“Quise mirar el mundo con tus ojos, ilusionados, nuevos, verdes en su fondo como la primavera. Entré en tu cuerpo llena de esperanza para admirar tanto prodigio desde el claro mirador de tus pupilas. Y, fuiste vos el que terminaste viendo el fracaso del mundo con las mías.”
El Amor es, en sí mismo, un tema bastante complejo y, siempre genera susceptibilidades.
Se dice que “el amor es ciego, sordo y mudo” y, esto es por que es uno de los sentimientos que generan más emociones, y porque “por la confusión de los sentimientos se reconoce al amor” que, definitivamente afecta la vida y desempeño de las personas de una manera notoria y casi inmanejable.
El Amor y la inteligencia no siempre van de la mano.
Es un hecho que la mayoría de las personas elegimos pareja exclusivamente con el corazón y no consideramos de manera racional otros aspectos que podrían ser fundamentales para la convivencia diaria. Los enamorados que conocen o intuyen el lado oscuro del otro se animan a sí mismos diciendo que el amor los ayudará a salir victoriosos.
Decimos y hacemos muchas estupideces en nombre del amor:
- Nos dejamos estafar
- Aguantamos y “luchamos” por relaciones donde el otro no nos ama
- Soportamos el maltrato psicológico (y hasta físico)
- Renunciamos a nuestra vocación
- Matamos y nos suicidamos
- Sacrificamos nuestra libertad
- Ocultamos o negamos nuestros valores, etc,etc.
El tan alabado amor, muchas veces se nos escapa de las manos y nos conduce a un callejón sin salida. Es evidente que, en una vida de relación, el sentimiento no lo suple todo. “Con sentir amor no alcanza”, dicen los expertos, y tienen razón. Se debería elegir pareja de una manera más “racional” y menos visceral.
Como decir algo similiar a :”Te deseo, me agradan muchas de tus cosas, pero todavía no sé si me hacés bien, si sos “conveniente” en mi vida”, aunque mi cuerpo y todo mi ser me impulsen locamente hacia vos”.
El amor, para los que nos movemos en un plano terrenal y no hemos trascendido, no suele ser tan incondicional (el número de desertores del tema es cada día mayor), ni mueve montañas: más bien te aplasta, si te descuidás y no lo sabás manejar.
Antes de arriesgarse ciegamente, hay que poner el entusiasmo en modo “stop” por un tiempo y conectarse a un sistema de procesamiento más controlado. Una vez que uno descendió de la estratósfera, ahí empezar realmente considerar ventajas y desventajas, pros y contras y nuestras expectativas más entrañables; tratar de pensar de la cintura hacia arriba y no de la cintura para abajo.
Realizarlo como un ejercicio, como si fuese una disciplina y quedarse en la realidad concreta, tratando de ver las cosas como son. Si se repite esta práctica de conectarse y desconectarse con la emoción, uno irá forjando una nueva habilidad que servirá en el futuro porque seremos capaces de integrar razón y emoción y discernir cuándo sobra una o falta la otra.