La rabia surge en un contexto de vulnerabilidad. Es un sentimiento que solo alberga aquel que está sufriendo o tiene mucho miedo y no se siente con los recursos propios para afrontar lo que tiene o lo que puede llegar.

La rabia es una emoción que podríamos considerar venenosa y que nace de la percepción de amenaza y peligro. Su cometido evolutivo es motivarnos para luchar contra aquello que puede hacernos daño e incluso acabar con nuestra vida. Además, como todas las emociones, bien regulada, contiene una gran cantidad de energía que podemos utilizar a nuestro favor. Se manifiesta normalmente con tensión, tanto de los músculos como de la mandíbula, palpitaciones aceleradas en el corazón, sudores y sobre todo una sensación profunda de injusticia o de que se están aprovechando de nosotros de algún modo.

Usualmente, cuando nos encontramos con una persona que siente rabia, la juzgamos de manera negativa, levantamos una barrera defensiva e incluso nos enfrentamos a ella. Con este comportamiento reflejamos que entendemos muy bien el poder destructivo que tiene esta emoción, sabemos que además de recibir los daños producidos por esa rabia corremos el peligro de contagiarnos de ella y entrar en una espiral de escalada con el otro.

Ya sea con un amigo, un hermano, un cliente o nuestra pareja, la rabia es una de las emociones que más pueden poner a prueba nuestra capacidad para regular las emociones. Es muy fácil que cualquier gesto o pavada aumente su intensidad, de manera que terminemos perdiendo el control y descargándola contra la persona que menos se lo merece.

La rabia no soluciona ningún problema, al menos ninguno en el que requiera de una reacción rápida porque nuestra existencia está comprometida. Si este fuese el caso, la rabia supone una enorme dosis de energía para reaccionar de forma rápida y con fuerza ante esa amenaza. Hoy en día sentimos rabia porque exigimos que todo funcione como nos gustaría: las personas que nos rodean y la propia vida y esto, sencillamente, es una ilusión que jamás se cumplirá. Así, podemos decir que en la mayoría de las situaciones en las que sentimos rabia no hay un gran peligro para nosotros, es nuestra mente la que disfraza de gigantes a las pequeñas amenazas.

Depositamos expectativas poco realistas en los demás o bien esperamos “sobresperamos” la cantidad de veces que la fortuna caerá de nuestro lado. Así, cuando percibimos que nuestras expectativas no se cumplen, caemos en la frustración y esta nos lleva a sentir rabia. Piensa que esa rabia intenta que pongas todos tus recursos en marcha y actúes contra el problema, pero es que el problema no es un problema como tal, sino que es la vida, la realidad y contra eso hay estrategias mucho más inteligentes. Nadie puede, a fuerza de exigencias,  modificar lo que pasó, está pasando o pasará. También, ocurre que cuando vemos a alguien rabioso, sobre todo si es con nosotros, nos defendemos. Una esa defensa que muchas veces implica sacar a flote nuestra ira. Una exigencia, lleva a otra exigencia y así, hasta que ambos contrincantes se cansen y terminen su discusión. Por lo tanto, no merece la pena sentir rabia por el que se está comportando injustamente con nosotros.

¿Cómo transformar la rabia en compasión?

La compresión es una gran vacuna contra los daños que sufrimos por exponernos a la rabia de los demás. Si pensamos que el la persona rabiosa no es consciente que actúa bajo el hechizo de la emoción que el invade será más fácil que mantengamos a nuestra rabia controlada e que incluso podamos intervenir para calmarle. Si pensamos de esta forma, dejando las exigencias absolutistas a un lado, será imposible que sintamos rabia por esta persona. Al contrario de lo que podamos creer, si somos capaces de cambiar nuestros pensamientos, empezaremos a sentir compasión por esa persona.

Básicamente, podríamos decir, que nos ponemos en su lugar, ejercemos la empatía con él y entendemos que está usando un mecanismo de defensa porque piensa que está en peligro. Evidentemente, para poder llegar a pensar de este modo, tenemos que contar con unas buenas reservas de amor propio (no de ego) y estar muy seguros. Esta es la única forma de no sentirnos amenazados nosotros también, de dejar a un lado el orgullo y actuar con amor hacia las personas que pretenden dañarnos y lo hacen sin mala intención.

Puede que suene a tener que tomar una actitud conformista y que nadie debería dejarse pisotear pero, cierto es que la asertividad, esa capacidad de poner límites y expresar nuestros derechos sin dañar al otro, es la opción adaptativa que podemos elegir cuando alguien nos hace sufrir. Piensa que la asertividad es una actuación guiada por nuestra conciencia y con la que salvaguardamos nuestra posición sin hacer daño al otro, nada que ver con una reacción desproporcionada e instintiva.

Es así que, cuando percibas rabia a tu alrededor trata de procesar esta información más allá del la posición defensiva que te sientas inclinado a tomar. Si ves que te supera y no puedes ayudar ala persona rabiosa, es preferible que salgas de la situación antes de que te contagies. Piensa que varias personas actuando sin medir las consecuencias de lo que hacen es uno de los “explosivos” que más daños causa.

Por otra parte, existe una diferencia entre actuar bajo la rabia y no actuar. Nos referimos especialmente a las situaciones de maltrato. En ellas, por mucho que el maltratador actúe bajo la influencia de la rabia y como víctimas podamos entenderlo, estamos obligadas a denunciarlo por respeto a nosotros mismos y a todas las personas que podrían ser sus víctimas potenciales. Incluso por él, para que pueda recibir ayuda.

La comprensión tiene un poder maravilloso, pero que nunca debe ser un freno para actuar con contundencia cuando nuestra vida está en peligro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *