Casi siempre, detrás de los enojos frecuentes se esconde muy a menudo la soberbia. Son perfiles que necesitan tener siempre la razón, que no toleran ser contrariados o corregidos y que además son víctimas constantes de su propia frustración. Así, es importante destacar que, tras la soberbia, se halla a su vez el narcisismo, conformando de este modo un tipo de personalidad muy desgastante.

A menudo suele decirse aquello de que el soberbio jamás reconocerá sus errores. No lo hará porque tiene la nariz tan pegada a su espejo que ni siquiera logra verse a sí mismo. Sin embargo, nos hemos acostumbrado tanto a este tipo de presencias en nuestros entornos que casi sin darnos cuenta hemos acabado normalizando el narcisismo y la soberbia. Lo vemos en las élites políticas, lo vemos en nuestras empresas y lo vemos incluso en una parte de las nuevas generaciones.

De este modo, quienes traten a diario con ellos ya estarán familiarizados con sus enfados frecuentes. Tienen un orgullo incoherente y desmedido, suelen perder el control y muestren comportamientos tan comunes como dejar de hablarnos durante un tiempo o también pueden recurrir a descalificar al otro , sólo por haber sido contrariados en algún pequeño e insignificante aspecto.

La autoestima en este tipo de perfil es muy baja. Sin embargo, ese sentimiento de inferioridad se transforma a menudo en un resorte de agresividad, se recargan con rabia, despecho y una amarga frustración. Asimismo, la necesidad de estar encima por nosotros en cualquier situación, circunstancia o contexto, da forma a su vez a esa “”falacia de autoridad” donde nadie debe desacreditarlos.

La soberbia no deja de ser un traje, un disfraz que se colocan quienes tienen estas características, para usarlo como barreras defensivas, para no dejar que nadie intuya los miedos, las flaquezas de carácter y las debilidades. De este modo, si alguien me dice que debo ser más paciente y tomarme las cosas con calma, no dudaré en ponerme en guardia. No importará tampoco que esa persona haya hecho el comentario con buena fe: el soberbio se lo tomará como un “ataque”.

La soberbia es en estos casos un sofisticado sistema de compensación. Lo más interesante de estos perfiles es que por lo general ese difraz que utlizan se suele forjar en la infancia como una forma de esconder las inseguridades. Más tarde, se convierte en un modo de reaccionar ante los problemas o las decepciones. Esto es así porque la personalidad soberbia instrumentaliza la arrogancia y la agresión como forma de marcar territorio, como canal para validarse. Aunque con ello, lo que consiguen realmente es crear distancias y moverse en un círculo de relaciones superficiales.

Detrás de los enojos hay un claro problema de gestión emocional, de autoestima y equilibrio psicológico. Por eso, si en nuestro entorno tenemos a una persona que de forma constante deriva en este tipo de dinámica, hay algo que debemos tener claro: el problema no lo tenemos nosotros, no somos los causantes de su malestar, el problema, en realidad, lo tienen ellos. Cuando el enojo se convierte en su manera de ser, nada crecerá a su alrededor. Asimismo, si bajo su disfraz está la soberbia y esa personalidad narcisista que todo lo desea controlar y que en todo desea hallar un beneficio. Lo mejor que podemos hacer en estos casos es poner distancia y no perder energía confrontándolos.

No se cura discutiendo, se trata permitiendo que el soberbio se mire ante el espejo y se despoje de su difraz. Bajo el mismo, se esconden sus fragilidades, sus recovecos de vacíos, sus laberintos de inseguridades e incluso, por qué no, hasta ese niño interior aún asustado que sigue respondiendo con rabia ante lo que no le agrada.

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