen obrar y la belleza. No encuentra nada censurable en esta actitud.

¿Cómo no llamar egoísta a una persona entregada en cuerpo y alma a la búsqueda de sabiduría, justicia y belleza? También necesitan satisfacer sus necesidades propias y es su único fin en la vida. Sin embargo, el filósofo atribuye a estos seres un gran valor. Es decir, que considera al hombre de bien el más egoísta de todos. Pero este egoísmo no es injurioso, sino noble. No es vulgar, pues es la razón la que lo domina. Nunca será la pasión, con sucede al caso antes mencionado, solo basado en lo material. Estos hombres nobles pero egoístas dirigen sus esfuerzos a practicar la virtud, pues es ahí donde encuentran regocijo. Y esta actitud acaba por enriquecer a toda la comunidad. Así es como descubren tanto el provecho personal como el servicio a los demás.

Para el filósofo griego, la virtud es el más elevado de todos los bienes que se pueden poseer. Así, mientras el hombre virtuoso hace lo que debe y obra con inteligencia y razón, el hombre malo lo hace con discordia profunda entre su deber y lo que realmente hace. El hombre recto prefiere disfrutar de un segundo de placer antes que una vida de indignidad. Es generoso y sacrificado cuando así se exige. Será capaz de abandonar todo por quien lo necesita. No tendrá problema en ceder la gloria de un acto a otra persona. Es decir, es alguien que sabe ser egoísta y. al mismo tiempo, un ser con un elevado amor propio.

Aristóteles considera al hombre bueno y noble como egoísta. Pero de su virtud y proceder recto surgen obsequios de los que disfrutan sus amigos, su patria y su propia comunidad. Es una persona comprometida que desprecia la riqueza material, pero goza del beneficio del honor y la dignidad.

Por eso, siempre es bueno que tengamos siempre en mente y en nuestra vida esta frase “Hoy me elijo a mí mismo porque si yo misma me desprecio, no encontraré aprecio en otros”. Hoy me elijo porque así me cuido y me quiero porque es eso lo que me merezco. He sido valiente y he decidido que yo valgo tanto como otros que ponía en primer lugar. Me he elegido y no me siento mal.

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