El ciclo vital del ser humano, según Carl Jung, se define por una búsqueda a lo largo de cuatro etapas. Durante las mismas, nuestras necesidades cambian, hasta dejar de apegarnos a lo material para adquirir un sentido más espiritual.

Las 4 etapas de la vida según Carl Jung conforman un ejercicio de valiosa reflexión para el cual, no pasa el tiempo. Así, el célebre psiquiatra suizo y fundador de la psicología analítica nos invita a esos universos profundos y míticos de la psique humana, ahí donde revelarnos conceptos tan conocidos por todos como «el inconsciente colectivo», «la sincronicidad» o «los arquetipos». Son precisamente estos últimos, los arquetipos, los que tejen y dan forma a su interesante teoría sobre las etapas vitales.

Fue en su trabajo El hombre y sus símbolos, el libro que se publicó poco antes de su muerte, donde quiso transmitir al gran público en general la trascendencia de esta idea. Para él, la simbología y en concreto, los arquetipos, son imágenes que contienen nuestra esencia a lo largo de la historia y la propia cultura. Son patrones arcaicos y universales que se contienen en el propio inconsciente colectivo. Sacarlos a la luz, entenderlos y desgranar su mensaje nos ayudará a conocernos mejor. También, a mejorar como personas para alcanzar la plenitud. Por ello, su idea sobre las etapas de la vida no busca solo ilustrarnos sobre una más de sus ideas o teorías. Lo que pretendía con ello es concienciarnos de algo muy concreto. A menudo, avanzamos por la vida creyéndonos competentes, creemos que tenemos todas las verdades y que nada se nos puede resistir. Sin embargo, para madurar, crecer y envejecer de manera plena y acertada, necesitamos ser más humildes y más receptivos.

Fue casi durante sus últimos años cuando Carl Jung volcó gran parte de su trabajo en un objetivo: la iluminación. Iluminación entendida como ejercicio de transmisión de conocimiento. Su intención era facilitar un ejercicio de reflexión al gran público por el que cualquier persona fuera capaz de entender que la sabiduría es lo que da la libertad y la felicidad. Así, y tomando sus propias palabras, «nuestra visión solo se aclarará cuando miremos a nuestro interior, cuando entendamos nuestros sueños y esos procesos de nuestra psique. En ese momento, justo cuando entendamos qué hay dentro, despertaremos». De este modo, su teoría sobre las 4 etapas de la vida busca esa misma finalidad, despertarnos, hacernos entender qué somos y cómo podemos mejorar.

1. La etapa de Hércules

La primera fase de nuestra existencia representa la figura de Hércules o el atleta. Es en efecto, un héroe, todo él reluce, nos llena admiración, representa el atrevimiento y la gallardía, pero también el culto al cuerpo. Hércules representa la fuerza y también la vistosidad corporal. Así, durante la primera etapa vital es común que nos obsesionemos por lo físico, tanto por el nuestro como por el de los demás. Vivimos observando nuestro reflejo en los espejos y valorando la belleza y la fuerza ajena, como si ese conjunto fuera la clave del éxito.

2. Apolo o el mundo del Guerrero

Poco a poco, vamos dejando esa fijación por la apariencia para centrarnos en otras metas. Queremos poseer, conquistar, acumular… Nos alzamos como auténticos Apolos en busca de nuevos logros para sentirnos bien. Esta conducta nos aboca a menudo al egoísmo, a querer lo que tiene el otro, a subir en escalafones, a batallar en nuevos escenarios para alcanzar éxitos. Somos guerreros materialistas que no miran el mundo desde el corazón y que viven centrados en el ansia por conseguir refuerzos, cosas y nuevas sensaciones.

3. El sacerdote o la sensación de carencia

En la tercera etapa de nuestra existencia, acontece algo bastante común: la sensación de carencia. El ser humano toma conciencia de que todo lo logrado hasta el momento no lo hace sentir completo; ansía un cambio. Este giro de sentido vital hace que la persona se vuelque entonces en los demás. Se alza por tanto el arquetipo del sacerdote, aquel que deja de estar apegado a lo material para centrarse más en lo emocional, en ayudar a los suyos, en conferir apoyo. Su objetivo es «dar», proyectar lo que uno es, lo que uno siente y posee para beneficio ajeno.

4. La etapa espiritual de Hermes

En la cuarta fase de la teoría se abre un momento donde dar un paso más. Es ese donde seguimos teniendo la sensación de que en nosotros falta algo. Ayudar a otros, ofrecer, atender, cuidar e incluso amar no es suficiente y, por tanto, ansiamos algo más. Esa búsqueda nos lleva al plano espiritual. Ya hemos trascendido a lo puramente material e incluso a lo afectivo, para observarnos a nosotros mismos desde el exterior y entender que aún podemos mejorar un poco más. Podemos hacerlo siendo virtuosos, cultivando nuevos saberes, aprendizajes, elevando el conocimiento al máximo para entender a su vez, que todo está conectado, que el ser humano puede ser excepcional. Esta idea encaja muy bien en las palabras de Lao-Tse, «¿Podés alejarte de tu propia mente y así entender todas las cosas? Dar luz, aprender, tener sin poseer, actuar sin expectativas, liderar y no tratar de controlar: esta es la virtud suprema»

La teoría de las etapas vitales de Jung representa nuestra búsqueda. Conforma de algún modo, ese camino donde ir alcanzando la autorrealización a medida que nos volvemos más humildes, menos aferrados a los aspectos materiales. Una buena reflexión, no quedan dudas.

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